El Gobierno logró bloquear el referéndum, pues lo que hubo fue una pantomina, pero millones de españoles se acostaron ayer abatidos tras ver a Puigdemont, Junqueras y Colau votando impunemente
La jornada de ayer, deplorable y amarga para España, fue la cristalización simbólica de varios fallos primigenios de nuestra democracia. El primero, la cesión a las comunidades de las competencias de Educación. El segundo, confiar en Jordi Pujol, que incluso recibía galardones por todo el país por su «seny» y contribución a la armonía nacional. Pujol gobernó Cataluña de 1980 a 2003. El cainismo enfermizo entre PP y PSOE, uno de nuestros males, llevó a Gonzálezprimero y a Aznar después a pasar por la taquilla pujolista. Nacionalista fervoroso y político taimado, con esas concesiones Pujol fue tejiendo un Estado catalán en la sombra, a la espera de un momento de debilidad de España para soltar amarras (amén de lucrarse con el dinero público de los catalanes).
El malestar por la crisis de 2008 fue abono de populismos, del Brexit a Podemos. En Cataluña se convirtió en la munición perfecta para activar el sueño separatista. Una opción que era residual cobró súbitamente todo el foco tras una formidable operación de ingeniería social, con olas de propaganda de escuela goebbeliana. En una lacerante paradoja, la campaña fue costeada por las arcas del propio Estado al que se pretendía destruir. Frente a tal acometida, el Gobierno de Rajoy descuidó la comunicación, la defensa emocional de España, la lucha por los corazones y el orgullo de país. Su aproximación funcionarial al problema ha resultado insuficiente.
Lo de ayer no fue un referéndum. Todo se quedó en una gran pantomima, una suerte de enésima Diada, gigantesca y con las urnas chinas de plástico como coartada. El Gobierno desarticuló la logística del Govern sedicioso. No hubo censo, ni junta electoral, ni siquiera papeletas regladas. Cada ciudadano podía votar dos veces, o incluso más, como probó ABC. Las reglas básicas de la democracia no existieron. La Generalitat separatista, marrullera siempre, incluso cambió las reglas de juego en la propia jornada. Al final podía votar quien quisiese, en la práctica sin necesidad de acreditación alguna. Fue la «performance» de una consulta. Pero ha dado la vuelta al mundo.
Hubo también otra Cataluña. Las imágenes de gresca opacan la foto completa. Testigos que recorrieron ayer Barcelona cuentan que fuera de puntos concretos imperaba una curiosa calma de domingo. Los incidentes y la tensión son innegables, pero es un error ignorar que existió otra Cataluña, ajena al desparrame emocional separatista.
Hay imágenes que nunca se debieron permitir. Finalmente, Puigdemont, Junqueras, Colau y Mas acabaron depositantdo su voto en urnas con sello de la Generalitat. El peso simbólico de esa imagen hace mucho daño a España. El Gobierno enfatizó una y otra vez que no se votaría. Pues bien: los cabecillas del golpe de Estado sí lo hicieron y a estas horas nada les ha ocurrido. ¿Sale gratis delinquir según quién seas y el cargo que ocupes? La irritación de millones de españoles, saturados del culebrón separatista, es enorme: golpistas que quedan impunes, un mal mensaje.
El Gobierno, tarde y mal. Nunca se debieron haber tolerado las sesiones en el Parlament de los pasados 6 y 7 de septiembre. Los sediciosos no ocultaron sus planes: de manera previa anunciaron que aprobarían dos leyes golpistas, destinadas a dinamitar España y el propio Estatuto de Cataluña. Pero se dejó hacer en nombre de un equivocado principio de prudencia y proporcionalidad.
«Si toleras el desorden para evitar la guerra, tendrás primero desorden y después guerra», advirtió el lúcido Maquiavelo. Churchill parafraseó la cita espetándosela a Chamberlain en los días de Hitler: «Se te ofreció elegir entre la deshonra y la guerra, elegiste la deshonra y también tendrás la guerra». Qué preclaras suenan esas frases hoy en Cataluña. La gestión de esta crisis tendrá secuelas políticas. La vicepresidenta ha defraudado las altas expectativas depositadas en ella, tanto dialéctica como tácticamente. El discurso de anoche de Rajoy, dándose por ganador de la jornada, sonó -ay- poco creíble. Es cierto que ha evitado la consulta, pero no que haya ocurrido algo gravísimo. Una vez más su alocución fue la de un gestor, no la de un alto estadista. Seamos sinceros: las fuerzas del Estado ni siquiera encontraron las urnas que luego desplegaron los sediciosos.
Los Mossos han dejado de ser un cuerpo fiable. Los mossos son una fuerza del Estado con competencias en Cataluña. Ayer se pusieron de perfil, su actuación fue displicente y a veces abiertamente burlona. Una traición que estaba cantada. El Gobierno de Rajoy, repleto de abogados del Estado y altos funcionarios, quisó creer hasta el final que se medía con personas homologables a ellos, respetuosas a la postre de la legalidad. No era así. El filibusterismo de mossos y Govern los ha desbordado. Es insólito que a estas horas el Estado no se haya puesto todavía al frente de los Mossos destituyendo sus mandos. Siete jueces investigan ya la lamentable inhibición de la policía catalana. En las calles españolas resuena una pregunta: ¿Qué más tiene que ocurrir en Cataluña para que se aplique el artículo 155 de la Constitución, diseñado exactamente para situaciones como esta?
PSOE, primero su ombligo y luego España. Ayer tiró la «E» de «Español» por la borda. Pésima noticia para el país. El líder de los socialistas catalanes, Miquel Iceta, pidió de mañana que la Policía y la Guardia Civil se retirasen y dejasen el paso expedito a los lugares de voto. La equidistancia de Sánchez entre Rajoy y Puigdemont en una jornada de rebelión contra nuestra democracia y sus críticas a las cargas policiales son una desealtad doliente, imperdonable. El PSOE se ha convertido en un talón de Aquiles de España. El pésimo liderazgo de Sánchez ha dejado campo abierto a la crecida del comunismo podemita y además no está en su sitio a la hora de defender la unidad nacional. Pura felonía.
Derrota en la prensa internacional. Es asombroso, y habla muy mal de nuestra diplomacia, que la mirada de los separatistas se haya impuesto en los principales medios de comunicación foráneos. El Gobierno, una vez más, no ha trabajado el frente mediático, en el que los separatistas se aplican con denuedo. La jornada volvió a hacer patente además el anómalo sector televisivo que sufrimos. La Sexta hizo una cobertura que presentaba la intervención del Estado para salvar nuestra democracia como una agresión intolerable a Cataluña. Roures, uno de los fundadores de la cadena y actual accionista, prestó sus instalaciones para el centro de prensa de la consulta ilegal, con el logo de su firma Mediapro destacado a la espalda del golpista Turull. Enfrente, TVE ofrecía un programa en directo flojo, con analistas de poco peso y un presentador de segunda línea. La comunicación mueve el mundo y hoy España no está bien defendida en ese frente.
¿Y ahora qué? Los sediciosos, crecidos, podrían proclamar unilateralmente la independencia en días sucesivos. Supodría, por fin, la aplicación inmediata del Artículo 155 y la toma de acciones legales contra los dirigentes del Govern insurrecto, que a día de hoy se mofan de nuestra justicia. Una crisis como la que vive España requeriría un Gobierno de coalición de los tres partidos constitucionalistas, PP, PSOE y Ciudadanos, que deberían unirse ante una emergencia nacional. Imposible con el actual líder del PSOE, un ególatra que detesta a Rajoy porque lo vapuleó dos veces en las urnas y fantasea con que su equidistancia le dará votos.
España se enfrenta a este envite, el mayor desde el golpe del 23-F de 1981 con un Gobierno en minoría y con los presupuestos del Reino en manos de otro partido nacionalista que exige cobrarse un precio, el PNV. Unas elecciones anticipadas darían a los españoles la posibilidad de dotarse con el Gobierno fuerte que requiere esta insólita, execrable y dañina situación, que pronto pasará factura a la economía española. España, el país grande del mundo desarrollado que más crece a día de hoy, corre desesperado tras un grupo de secidiosos que ni siquiera son mayoritarios en su región.
LUIS VENTOSO Vía ABC
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