El atrezzo actual del PSOE es un falso oasis. Hay líder. Pedro Sánchez. La militancia se encargó de volver a resituarlo en las Primarias tras el disparo al amanecer del aparato. Ese mismo 'establishment', alrededor de Susana Díaz, que le ha entregado el timón de la nave socialista a la espera de que llegue la tormenta que le haga abandonar la sala de máquinas para siempre. Ahora todo son días de vino y rosas para Sánchez. Gritos de "presidente, presidente" entre sus fieles. Mensajes 'ad hoc' para los suyos, como respuesta. "Hoy hemos puesto al PSOE rumbo a La Moncloa", les dice. Litros de gasolina emocional para clausurar un Congreso que ha vuelto a retratar la verdadera realidad de los socialistas. La división es irreparable por más que Patxi López pueda aparecer como el pegamento entre ambos bandos. El PSOE está dividido entre dos extremos irreconciliables. En una esquina los que defienden un concepto de partido estructurado para administrar el poder, desde el gobierno o desde la oposición, con el fin de mantener a la familia del partido unida y en paz. Frente al bando que representa Díaz se enfrenta ese 'new age' del socialismo que abandera Sánchez. El giro descarado a la izquierda para recuperar votos en el caladero de Podemos.
Los riesgos de abandonar el espacio de centro izquierda son superlativos para el PSOE, entre otras cosas porque el electorado de izquierda pura, izquierda radical, siempre va a preferir el original a la copia, y en ese mano a mano al socialismo podría ocurrirle con Podemos lo que, de momento solo en las encuestas, le ha sucedido a CiU con ERC. Sin embargo, Sánchezse ve ahora crecido frente al desnortadoPablo Iglesias de la moción de censura. Su brújula marca La Moncloa únicamente recuperando el liderazgo de la izquierda española, con la agresividad que conlleva ese posicionamiento. Lejos quedan esos días en los que Sánchez pactó con Rivera ser investido presidente del Gobierno. Apoyarse en el espectro político de Ciudadanos, más centrado, puede suponer la diferencia entre ser un partido de oposición o bien de Gobierno, como le ha señalado Felipe González, en una clara alusión a la necesidad de obtener buenos resultados en las futuras elecciones. De no ser así, Sánchez volverá a ser ajusticiado por el aparato que ahora ha decidido retirarse a sus cuarteles de invierno.
La apuesta de Sánchez supone introducir al PSOE en un enorme contradicción que puede acabar por fagocitarlo. Más que nada porque es el PSOE un partido de sistema que trata de mantener un corazón de izquierdas. Dos almas que han podido convivir durante años con más de una cicatriz. Pero ahora las heridas se han abierto y el partido se desangra. Los socialistas viven atenazados por dos traumas: los recortes de Zapateroy la abstención que ha permitido gobernar a Rajoy. Dos decisiones que sus responsables no han sabido explicar y que los militantes ni han digerido ni han perdonado. A partir de ahí, se ha abierto una brecha entre el aparato y la militancia que Díaz ha sido incapaz de cerrar y que Sánchez se ha encargado de agrandar. El cruce de descalificaciones entre uno y otro, de forma directa o por vía interpuesta, puede ser eficaz para conseguir más votos en un mundo en el que todo se convierte en blanco o negro y todo se lleva a los extremos. Pero esta perversa guerra, edulcorada de falsa paz tras las primarias de hace pocas semanas, no augura nada bueno. El PSOEes una Torre de Babel. Sin capacidad de entenderse y con pocos (por no decir ningún) puente que tender.
Salvar el PSOE es paradójicamente tan difícil como hundirlo. Ambas tareas son hercúleas. ¿Misión imposible? De acuerdo, pero ¿cuál de las dos? El reflotamiento que propone Sánchez se enfrentan a una realidad desconocida. El socialismo español nunca había padecido un descrédito como el actual. Como nunca se había enfrentado a un adversario tan desconcertante y peligroso como es Podemos. Ver tambalearse al PSOE es una mala señal para el sistema. Pero el espectáculo no durará eternamente. O acabará enderezándose o caerá. Sí, el PSOE puede enderezarse. Nunca hay que subestimarlo. Para ello, necesita que Sánchez vuelva a conectarlo con la sociedad española. Una conexión clara y sin ambages sobre determinadas líneas rojas que no pueden sacrificarse por ganar espacio a Podemos. El federalismo y la inevitable reforma constitucional necesaria para defender el concepto de plurinacionalidadde Sánchez serán dos de los elementos fundamentales en el trabajo del PSOE en el Parlamento. La afirmación de la soberanía, que reside en el pueblo español, es el elemento diferencial frente a la propuesta confederal de Podemos, lo que en principio evitaría apoyar un posible referéndum en Cataluña. Hacer cualquier guiño a los secesionistas sería su tumba. La de Sánchez y la del PSOE.
Todo depende ahora del César Sánchez. Los perdedores hacen gala de su derrota en actitud ostensible de bajar los brazos. Le han entregado el PSOE para que lo gestione en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza. Todo en el PSOE de hoy es atípico. Es la primera vez que la dirección saliente no entrega el poder al secretario general, es decir, Pedro Sánchez lo va a heredar formalmente de sí mismo, como si estos nueve meses de interinidad después de lo ocurrido en aquel tumultuoso Comité Federal del uno de octubre no hubieran existido. Como también es la primera vez que se incumple esa regla no escrita de que ex secretarios de Organización y ex vicesecretarios generales entren como si fueran miembros natos en el Comité Federal. En la lista votada por los delegados no están José Blanco, Cipriá Ciscar, Elena Valenciano, Óscar López ni César Luena. Y también se han quedado fuera Eduardo Madina, Antonio Hernando y Soraya Rodríguez.
Así cerró su historia el 39 Congreso del PSOE. Pedro Sánchez ha vuelto y lo ha hecho reforzado. El problema del PSOE que debe gestionar Sánchez no es gobernar, es resolver su triple fractura (entre territorios, entre dirigentes y entre el aparato y los militantes) y su posicionamiento ideológico. Felipe González dio el pistoletazo, el golpe de autoridad, el anclaje histórico, el supuesto sentido de Estado, la referencia necesaria para unos militantes socialistas que añoran tiempos en los que creían que ellos eran la democracia, el Estado de Bienestar, el único partido con derecho a gobernar. De la gestión de Sánchez depende que los socialistas vuelvan a ser algún día alternativa de Gobierno o si, como sus hermanos europeos, se desvían al camino de la irrelevancia y la desaparición. De ser así, el 39 Congreso puede ser el último del socialismo español.
MIGUEL ALBA Vía VOZ PÓPULI
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