Alguien debió aconsejar a Iglesias que la plurinacionalidad de España no puede presentarse en términos ambiguos
El líder de Podemos, Pablo Iglesias, durante una de sus intervenciones en la moción de censura. (Reuters)
El tramo del debate de la moción de censura que ayer concluyó con su rechazo por el Congreso y que resultó letal para el candidato, Pablo Iglesias, fue aquel en el que los nacionalistas vascos, a través de Aitor Esteban, y los independentistas catalanes —exconvergentes—, a través de Carles Campuzano, le espetaron al líder de Podemos que se abstenían porque no tenían claro su modelo de Estado
y la articulación de su proclamada plurinacionalidad de España. Ahí, el
debate se le fue de las manos a Iglesias, mucho más aún cuando la
representante de EH-Bildu y el de ERC —el siempre tronante Joan Tardà— le ofrecieron su apoyo.
Los nacionalismos-secesionismos catalán y vasco se desdoblaron de modo
que los tradicionalmente considerados 'moderados' no avalaron a
Iglesias, y los usualmente reconocidos como más o menos radicales, le
secundaron.
Alguien debió aconsejar a Iglesias que la plurinacionalidad de España no puede presentarse en términos ambiguos: o se plantea como una reforma del artículo 2º de la Constitución para que España sea un país confederal (en el mejor de los casos) o se explica que el Estado ya lo es desde 1978 porque hay un reconocimiento expreso de determinadas nacionalidades y, a través de los estatutos, una pluralidad institucional, lingüística y cultural que es la única que resulta compatible con la soberanía de la única nación política —la española— que es la que fundamenta la Carta Magna. En esa línea estuvieron, obviamente, el Gobierno, el PP y Ciudadanos, pero también el sobrio José Luis Ábalos, portavoz entonado del 'nuevo' PSOE de Sánchez, que no acompañó a Iglesias en esa aventura de evocaciones cantonales, republicanas y constituyentes que nos estaba remitiendo al siglo XIX con su azarosa y casi nonata I República.
Está claro que la monarquía (“partidos dinásticos”, “centralismo borbónico”) y el modelo de Estado son para Iglesias un dolor de cabeza enorme porque su destrucción solo concita la adhesión —además, oportunista— de las fuerzas más radicales pero ni siquiera convence a los nacionalismos burgueses, aunque, en esta coyuntura, el catalán de Campuzano (valientemente se reconoció de orígenes católicos, lo que honra a la verdad histórica de un catalanismo muy perfilado desde principios del siglo pasado) sea más secesionista que meramente identitario. Ahí tiene el líder de Podemos un problema, porque esos partidos de largo recorrido (el PNV y la ex CDC) tienen el olfato de un sabueso y saben muy bien que esa izquierda de la Complutense es más jacobina que la derecha con la que Aitor Esteban, Iñigo Urkullu y Ortuzar firmaron el pacto presupuestario, la liquidación del cupo de los últimos 10 años y, seguramente, los términos de la próxima ley quinquenal. Y, si la fortuna nos depara suerte, de haber acuerdo con el PDeCAT, será con el PP, el PSOE y Ciudadanos, pero no con los morados y sus confluencias.
Por lo demás, la intervención de Ábalos sobre el puzle que de España quiso dibujar Iglesias le dejó colgado de la brocha, lo que además de ayudarle a justificar la abstención del PSOE, mostró a la audiencia una aritmética contundente en el Congreso sobre el modelo territorial del Estado: podrá derivar a más federal, podrá mantenerse instalado en una autonomismo corregido, pero no derrapará a una suerte de Estado confederal (o a un cantonalismo). La pregunta la hizo el portavoz de los socialistas: qué territorio de todos los que citó Iglesias tiene derecho a la autodeterminación y cuales no lo tendrían. “¿Qué España quedaría?”.
Toda la arquitectura constitucional se puede cambiar si se quiere y se puede, pero hay que distinguir entre reforma y proceso constituyente.
Podemos y sus dirigentes deben madurar muy mucho la forma y el modelo de Estado que pretenden, si es que los quieren diferentes a los actuales. Somos ciudadanos de un Estado de derecho, autonómico, con una monarquía parlamentaria, nuestra Constitución reconoce amplios derechos y libertades, también los hechos diferenciales, sean regionales o nacionalidades históricas —las forales incluidas—, y toda la arquitectura constitucional se puede cambiar si se quiere y se puede, pero hay que distinguir entre la reforma (agravada o no, pero reforma) y el proceso constituyente (derrumbar el edificio constitucional y diseñar otro). Si Podemos e Iglesias están por esa segunda opción, les apoyarán EH-Bildu, ERC y —hasta cierto punto, pero no infinitamente— Compromis. Y hasta ahí llegó el debate y justo en ese tramo se le escapó de las manos a Iglesias. Luego, no hubo nada, a la espera de que haya mucho en las próximas semanas, en los próximos meses.
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS Vía EL CONFIDENCIAL
Alguien debió aconsejar a Iglesias que la plurinacionalidad de España no puede presentarse en términos ambiguos: o se plantea como una reforma del artículo 2º de la Constitución para que España sea un país confederal (en el mejor de los casos) o se explica que el Estado ya lo es desde 1978 porque hay un reconocimiento expreso de determinadas nacionalidades y, a través de los estatutos, una pluralidad institucional, lingüística y cultural que es la única que resulta compatible con la soberanía de la única nación política —la española— que es la que fundamenta la Carta Magna. En esa línea estuvieron, obviamente, el Gobierno, el PP y Ciudadanos, pero también el sobrio José Luis Ábalos, portavoz entonado del 'nuevo' PSOE de Sánchez, que no acompañó a Iglesias en esa aventura de evocaciones cantonales, republicanas y constituyentes que nos estaba remitiendo al siglo XIX con su azarosa y casi nonata I República.
Un Iglesias 'presidenciable' tiende la mano al PSOE y vende bienestar a golpe de chequera
Está claro que la monarquía (“partidos dinásticos”, “centralismo borbónico”) y el modelo de Estado son para Iglesias un dolor de cabeza enorme porque su destrucción solo concita la adhesión —además, oportunista— de las fuerzas más radicales pero ni siquiera convence a los nacionalismos burgueses, aunque, en esta coyuntura, el catalán de Campuzano (valientemente se reconoció de orígenes católicos, lo que honra a la verdad histórica de un catalanismo muy perfilado desde principios del siglo pasado) sea más secesionista que meramente identitario. Ahí tiene el líder de Podemos un problema, porque esos partidos de largo recorrido (el PNV y la ex CDC) tienen el olfato de un sabueso y saben muy bien que esa izquierda de la Complutense es más jacobina que la derecha con la que Aitor Esteban, Iñigo Urkullu y Ortuzar firmaron el pacto presupuestario, la liquidación del cupo de los últimos 10 años y, seguramente, los términos de la próxima ley quinquenal. Y, si la fortuna nos depara suerte, de haber acuerdo con el PDeCAT, será con el PP, el PSOE y Ciudadanos, pero no con los morados y sus confluencias.
Por lo demás, la intervención de Ábalos sobre el puzle que de España quiso dibujar Iglesias le dejó colgado de la brocha, lo que además de ayudarle a justificar la abstención del PSOE, mostró a la audiencia una aritmética contundente en el Congreso sobre el modelo territorial del Estado: podrá derivar a más federal, podrá mantenerse instalado en una autonomismo corregido, pero no derrapará a una suerte de Estado confederal (o a un cantonalismo). La pregunta la hizo el portavoz de los socialistas: qué territorio de todos los que citó Iglesias tiene derecho a la autodeterminación y cuales no lo tendrían. “¿Qué España quedaría?”.
Toda la arquitectura constitucional se puede cambiar si se quiere y se puede, pero hay que distinguir entre reforma y proceso constituyente.
Podemos y sus dirigentes deben madurar muy mucho la forma y el modelo de Estado que pretenden, si es que los quieren diferentes a los actuales. Somos ciudadanos de un Estado de derecho, autonómico, con una monarquía parlamentaria, nuestra Constitución reconoce amplios derechos y libertades, también los hechos diferenciales, sean regionales o nacionalidades históricas —las forales incluidas—, y toda la arquitectura constitucional se puede cambiar si se quiere y se puede, pero hay que distinguir entre la reforma (agravada o no, pero reforma) y el proceso constituyente (derrumbar el edificio constitucional y diseñar otro). Si Podemos e Iglesias están por esa segunda opción, les apoyarán EH-Bildu, ERC y —hasta cierto punto, pero no infinitamente— Compromis. Y hasta ahí llegó el debate y justo en ese tramo se le escapó de las manos a Iglesias. Luego, no hubo nada, a la espera de que haya mucho en las próximas semanas, en los próximos meses.
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS Vía EL CONFIDENCIAL
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