Que se pone de manifiesto en el actual
clima antipartidista y en la creciente desconfianza que la ciudadanía tiene
sobre los partidos
¡La República en Marcha!, el movimiento político fundado por Macron hace poco más un año se consolida. El outsider Macron, ya presidente de Francia, ha vuelto a triunfar en la segunda vuelta de las elecciones legislativas y ha obtenido la mayoría absoluta con 308 escaños (y su aliado MODEM 42 escaños) de un total de 577 que tiene la Asamblea. Los partidos políticos clásicos han sido derrotados otra vez, especialmente el Partido Socialista, que solo ha conseguido 30 escaños mientras que en 2012 fue el partido vencedor con 258 escaños. Los Republicanos derechistas han logrado un modesto segundo puesto con 113 escaños. También se han hundido los populismos del Frente Nacional (aunque ha sido elegida diputada Marine Le Pen) y de la izquierda alternativa. Y la abstención ha sido de un 57,4 %, una cifra record que manifiesta el hartazgo del electorado de la política y de los partidos. ¡En Francia el panorama político ya no es lo que era!. La crisis y decadencia de los partidos se intensifica: el terremoto político se ha completado, pues Macron logra su asalto democrático a la Asamblea para cambiar de arriba a abajo la política francesa.
El presidente de Francia, Emmanuel Macron. (Reuters)
Sí, la política ya no es lo que era en ciertos países. La decadencia de los partidos politicos es imparable. Este proceso comenzó hace años. Desde entonces, en numerosos países se vienen repitiendo manifestaciones
callejeras, como las del 15-M de 2011 en Madrid, en las que los indignados
ciudadanos desdeñan a los representantes políticos coreando enfáticamente “¡que
no!, ¡que no!, ¡que no nos representan!”. El movimiento y las protestas de los
indignados antisistema se han generalizado globalmente, pues colectivos de
indignados de todo el mundo convocaron a los ciudadanos a “reapropiarse de la
política”, que ha sido secuestrada por los políticos que dicen ser nuestros
representantes. Ahora, en Francia, el 57,4 % de los electores se han abstenido en las elecciones legislativas del 18 de junio, y "pasan" de los políticos y de los partidos, deslegitimando así al sistema democrático representativo.
La actual falta de
sintonía entre ciudadanos y establishment conduce a enfrentamientos sociales
crecientes. En ciertas naciones ya ha comenzado la venganza de
la mayoría silenciosa de ciudadanos. Efectivamente, algunas elecciones o referéndums
celebrados desde hace un año hasta hoy han dado resultados sorprendentes: recordemos el Brexit; el presidente
Trump de Estados Unidos; la elección de Macron como presidente de Francia, quien no
pertenece a ningún partido político, y su victoria en la segunda vuelta de las elecciones legislativas; el secretario general del PSOE, Pedro
Sánchez, elegido en primarias por los afiliados, a pesar del Comité Federal, de
los barones y de los caciques del PSOE; el laborista Corbyn, que ha sabido
revitalizar su partido con la energía que le aporta Momentum, un grupo de
presión de izquierdas con más de 24.000 miembros y 200.000 simpatizantes que
ven en Corbyn al personaje que puede cambiar de una vez por todas la política
británica;....Actualmente, otros líderes europeos se preparan para liberar a
las mayorías de sus ciudadanos, que los políticos marginan y explotan en
beneficio de grupos minoritarios bien organizados.
Esos resultados contra
el establishment han tenido lugar a pesar de que los gobiernos, los medios de
comunicación y la movilización de los grupos minoritarios a favor de lo
políticamente correcto se volcaron para que los resultados favoreciesen a los
candidatos de los partidos y a los designios de los oligarcas del poder
mundialista y multicultural. Ahora recorre el mundo un sentimiento de
temerosa esperanza popular, pues parece
existir una poderosa rebelión contra las élites dominantes.
Desde
luego, los ciudadanos ya no tenemos confianza en nuestros políticos, ni del
Gobierno ni de la oposición, porque estamos convencidos de que a la clase
política lo único que les guía es el mantenimiento de sus privilegios y de sus
intereses particulares, porque desde hace
muchos lustros son, en terminología de Acemoglu y Robinson (en su libro Por qué fracasan las naciones), una
élite extractiva que estableció "un sistema de captura de rentas que
permite, sin crear riqueza nueva, detraer rentas de la mayoría de la oblación
en beneficio propio". En España, el
concepto de 'élite extractiva' ha adquirido un carácter restrictivo, pues se
suele hacer una equivalencia entre élite extractiva y clase política.
Y si los partidos
políticos no se actualizan y se adaptan a estos cambios, inevitablemente irán
perdiendo votos populares, como ha ocurrido en Francia en las elecciones legislativas el 18 de junio. La actual clase política tiene agotamiento vital
porque pertenece al siglo XX y no tiene capacidad ni disposición para entender
a la actual ciudadanía del siglo XXI. Si quieren regenerar la democracia,
los políticos tendrán que hacer profundas reformas que los conviertan en
verdaderos representantes de los ciudadanos. Y tendrán que hacerlo pronto,
antes de que sea demasiado tarde; o sea, antes de que la democracia
participativa los elimine.
Actualmente la democracia representativa parece ser ya insuficiente
para colmar las demandas ciudadanas, por lo que se abre paso la creciente
necesidad de instaurar una democracia verdaderamente participativa o, incluso
directa, porque ahora tenemos ya avances tecnológicos que han abierto la
posibilidad de manifestar directamente nuestras opiniones y preferencias sobre
temas legislativos y la organización política del Estado. Las tecnologías de la
información y las redes sociales posibilitan el rearme de la ciudadanía y la
devolución del poder al pueblo.
Este
tránsito hacia una democracia más participativa no supondrá la inexistencia de
representantes políticos, sino que estos cada vez más representarán a los
ciudadanos y no a los partidos. Serán elegidos directamente por el pueblo,
posiblemente en distritos uninominales en segunda vuelta, y servirán a sus
electores, no a los partidos. Por lo tanto, esos
representantes políticos no serán simples buzones de correo ni títeres de las
masas, sino verdaderos representantes de la gente. En definitiva, los ciudadanos no quieren elegir partidos, sino a
personas honradas, competentes y eficaces. En fin se trata de conseguir un
mayor y eficaz equilibrio entre el poder y la libertad; a pesar de que el
establishment se resista a compartir o a parcelar su poder. Y, sobre todo,
se ha de elegir directamente a líderes creíbles, capaces de comprender y
solucionar los problemas que interesan a la ciudadanía.
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Y en España, un Estado todavía políticamente
subdesarrollado, el inmenso malestar social generado por la crisis
económica y la incapacidad de los últimos gobiernos (del PSOE y del PP) para
resolver los graves y crecientes problemas económicos, sociales y políticos que
nos aquejan, han generado un gran
problema de desconfianza en nuestro sistema político; pues aquí los diputados
son seleccionados y propuestos por los partidos en listas cerradas y
bloqueadas. Los ciudadanos eligen partidos, no a personas, y los políticos
resultantes representan a sus partidos, pero no a la gente. En España
todavía no hay verdadera democracia representativa de los ciudadanos.
Los partidos políticos españoles son
cupulocráticos, autoritarios, endogámicos y tratan a los españoles como menores
de edad política, por lo que solo les ofrecen listas cerradas y bloqueadas de
candidatos a representarlos políticamente. Funcionan como una estructura
piramidal que ignora la democracia interna y que aplica la disciplina de
partido a los comportamientos de sus afiliados. Además los políticos están solo
al servicio de su partido que los ha propuesto en sus listas de elegibles, por
lo que no se consideran mandatarios de los ciudadanos.
La Partidocracia española ha fomentado
una nueva clase social extractiva, los políticos y sus privilegiados mandantes
o poderes fácticos, que expolian a los ciudadanos, a la clase contribuyente. La
clase extractiva, gobernante o influyente, es numéricamente pequeña pero muy
poderosa política y económicamente, pues sus tentáculos llegan a todos los
sectores sociales españoles, en los que introducen la corrupción, que no es solamente personal pues también es institucional
o sistémica.
Sin
embargo, la gente tolera cada vez menos que los partidos políticos sean
inmovilistas en cuanto a la regeneración democrática, o que cambien solamente
algo para que todo siga igual; lo que los españoles exigimos ahora es que
nuestros mandatarios, los políticos sean elegidos directamente por los
ciudadanos, que sean honrados e íntegros en sus comportamientos, y que
efectivamente se comprometan a regenerar democráticamente una España
políticamente corrupta. España no resolverá sus graves problemas mientras la
clase política no dependa directamente de los ciudadanos
En todo caso, la sociedad civil
española va a tener que luchar duramente contra la partitocracia dominante y
sus agentes políticos, que no quieren dejar de ejercer el avasallador dominio
que ejercen sobre los ciudadanos españoles, y que harán todo lo posible para
que no se instaure una auténtica democracia. Sin duda, los políticos van a
defender encarnizadamente sus privilegios y sus puestos de trabajo, que están
en peligro de extinción. Actualmente, la partitocracia y los políticos son,
paradójicamente, el obstáculo principal que impide la verdadera regeneración
democrática de España porque subordinan el bienestar y la voluntad popular a
sus propios intereses y privilegios.
La crisis del
Estado de partidos podría tener una salida positiva si se reformase hacia una
Monarquía parlamentaria, como establece la Constitución; pero modificando la
Ley Electoral para instaurar el diputado de distrito uninominal, con doble
vuelta; es decir, si se estableciera una democracia verdaderamente
representativa hoy inexistente. Pero si se mantiene el continuismo,
“como siempre”, o se produce un ascenso del populismo rupturista, el régimen de
Constitución de 1978 tiene el riesgo de pasar pronto a ser historia.
Para conseguir
una completa regeneración política que elimine la dictadura de los partidos y
el nefasto caudillaje caciquil de sus líderes, es preciso que
haya un decisivo rearme de una sociedad civil capaz de
obligar a los partidos a un cambio radical con el objetivo de
desmantelar la partidocracia e instaurar en España una verdadera democracia,
devolviendo la soberanía popular a sus únicos propietarios: los ciudadanos, la
gente. Desde luego, este cambio ha de comenzar con el logro de un
objetivo estratégico: una modificación sustancial de la legislación
electoral que permita a los ciudadanos elegir directamente a sus representantes
políticos en distritos unipersonales; es
decir, al llamado diputado de distrito.
En todo este proceso la sociedad civil, organizada en movimientos y
plataformas, tendrá que intensificar cada vez más la presión a los
partidos políticos y proponer una eficaz política por
objetivos con el fin de profundizar en la regeneración
política y conseguir la auténtica democratización, acometiendo para ello las
reformas que sean necesarias de nuestra obsoleta Constitución, porque ya
somos mayores de edad políticamente y no necesitamos ni aceptamos la nefasta
tutela de los partidos ni sus listas cerradas y bloqueadas de candidatos. El caso de Francia es paradigmático: el movimiento La República en Marcha de Macron, que fue creado hace 14 meses, ha conseguido una amplia mayoría absoluta de escaños en las elecciones legislativas celebradas en segunda vuelta el pasado 18 de junio. Además, los electores franceses se han abstenido masivamente en esas elecciones: el 57,4 %, lo que deslegitima el sistema democrático representativo.
La nueva política debería ser
radical y establecer un sistema de libre acceso basado en el
mérito, la capacidad y el esfuerzo, con instituciones objetivas y neutrales.
Los políticos deben ser elegidos directamente por los ciudadanos. Los nuevos partidos: Podemos, Ciudadanos, ...solo quieren
integrarse en el sistema existente, en la Partidocracia, en la clase
extractiva, para participar en el reparto del pastel. ¡La Partidocracia está condenada a muerte!. Su salvavidas es la instauración del Diputado de Distrito. Si la Partidocracia no se transforma en democracia representativa, el sistema estallará y acabará siendo devorado por los populismos partidarios de la democracia participativa o, incluso, directa.
En todo caso, para
que nuestro sistema político deje de ser partidocrático y se convierta en una
verdadera y satisfactoria democracia representativa, hay que exigir que
se instaure el mandato personal, expreso, concreto y revocable, de los
votantes sobre sus representantes mediante una reforma de la Ley Electoral que
habilite la elección en circunscripciones uninominales del diputado de
distrito, a doble vuelta, aunque sea en la medida de lo posible hasta que se modifique el artículo
68 de la vigente Constitución española.
JOAQUÍN JAVALOYS
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