Disculpen por el título, que, de dar a entender una próxima visita del presidente americano, podría producir algún sobresalto entre los incontables exaltados españoles que se pasan el día presumiendo de lo listos que son y lo mucho que saben a base de golpear sin piedad a un individuo que ha tenido la osadía de ganar las elecciones presidenciales en los EEUU, sin pedir permiso a nadie.
Casi tan ridículo como esas victorias morales sobre el personaje sería erigirse en defensor de la supuesta víctima de agravios tan contundentes, pero creo que es conveniente examinar el asunto, el escándalo nacional, a izquierda y derecha, por la aparición triunfal del señor Trump, y tratar de sacar de esa lectura alguna reflexión que nos fuera aplicable.
A veces se tiene la sensación de que los españoles, con todo el riesgo que conlleva esta clase de generalizaciones, somos muy sensibles a las críticas sobre nosotros y nuestra historia, cosa que suele importarle un pito, por ejemplo, a cualquier inglés, y que, como para compensar esa dolencia, nos entregamos con facilidad a fustigar al político extranjero que no nos cae, como si esa crítica nuestra sirviera para algo distinto que para mostrar hasta qué punto somos capaces de hablar de lo que fuere, sin demasiado fundamento.
Si Trump leyese la prensa española, especialmente la más conservadora, se trata de un experimento imaginario, estaría al borde del ataque de nervios al caer en la cuenta de qué enormidad de defectos atesora, y seguramente no encontrase psiquiatra capaz de aconsejarle y devolverle una cierta autoestima. No me consta, son embargo, que su personalidad sufra esa clase de afecciones, ni siquiera al leer la prensa americana, que tampoco se anda con remilgos a la hora de juzgarle.
Un tipo estrafalario
Trump es, para empezar, un personaje estrafalario, alguien que actúa sin que parezca importarle ni poco ni mucho el qué dirán, una cualidad que es muy extraño encontrar por estas latitudes. Creo que serían muy pocos los españoles que se atreviesen, por ejemplo, a salir a la calle con una de esas espantosas y larguísimas corbatas que luce sin el menor rebozo.
En paralelo a esa peculiar cualidad y vestimenta, Trump luce un ideario capaz de desconcertar a cualquiera. Por si fuera poco, resulta ser multimillonario, y, al parecer, ha tenido suerte con las mujeres, para decirlo de la manera más suave que se me ocurre, es decir que está destinado de manera inevitable a caer muy mal entre Hendaya y Gibraltar.
Su política personal nos ha tenido sometidos a una pregunta realmente notable, a saber si se atrevería, o no, a hacer algunas de las cosas que dijo en esa campaña que dio lugar a que todos los medios serios y todos los comentaristas capaces, con excepciones rarísimas, le augurasen un fracaso tras otro, no ser elegido candidato de los republicanos y, desde luego, no ganarle las elecciones a una profesional tan acreditada como la señora Clinton, a quien Obama, un dios político para tantos, ha respaldado de manera constante y decidida. Pero lo hizo, ganó, y está empezando a firmar decretos y a organizar un auténtico espectáculo, un terremoto como ha dicho en Madrid el director del Washington Post.
La democracia y sus equívocos
Aquí, donde la democracia se identifica con lo que cada cual considera especialmente sagrado, y se tiene como una auténtica religión política, capaz de justificar, por cierto, cualquier desafuero, se ha olvidado que la democracia es, para empezar, un sistema representativo y un régimen contable, capaz de mover de la poltrona al titular, si el elector encuentra motivos para hacerlo. La cuestión realmente interesante no es que haya triunfado Trump, sino que haya podido hacerlo, y lo que eso significa.
La elección presidencial en los EEUU ha dado un ejemplo particularmente claro de que las urnas sirven para despedir, para desposeer de su cargo y poner en la calle al que ha molestado a demasiados a un tiempo, y aunque eso irrite mucho a sus numerosos spartidarios, tal parece el caso con los demócratas de Obama y su sucesora natural, casi dinástica. Han sido despedidos, “You’re fired” fue uno de las frases características del Trump showman en la TV americana, y lo han sido por buena parte de los olvidados de América, por esos personajes que no parecían capaces de hacer oír su voz en medio de los atronadores mensajes de los grandes medios de comunicación situados en ambas costas. Claro está que no solo por ellos, pero ese tipo de gentes han tenido un papel protagonista en el cambio. Han ido a elegir a alguien que promete algunas cosas absurdas y que puede que resulten muy negativas, para ellos y para todos, como el burdo proteccionismo que preconiza Trump, pero han hecho algo esencial en una democracia, demostrar que son capaces de alterar los planes de quienes, en su nombre, dirigen la nación.
La democracia es, además, un sistema de separación de poderes y de respeto a normas que, hasta la fecha, ha venido funcionando con fortuna en los Estados Unidos, y habrá que ver hasta qué punto será Trump capaz de imponer sus visiones a una amplísima orquesta de representantes elegidos directamente por los electores, que está muy orgullosa de sus competencias y su poder, y que no se deben a nadie sino a esos ciudadanos que acaban de hacer patente su deseo de que cambien muchas cosas consideradas como normales en el sistema político norteamericano. Muchos de ellos, aunque puedan tratar de ponerse a rebufo del trumpismo, no comparten varias de las más sorprendentes ideas del magnate presidente, y puede que decidan dedicar bastantes esfuerzos a demostrarle quién manda realmente en los EEUU. Es algo que se verá y que no va a depender de otra cosa que de la determinación de unos y otros.
Una democracia en acción
Como con el caso del Brexit, en el que el parlamento británico se verá puesto entre la espada y la pared, con Trump en la Casa Blanca vamos a tener abundantes oportunidades de ver hasta qué punto responde el entramado institucional de las democracias o, en caso contrario, cómo se rinde ante mayorías que muy bien pudieran ser efímeras, fruto de un calentón. En un momento en que los sistemas democráticos atraviesan cierta crisis de legitimidad, será del mayor interés asistir a ese enfrentamiento en el que tanto se juega.
Los españoles, más allá de darse el gusto de presumir de lo muy mejores que somos respecto a Trump, de tener ideas superiores, hábitos más educados, y entender más de corbatas, deberíamos fijarnos en la lección de la democracia americana que ha mostrado suficiente energía electoral como para pegarle una patada al tablero de las suposiciones, las encuestas y los valores que se proclaman mayoritarios, sin serlo tanto.
Aquí los presidentes pueden permanecer en el puesto sin otros límites que su voluntad y, en ocasiones, hasta designan heredero, una de las cosas que no le han dejado hacer a Obama. Entre nosotros la división de poderes brilla por su ausencia y, consecuentemente, los políticos se dedican a obedecer a sus jefes de filas, en especial si es presidente del gobierno, y con la alianza de poderes amigos, pasan por alto actuaciones que jamás se consentirían en lugares algo más habituados a que la política sea otra cosa que una pura simulación.
Tal vez no estuviera mal que pensásemos hasta qué punto nuestra conformidad política no es síntoma de madurez sino de indolencia, y que los electores conservadores piensen si de verdad están obligados a votar cualquier cosa con tal de evitar lo que más temen, pues ese parece ser el eje del poderío electoral de la derecha. Los electores norteamericanos no han tenido miedo a cambiar, aunque tal vez se arrepientan del camino escogido para hacerlo, pero no puede haber democracia sin que funcione ese mecanismo esencial de la destituibilidad pacífica, sin que se supere el miedo a lo que pueda pasar.
Y un apunte más. El mundo está bastante revuelto, para bien y para mal, pensar que eso no vaya a pasarnos, más pronto que tarde, una pesada factura es tan ingenuo como creer que se le ha dado un disgusto a Trump al escribir un duro alegato contra sus ideas, o al ponerle a caldo en un tweet, formas, en fin, de vivir como si el mundo no existiese, como si nuestras deudas no las fuesen a heredar nuestros escasos herederos, como si todo fuese tan bien como le parece a Rajoy que va.
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ QUIRÓS Vía VOZ PÓPULI
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