Este año 2017 el aditivo ha sido el Centenario de las apariciones de Fátima y la asistencia del Papa Francisco con la canonización de los pastorcitos Francisco y Jacinta
En el mes de mayo hemos realizado
romerías, peregrinaciones o visitas a santuarios de la Virgen o a
iglesias de la ciudad en que se venera alguna advocación mariana. A
nivel global de la Iglesia, este año 2017 el aditivo ha sido el
Centenario de las apariciones de Fátima y la asistencia del Papa
Francisco con la canonización de los pastorcitos Francisco y Jacinta.
El amor a la Virgen es un ingrediente fundamental en todo aquel que desee ser buen católico. No
es por supuesto nuestro culto el de adoración, como a veces se nos echa
en cara a los católicos por parte de otros cristianos, pero sabemos muy
bien que Ella es el camino más importante, la vía más directa para ir a
Jesús, que sí es el centro máximo.
Con
motivo de la fiesta de María Auxiliadora, el 24 de mayo, el Evangelio
de la misa es el de las bodas de Caná. Mis reflexiones y afectos
personales no tienen porque compartirlos otras personas, pero no quiero
dejar de explicar que este es uno de los episodios de los Evangelios que
más me impacta. Es bien sabido que se trata del primer milagro de
Jesús, pero, sobre todo, me impresiona porque me lleva a pensar que
Cristo, a través de la Virgen, es capaz de preocuparse de nosotros y de
nuestros asuntos también en lo que no es trascendental, al menos en
principio. Que el Señor nos echa una mano en lo ordinario, en sucesos
que tampoco son de vida o muerte, los que vivimos habitualmente, y que
nos da su amor en todo momento porque todo lo nuestro le interesa.
Comparado con resucitar muertos, devolver
la vista a ciegos, curar a paralíticos o sanar de golpe a diez leprosos,
como hizo Cristo, el milagro de la conversión de agua en vino es un
milagro “de pacotilla”, con perdón de la expresión. Nadie hubiese muerto
ni sufrido un trauma insalvable por beber menos vino, ni siquiera
pasaría hambre o sed. Quienes hubieran tenido una fuerte decepción,
pasar mal rato, quizás soportar entre murmullos los comentarios
despectivos de otros, hubieran sido los novios y sus familiares más
inmediatos, pero, a través del cariño de la Virgen, Cristo se lo evita.
Tengo para mí que a aquella pareja de novios, que no sé si enteraron
siquiera de la transmutación del agua en vino, les hizo crecer en
autoestima porque todos les felicitarían por tan excelentes caldos. De
producirse hoy, la gente les diría que, además de extraordinarios
anfitriones, eran unos magníficos enólogos y gastrónomos.
Otra
faceta de Caná es el detalle de ser la Virgen la que se percata de que
el vino se acaba. Es evidente que los invitados no se hubieran dado
cuenta hasta más tarde, cuando gritaran a los sirvientes “¡Más vino!”
levantando en alto las jarras y aquellos se las devolvieran llenas de
agua. La Virgen lo detecta porque sin duda alguna estaba
ayudando en el trabajo, sirviendo, atenta a lo que todos necesitaban y,
de manera especial, deseosa de hacer feliz a aquella pareja de recién
casados.
María es la gran
conseguidora, el acueducto de las divinas gracias. Un repaso a las
letanías del Rosario es un camino maravilloso para darse cuenta de
tantos atributos, todos ellos reales. Todos los santos han sido
fervorosos amantes de la Virgen. Quererla no depende de ser
sentimentales o cerebrales. Hay personas para las que el camino
principal podrá ser el sentimiento, mientras en otras tiene mucho mayor
peso el raciocinio. Las formas de expresión podrán ser distintas, con
idéntico resultado.
Amar a la Virgen,
venerarla, acudir a ella, es fundamental en toda vida cristiana. ¡Qué
lejos están de la verdad algunos que, autoatribuyéndose un supuesto
“cristianismo adulto” orillan o incluso denigran el amor y el culto a la
Virgen!
Aquellos “cristianos adultos”
no suelen cuidar la piedad, ni por supuesto rezar el Rosario o recurrir a
los santos, ni practicar el sacramento de la confesión, ni creer en la
existencia del diablo. De la doctrina se saltan lo que les parece. La
liturgia, por supuesto la aplican a su manera porque se consideran más
formados y conocedores del mundo. Y del Papa o del obispo respectivo
cogen lo que les interesa, no la integridad de la doctrina.
Preferimos
hacernos como niños, como nos pedía Cristo. Es una paradoja, pero son
precisamente estos, que no se las dan de intelectuales, aquellos a los
que el Señor ha asegurado que llegan al Reino de Dios.
DANIEL ARASA Vía FORUM LIBERTAS
La Virgen María siempre será la madre de Jesús y eso puede parecer un poco irreal, pero hay que aceptar la historia tal y como está, tengamos en cuenta que debemos rezar mucho para poder agradecer a Dios todo lo que hace por nosotros.
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