Cuarenta años que hay que revisar.
EFE
El cuadragésimo aniversario de las elecciones de
1977 ha vuelto a poner en bandeja la ocasión de reflexionar de manera
desapasionada sobre la situación política española. Como vivimos tiempos
en los que abundan los negacionistas, no está de
mal recordar que lo que se ha logrado en estas décadas es bastante más
de lo que estos agoreros reconocen, pero tampoco hay que olvidar que es
algo menos de lo que podríamos tener. España ha ganado en muchos
aspectos, pero se halla en estado lastimoso en no otros pocos. Me parece
que la comentadísima ausencia del Rey emérito puede servir para
subrayar este contraste que tantos quieren ocultar.
Un Rey fuera de foco
Que don Juan Carlos es un elemento esencial de
la historia española, y que sin su concurso no hubiera sido nada fácil
superar el difícil paso de la dictadura a una democracia posible, está
fuera de duda. Pero no faltan razones a quien haya decidido prescindir
de su presencia en el acto, porque Don Juan Carlos se ha visto envuelto,
desdichadamente, en buena parte de los gatuperios y disparates en los
que llevamos chapoteando una larga y penosa temporada.
Este forzado mutis del Rey emérito puede tomarse como muestra de que Felipe VI querría no transigir con las deformaciones que tanto nos afean
Me parece que este forzado mutis del Rey emérito
puede tomarse como muestra de que Felipe VI querría no transigir con
las deformaciones que tanto nos afean, y si es claro que él no podrá
hacer demasiado de manera directa, sí que resulta reconfortante
comprender que apuesta por una Monarquía sin líos, y que esa institución
bien podría servirnos de guía en una democracia que debiera esforzarse
por ser más funcional y decente que lo es ahora.
Un pasivo millonario
Si España fuese un banco, o una empresa o una familia, es claro que estaría completamente en quiebra, debido al insoportable pasivo de una deuda monstruosa que expresa la incapacidad de la clase política para gobernar con tino un país con problemas, pero con inmensas posibilidades. Al gastarse lo que no tenemos, y al hacerlo sin medida alguna, nuestros políticos están dilapidando el futuro, están sometiendo a nuestros herederos a un régimen de dependencia, a una privación real de soberanía, a pagar una deuda casi imposible de pagar. Si eso se hiciera como consecuencia de una guerra, de alguna especie de devastación, tendría un pase, pero la verdad es que eso es únicamente la consecuencia de la irresponsabilidad colectiva de nuestros políticos, bien es verdad que jaleada por el coro ignorante de quienes demandan más y más, sin preguntarse nunca aquello de Josep Plá: “¿todo esto quién lo paga?”.
Casi nada es nítidamente mejor en esta España que debe un billón que en la España cuya deuda supo mantenerse contenida
Lo peor, con todo, es que lo que se nos está
dando a cambio de tales dispendios apenas tiene algún aspecto positivo,
porque casi nada es nítidamente mejor en esta España que debe un billón
que en la España cuya deuda supo mantenerse contenida. ¿Quién se
beneficia de todo esto? La respuesta es extremadamente simple: las redes
de corrupción y quienes saben sacarle sus mejores rendimientos, esos de
los que apenas se habla mientras se despelleja con aire puritano y
radical a chiquilicuatres de poca monta.
Bárcenas en el Congreso
La
imagen de Bárcenas choteándose de los diputados que querían hacer
méritos contra la corrupción expresa con claridad los límites de nuestro
actual sistema para depurar los mecanismos que la hacen casi
inevitable. Entre la presunción de inocencia, el derecho a no inculparse
y la indescriptible maña de los jueces para averiguar quién se quedó
con la pasta, los procesos por corrupción tienen más de farsa que de
cualquier otra cosa. El Congreso no debiera haberse dejado llevar a ese
mismo circo, ni siquiera con la débil disculpa de que nuestros
Robespierre podrían lucir así sus garras justicieras.
Los ciudadanos no desean que las preguntas de los disconformes sean incisivas, sino que se tomen medidas para que lo que ha pasado, y continúa pasando, deje de ocurrir con tanta facilidad
Los ciudadanos no desean que las preguntas de
los disconformes sean incisivas, sino que se tomen medidas para que lo
que ha pasado, y continúa pasando, deje de ocurrir con tanta facilidad,
pero eso es pedir peras al olmo mientras no exista una buena legión de
diputados dispuestos a poner coto al gasto descontrolado, lo que es casi
lo mismo que decir poner coto al agradable modo de vida del político
siempre dispuesto a dar una subvención a una tecnológica o a invertir
millones en empresas y entidades de actividades ignotas. Ese es el clima
moral y el escenario político en el que la corrupción nunca podrá ser
evitada, el aumento continuado del gasto, la promesa inagotable del
paraíso gratuito y al borde de la esquina, para todos y todas, por
descontado.
Entre la legitimidad y el despojo
La
corrupción, que es seguramente el aspecto más feo, pero no el único, de
nuestro desbarajuste público, no podrá atajarse mientras persista la
sobre-legitimación que los electores otorgan a los políticos, mientras
no comprendamos que una elección sin control y rendición de cuentas
puede ser una forma continuada de engaño. Muchos ciudadanos siguen
pensando ingenuamente que los políticos nos dan algo, cuando no hacen
otra cosa que administrar, bastante descuidadamente, lo que nos quitan
del bolsillo, de forma directa y de mil formas indirectas. Una especie
de ilusión óptica, y una monstruosa ignorancia aritmética, les hace
creer a muchos que sacan más de lo que pierden en el trueque, que ellos
son los que ganan con el trile.
Hace falta que alguien se tome en serio la distinción entre la indiscutible legitimidad de la democracia y la aceptación acrítica y mansurrona de cuanto hacen y deciden en nuestro nombre
Hace falta que alguien se tome en serio la
distinción entre la indiscutible legitimidad de la democracia y la
aceptación acrítica y mansurrona de cuanto hacen y deciden en nuestro
nombre. Tenemos que estar razonablemente orgullosos de lo que hemos
conseguido en estos cuarenta años, pero no podemos perder de vista el
despojo y la desvergüenza de tantos comportamientos, el capitalismo de
amiguetes, las tramas de control político urdidas entre empresas, periódicos y clanes de partido. No todo lo que se
ha hecho es digno de admiración y tenemos que empezar a separar lo que
está bien de lo que es insoportable. Por eso, el gesto duro de poner a
Don Juan Carlos fuera de foco podría ser interpretado como un símbolo de
que, al menos el Rey, sabe que no es oro todo lo que reluce. Si todos
hiciésemos lo propio, España podría ponerse de nuevo a la altura de sus
posibilidades y dejaría de estar condenada a ser un país sin futuro, sin
esperanza de arreglo inmediato, sometida a las pasiones y excesos de
los lobos que ofician falsamente de pastores, cosa que, por descontado,
no solo sucede en Cataluña.
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ QUIRÓS Vía VOZ PÓPULI
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