Todavía hay quien se sorprende de que las izquierdas no culpen de los asesinatos a los terroristas, sino al gobierno de la víctima. Los últimos atentados en Berlín, Estambul o Irak nos han mostrado una vez más el pensamiento del populismo socialista que anega medios de comunicación y políticos televisivos. Su discurso es previsible: la petición de más control hace crecer a la extrema derecha, la responsabilidad es de los gobiernos occidentales, y la necesidad de hacer pedagogía para comprender la justicia de la idea que está detrás del terrorista.
Nada nuevo, aunque sí preocupante. La Nueva Izquierda de los sesenta presentó los terrorismos como una reacción lógica y justa a la opresión imperialista, capitalista y occidental. Eran movimientos de liberación nacional o social, expresión popular de la imposibilidad de los regímenes para aceptar que una “mayoría social” estaba en contra de las élites extractivas, la casta, los privilegiados o la oligarquía. El asesinato, el boicot, el secuestro, la extorsión y el robo eran manifestaciones de un pueblo oprimido por otro o por el establishment. Y los occidentales aburguesados de entonces, esos que cantaban a la revolución con la guitarra comprada por sus papás, y llamaban “fascista” a todo aquel que no pensara como ellos, veneraban al asesino Che Guevara, a los genocidas Guardias Rojos maoístas, a los criminales Pol Pot y Fidel Castro, así como a cualquier grupo terrorista que se dijera de izquierdas, como ETA.
Esa izquierda justificadora del terrorismo ha existido siempre en España. Sin embargo, hasta ahora había sido algo propio de grupúsculos. La crisis del régimen del 78, sobre todo por el desmoronamiento del PSOE, que ha abierto el campo a opciones izquierdistas varias, ha permitido que ese discurso aparezca como dominante.
El populismo socialista ha tomado como buena la interpretación que de la Transición hacían los grupos terroristas izquierdistas y la está difundiendo con éxito. El relato es tan infantil como poderoso. La democracia actual es heredera del franquismo, dicen, porque no es nada más que un truco de las “élites extractivas” para seguir enriqueciéndose. Se quitaron de en medio un régimen, el franquista, que no encajaba con las inquietudes de la clase media española ni con el entorno internacional. Nació así la farsa del régimen del 78: una falsa democracia, “atada y bien atada”, para continuar la extracción. Con ello, dicen podemitas, cuperos y escritores progres de la izquierda mediática, se hurtó al pueblo el ajuste de cuentas con la dictadura y la posibilidad de decidir su futuro. Por eso, concluyen, hay monarquía y no república, democracia liberal y no democracia social, así como una unidad nacional impuesta y no el “derecho a decidir” de sujetos colectivos inventados.
Esta interpretación del cambio de régimen sigue el viejo y falso mecanismo analítico marxista: la contradicción entre la infraestructura económica y la superestructura jurídica obliga a una transformación pero que, con el típico victimismo izquierdista, ha sido hasta ahora un giro lampedusiano: que todo cambie para que no cambie nada.
Estos izquierdistas han diluido el concepto de violencia, y se les oye decir que es más violento un desahucio o una persona rebuscando en la basura que un atentado terrorista. Es más; sostienen que una persona se decide a matar porque es pobre, o porque siente que los derechos del sujeto colectivo al que cree pertenecer no son respetados lo suficiente, o porque no se le escucha.
El mecanismo es sencillo: si no es posible llegar por las buenas al paraíso socialista o a la comunidad homogénea imaginada, se impone por la fuerza. La violencia se convierte así en una manifestación política como otra cualquiera, donde las víctimas son tanto los muertos como los asesinos, pero el culpable es el gobierno que no escucha al grupo terrorista. Ya dijo la alcaldesa de Madrid que la solución al yihadismo era sentarse a hablar con ellos. Y vimos a Pablo Iglesias teatralizando su horror a la “cal viva” del PSOE de González, al tiempo que aplaudía a Otegi.
La segunda rebelión de las masas, ésta que vivimos, se produce contra esta concatenación de estulticias, esas mismas que nos están llevando al abismo, a una decadencia que, sin entrar en el organicismo de Oswald Spengler, es más que evidente. Todo este tercermundismo y multiculturalismo impuesto por el consenso socialdemócrata, y que se ha convertido en el mainstream, en lo políticamente correcto, está tocando a su fin.
El socialismo no fue el culpable de que una de sus interpretaciones, que fue la nacionalsocialista, sostuviera la necesidad de reconstruir su comunidad pasando por el genocidio. Tampoco el islam es culpable de que la interpretación yihadista del Corán lleve el terror a todo el planeta. Y menos aún las sociedades occidentales y sus gobiernos son culpables del terrorismo. Sin embargo, tenemos a quien utiliza la violencia terrorista para construir un discurso político, o mediático, que sirva para derribar gobiernos, impulsar políticas, obtener notoriedad, o mover a las masas.
Los culpables del terrorismo son única y exclusivamente los terroristas, pero hay gente que no lo quiere comprender, que miente, o que construye otro discurso para atacar a los adversarios políticos. ¿O es que hemos olvidado lo que ocurrió tras los atentados del 11-M en Madrid?.
JORGE VILCHES Vía VOZ PÓPULI
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