Me sorprende la escasa atención que se ha dedicado a las competencias de los dirigentes, sobre todo en comparación con la que se presta a las de los líderes empresariales
Pedro Sánchez y el ex secretario general del PSOE Joaquín Almunia, en un
taller de la escuela de buen gobierno Jaime Vera. (Borja Puig / PSOE)
El PSOE ha celebrado una escuela de buen gobierno. Solo sé de ella lo que ha dicho la prensa, pero me ha hecho recordar un proyecto antiguo: estudiar en qué consiste y cómo puede desarrollarse el talento político.
Es evidente la importancia que tiene disponer de grandes políticos,
recuperar la nobleza de ese oficio, y, sin embargo, no nos hemos tomado
en serio su formación. La especialidad de Ciencias Políticas no se ocupa
de ello. Solo trata, en todo caso, de lo que un político debe saber de
derecho, economía, estructura política, ideologías políticas, etc. Pero
no estudia, por ejemplo, la estructura mental de un buen político, las
competencias que se le pueden elegir, la índole de la decisión. Este
olvido es reciente, porque la formación del político ha sido tratada con
asiduidad a lo largo de la historia.
La noción de competencias para un trabajo apareció en los años setenta, cuando el Departamento de Estado de EEUU pidió a un prestigioso psicólogo, David McClelland, que diseñara un programa para seleccionar a los futuros diplomáticos. Muy sensatamente, se dedicó a estudiar a los mejores profesionales para identificar sus competencias. Una de ellas, me sorprendió al conocerla: “Detectar con rapidez redes de influencia”. Me sorprende la escasa atención que se ha dedicado a las competencias de los políticos, sobre todo en comparación con la que se presta a las de los líderes empresariales. Sobre estos últimos y la bibliografía que suscitan pueden ver el blog de Juan Carlos Cubeiro, una de las personas que más saben en España de este tema.
Me
gustaría dedicar algunos artículos a las competencias exigibles a un
político. Sospecho que en breve plazo aparecerán muchos estudios, puesto
que empieza a debatirse si un programa de inteligencia artificial podría ser un gobernante más fiable que una persona. Ya hubo una candidatura —Watson for President—
en las elecciones de 2016. Pueden ver su página, The Watson 2016
Foundation. Watson es el más potente programa de inteligencia artificial
de IBM. Desde que apareció la inteligencia artificial, los psicólogos
se vieron obligados a analizar los procesos mentales con una precisión
inusitada. Lo mismo sucederá con la 'inteligencia política'.
El
primer obstáculo para describir el 'talento político' es que a lo largo
de la historia se ha escindido en dos actividades distintas: (1)
conseguir y mantener el poder y (2) gobernar. Por desgracia, la primera
meta —la más escabrosa— es la que con frecuencia se convierte en la
esencial. El poder político se ha conseguido a lo largo de la historia
por variados caminos: la fuerza, las coaliciones, los matrimonios, la
herencia, el dinero, la aclamación popular, etc. Después de múltiples
experiencias fallidas, todos estamos de acuerdo en que la democracia es
el mejor modo de permitir el acceso al poder. Esta es la parte brillante
de la historia. Pero eso ha hecho que la habilidad para alcanzar el
poder se haya especializado en cómo conseguir votos. Esta es la parte oscura.
Ahora se habla mucho de la posverdad, pero no es más que un avatar más de una historia muy vieja. Ya en 1928, Edward Bernays, un experto de la industria de las relaciones públicas, escribió: “La manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones de las masas es un elemento importante en una sociedad democrática”. Después de la Primera Guerra Mundial, el Ministerio de Información británico definía secretamente su labor como “dirigir el pensamiento de la mayor parte del mundo”. Quince años después, el influyente científico político Harold Lasswell explicó que cuando las élites no pueden apelar a la violencia, como ocurre en las democracias, los administradores sociales deben recurrir “a una técnica totalmente nueva de control, en gran parte a través de la propaganda”. “Debemos controlar a la gente —añadió— por su propio bien”.
Por muy cínicas que parezcan estas afirmaciones, lo son menos que las que Aristóteles expresó en su 'Política' sobre los artificios que utiliza el mal político para preservar su poder. “Envilecer el alma de sus súbditos”, porque un hombre pusilánime es incapaz de rebelarse, “sembrar entre ellos la desconfianza”, “empobrecerlos”.
La conclusión es evidente: la competencia política más importante en una democracia, el talento político originario, es la capacidad del votante para resistir las trampas de la propaganda, de la excitación emocional, de la manipulación de las creencias. Permitiría que los políticos no tuvieran que apelar a técnicas de persuasión y de propaganda poco recomendables, como estamos viendo en la actualidad. Los últimos escándalos sobre redes sociales deberían hacernos meditar. Si los ciudadanos nos dejáramos llevar por argumentos en vez de por eslóganes, elegiríamos mejor a nuestros políticos.
JOSÉ ANTONIO MARINA Vía EL CONFIDENCIAL
La noción de competencias para un trabajo apareció en los años setenta, cuando el Departamento de Estado de EEUU pidió a un prestigioso psicólogo, David McClelland, que diseñara un programa para seleccionar a los futuros diplomáticos. Muy sensatamente, se dedicó a estudiar a los mejores profesionales para identificar sus competencias. Una de ellas, me sorprendió al conocerla: “Detectar con rapidez redes de influencia”. Me sorprende la escasa atención que se ha dedicado a las competencias de los políticos, sobre todo en comparación con la que se presta a las de los líderes empresariales. Sobre estos últimos y la bibliografía que suscitan pueden ver el blog de Juan Carlos Cubeiro, una de las personas que más saben en España de este tema.
El
primer obstáculo para describir el 'talento político' es que se ha
escindido en dos actividades distintas: conseguir el poder y gobernar
Cuando el poder es conseguir votos
He titulado el articulo “El talento político” porque me interesa reivindicar el concepto de 'talento'.
Talento es la inteligencia en acción, su buen uso, la inteligencia
triunfante. Lo defino como la capacidad de elegir bien las metas, y
manejar la información necesaria, gestionar las emociones y ejercitar
las virtudes de la acción necesarias para alcanzarlas. Me interesa usar
este concepto porque, como he mostrado en 'Objetivo: generar talento', el talento no aparece antes, sino después de la educación. Por eso se puede aprender. También el talento político.
Ahora se habla mucho de la posverdad, pero no es más que un avatar más de una historia muy vieja. Ya en 1928, Edward Bernays, un experto de la industria de las relaciones públicas, escribió: “La manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones de las masas es un elemento importante en una sociedad democrática”. Después de la Primera Guerra Mundial, el Ministerio de Información británico definía secretamente su labor como “dirigir el pensamiento de la mayor parte del mundo”. Quince años después, el influyente científico político Harold Lasswell explicó que cuando las élites no pueden apelar a la violencia, como ocurre en las democracias, los administradores sociales deben recurrir “a una técnica totalmente nueva de control, en gran parte a través de la propaganda”. “Debemos controlar a la gente —añadió— por su propio bien”.
La competencia política más importante en una democracia es la capacidad del votante para resistir las trampas de la propaganda
Por muy cínicas que parezcan estas afirmaciones, lo son menos que las que Aristóteles expresó en su 'Política' sobre los artificios que utiliza el mal político para preservar su poder. “Envilecer el alma de sus súbditos”, porque un hombre pusilánime es incapaz de rebelarse, “sembrar entre ellos la desconfianza”, “empobrecerlos”.
La conclusión es evidente: la competencia política más importante en una democracia, el talento político originario, es la capacidad del votante para resistir las trampas de la propaganda, de la excitación emocional, de la manipulación de las creencias. Permitiría que los políticos no tuvieran que apelar a técnicas de persuasión y de propaganda poco recomendables, como estamos viendo en la actualidad. Los últimos escándalos sobre redes sociales deberían hacernos meditar. Si los ciudadanos nos dejáramos llevar por argumentos en vez de por eslóganes, elegiríamos mejor a nuestros políticos.
JOSÉ ANTONIO MARINA Vía EL CONFIDENCIAL
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