Hay que tomar en serio el hecho de que el PSOE plantee nada menos que remover uno de los pilares de la Constitución, como es la definición nacional de España
Varias personas ondean la estelada durante una manifestación a favor de la independencia. (Reuters)
Como estamos en España, donde nadie mira a la pelota sino al nombre y al color de la camiseta de quien la lleva, ha bastado que Pedro Sánchez se suba al carro de la plurinacionalidad
para ver jalear la nueva causa a jacobinos de toda la vida, y a
veteranos defensores de los hechos diferenciales mesarse los cabellos.
El propio Sánchez ha pasado con gran soltura de la macrobandera española a la multibandera, sin que parezca obedecer a algo más profundo que un recurso táctico.
No obstante, hay que tomar en serio el hecho de que uno de los dos partidos que han gobernado durante toda la democracia plantee nada menos que remover uno de los pilares de la Constitución, como es la definición nacional de España. ¿Por qué y para qué se hace esa propuesta?
Se puede discurrir, en el plano del análisis, sobre la complejidad del hecho nacional en España, incluso reconocer en su naturaleza una pluralidad de rasgos nacionales: una tesis con la que no me cuesta simpatizar. Pero cosa muy distinta es sostener que ello deba conducir, aquí y ahora, a reformular nuestra identidad constitucional.
Lo primero forma parte de la interpretación histórica y del debate social. Lo segundo es una decisión política trascendente con efectos de gran alcance; y hay que justificarla con criterios convincentes de oportunidad, coste, beneficio, viabilidad y consenso.
Sí, todos conocemos las legendarias polémicas entre Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz, desde el exilio, sobre la formación histórica de España. Aprendimos de las reflexiones de nuestros mayores pensadores, que llevan siglos reflexionando sobre el ser de España. Nos llegó el eco del mítico debate entre Ortega y Azaña sobre el Estatuto de Cataluña, de relectura obligada. Y los que vivimos la Transición somos muy conscientes de que la palabra 'nacionalidades' del artículo 2 de la Constitución es un eufemismo, nacido de la delicada coyuntura en que se redactó.
Los que vivimos la Transición somos muy conscientes de que la palabra 'nacionalidades' del artículo 2 de la Constitución es un eufemismo
Pero también sabemos que ese texto señala el umbral máximo de consenso que ha sido posible en España sobre esta materia. Desplazar la aguja en cualquier dirección conllevaría un deterioro del nivel de acuerdo realmente alcanzable, lo que no es cosa menor cuando se trata del marco constitucional que debe acogernos a todos.
Según el CIS, dos de cada tres españoles se declaran partidarios del actual Estado de las Autonomías. Aumentando o reduciendo las competencias de las comunidades autónomas, pero respetando el plano del edificio y sin alterar sus fundamentos.
¿Qué beneficios y qué costes supondría llevar a la práctica un cambio como el que se sugiere? ¿Acaso es siquiera posible hacerlo, o estamos solamente brindando al sol?
El PSOE afirma que con su confusa propuesta no tiene intención de afectar a la soberanía nacional ni al diseño básico del Estado autonómico. Seguiríamos teniendo lo que tenemos: un Estado unitario y descentralizado, con autogobierno para todas sus CCAA y con singularidades que se reflejan en los respectivos estatutos. Alforjas demasiado pesadas para tan corto viaje, me parece a mí. Y un lío gigantesco garantizado.
El PSOE afirma que con su confusa propuesta no tiene intención de afectar a la soberanía nacional ni al diseño básico del Estado autonómico
No se necesita reescribir el artículo 2 de la Constitución para acentuar el carácter federal del Estado, que es lo que desean los socialistas. El federalismo tiene que ver con delimitación de competencias, mecanismos de cooperación y de solución de los disensos y redefinición del Senado.
Se puede federalizar el Estado sin tocar la palabra 'nacionalidades' ni cuestionar el monopolio de la soberanía por el pueblo español (un sujeto colectivo cuya existencia quedaría impugnada por la plurinacionalidad, porque si hay algo claro en la teoría política, es que a cada nación le corresponde su propio pueblo).
Hay que atender a los términos reales en que se plantea ese debate en España, que distan mucho de ser académicos. El reconocimiento formal de algunos territorios como nación no es una reclamación cultural o sentimental, es una exigencia política permanente de las fuerzas nacionalistas.
Y para ellas está totalmente ligada a la aspiración soberanista.
Es inocente o muy hipócrita pretender que en España el debate sobre la plurinacionallidad puede disociarse del de la soberanía. Podría ser así en la teoría, en el mundo del pensamiento, pero definitivamente no lo es en la realidad, y mucho menos en este momento.
Es evidente que para quienes lo tienen en su ideario —mayormente, los nacionalistas— el estatus jurídico de nación es la puerta necesaria hacia la autodeterminación. Y si no es eso, si fuera solo una concesión cultural o algo tan vaporoso como la expresión de un sentimiento, el asunto pierde todo interés para ellos.
Ayer reproducía Zarzalejos la respuesta de Patxi López a su propia pregunta (“Pedro, ¿tú sabes lo que es una nación?”). Dice el exlendakari: “Simplemente, es la definición de un conjunto de personas, de ciudadanos, que se sienten partícipes de una misma lengua, de una misma historia, de una misma tradición y de una misma cultura”. Y añade, por si no había quedado claro: “La definición de un Estado como plurinacional no conlleva ni el derecho de autodeterminación, ni el derecho a decidir ni la soberanía”. Enternecedor.
La plurinacionalidad así formulada es una tomadura de pelo, una estafa para los nacionalistas. No serviría para contentarlos, sino para defraudarlos aún más. Sería un inútil sucedáneo de lo que realmente desean —y no lo ocultan—. Y si alguien cree que con ese placebo se aplacaría el órdago insurreccional desde Cataluña, es que no se ha enterado de nada.
La propuesta del PSOE no resuelve ningún problema y puede crear muchos más. No altera la arquitectura del Estado autonómico ni mejora su funcionamiento; no aumenta el consenso, sino que lo reduce; ni siquiera es viable en la práctica, dada la distribución de las fuerzas políticas.
En el fondo, me parece más coherente la posición de Podemos, que al reconocimiento de la plurinacionalidad añade su correlato inevitable, derecho de autodeterminación para todos.
Si la propuesta socialista es de fondo, deben explicarla a fondo y sin argucias retóricas para salir del paso. Deben contar también cómo pretenden sacarla adelante aquí y ahora, con este Parlamento o con cualquier otro razonablemente imaginable. Cómo conseguirán el voto de 233 diputados y 177 senadores sin contar con el PP, y el posterior respaldo en referéndum.
Pero si la propuesta es solo táctica, como parece, y su propósito es mostrar la cacha a los aliados potenciales del secretario general y de paso cercar al PP, por favor que busquen otras causas menos peligrosas para quedar bonitos. Porque no se juega impunemente con las cosas de convivir.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
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