Esta derecha española se está beneficiando con una perspicacia silente y efectiva de la terapia que le proporcionan sus teóricos adversarios
Ayer quedó consagrado el gran buda del populismo derechista. Trump sentó sus posaderas en el sillón del despacho oval de la Casa Blanca. Con él nace una nueva época política. Un par de días antes, Theresa May pronunció el discurso más retrógrado en una conservadora que se ha revelado peor que los anteriores euroescépticos británicos: reclamó un Brexit “limpio y duro” para controlar, especialmente, a los migrantes. Al tiempo, el Parlamento Europeo elegía, en sustitución del socialdemócrata alemán Martin Schulz, al berlusconiano Antonio Trajani. Y ya velan armas otros derechismos ante los comicios que se celebraran este año en Europa: Holanda, Francia y Alemania. En los tres países habrá un giro a la diestra ideológica.
En este contexto occidental, Mariano Rajoy y el PP han logrado situarse en el fiel de la balanza: ni representan una derecha “dura” –es el suyo un derechismo burocrático y funcionarial–, ni son impermeables a los planteamientos más blandos de la socialdemocracia. El rajoyismo es de plastilina, o sea, adaptable como se observa con su modo de conducirse desde que el presidente fue investido. Y esta derecha española, con el combustible ideológico en el nivel de reserva, se está beneficiando con una perspicacia silente y efectiva de la terapia 'antiaging' que le proporcionan sus teóricos adversarios.
Por una parte Pablo Iglesias llena a paladas la carretilla electoral de Rajoy y, por otra, el desquiciamiento secesionista de Carles Puigdemont –que ya ha dicho que hará pronto mutis por el foro– impulsa a la mucha ciudadanía de “orden” a refugiarse en la previsibilidad segura del PP, porque el PSOE regresa a las andadas tras el error de López de presentarse a las primarias a la secretaría general, una “traición” que espolea a Sánchez a regresar a la escena del “crimen”.
Mientras el populismo izquierdista se amputa a sí mismo y reverdece el otoñal panorama político de Rajoy, Puigdemont le ha dado dos grandes alegrías
Pablo Iglesias prolonga el recorrido político de Rajoy y asienta el ciclo gubernamental del PP porque su Plan 2020 es un auténtico despropósito. El líder de Podemos ya cometió su primer error al hacer coincidir Vistalegre II –que será desapacible y abrupto– con el congreso del PP que discurrirá plácidamente. Si lo que quería –y así lo dijo– era contrastar, la comparación será pésima para Podemos y buena para el PP. Los morados van a ofrecer un espectáculo de disenso y los azules de consenso. Si triunfa la tesis de Iglesias de máxima polarización contra los populares y una acción política preferentemente activista en detrimento de la institucional, el electorado va a correr a las urnas a votar al PP. Errejón lo sabe y maniobra de una manera mucho más inteligente, aunque no sea menos peligrosa. Iglesias quiere el asalto y Errejón la infiltración. A los conservadores les conviene el belicismo del primero –también al PSOE– y no la estrategia quintacolumnista del segundo.
Mientras el populismo izquierdista se amputa a sí mismo y hace reverdecer el otoñal panorama político de Rajoy –que no asumirá las medidas más importantes de regeneración firmadas con Ciudadanos– Carles Puigdemont ha dado dos grandes alegrías al presidente del Gobierno también rejuvenecedoras. La primera, anunciar que él se va. Deja así descabezado el movimiento secesionista que inició en 2012 su predecesor Artur Mas quien, seguramente inhabilitado por el TSJC muy pronto, no podrá recoger la antorcha que deja el ahora presidente de la Generalitat. Rajoy no solo ha visto caer a Mas. Va a contemplar también la marcha de Puigdemont y la entronización del liderazgo pleno de Junqueras. Será a no tardar si, como parece, la CUP no aprueba los presupuestos que le ha presentado el Gobierno catalán. La leyenda de “asesino político en serie” que acompaña a Rajoy no hará sino crecer.
La ausencia de Puigdemont en la Conferencia de Presidentes, que le ha salido bien a Rajoy pese a reconocer que el Estado está a 20.000 millones de la recaudación obtenida antes de la crisis, ha ofrecido la imagen que el presidente del Gobierno deseaba: no es él quien no negocia, sino aquellos que, teniendo silla, mesa y ocasión, desertan de sus obligaciones y anteponen sus querencias sobre sus responsabilidades. Más aún cuando para sacarlas adelante “externalizan” su presencia a través de otra presidenta autonómica, en el caso catalán, a través de Francina Armegol, presidenta pancatalanista de Baleares.
Entre la tozudez radical de Iglesias y la política desconcertada de Puigdemont –ambos representantes de los dos graves problemas de España: el populismo y la secesión catalana–, Mariano Rajoy, con una minoría acusada pero eficiente, rejuvenece y gana una mayor expectativa de vida política. Además, Ciudadanos sabe que la ingenuidad pasa factura y el PSOE que las consecuencias de las luchas fratricidas tardan en cicatrizar. Larga vida a Rajoy en pleno invierno derechista en Europa y América. Sin tomarse una pastilla de metformina, el presidente del Gobierno parece sometido a un tratamiento antiedad. No es un elogio. Es solo una constatación muy poco optimista.
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS Vía EL CONFIDENCIAL
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