La censura, de lo pintado a lo vivo.
EFE
Los españoles parecemos ser particularmente sensibles a
la dialéctica gobernantes/gobernados, y el cabreo que nos provoca el
abuso, la estolidez y la suficiencia de una clase política demasiado
parapetada tras la legitimidad de la democracia ha sido una de las
razones por las que Podemos obtuvo en su día un impulso superior al que
merecerían sus ideas, por llamarlas de algún modo.
¿Tiene sentido que un partido que se lucraba electoralmente denunciando las frivolidades de la casta,
se haya embarcado en un ejemplo tan rutilante de separación entre la
realidad que viven los ciudadanos y el teatrillo político como la
reciente moción de censura? Me temo que no, y por muchas que sean las
intenciones y objetivos imaginarios que se atribuyan al líder de la
coleta, lo que al final quedará es el absoluto divorcio entre una performance
larga, pesada y previsible, en la que no asomó ni una sola idea nueva, y
el hecho de que la vida de los españoles transcurre completamente al
margen de lo que parece importar a Rajoy y lo que quiere hacernos creer Iglesias.
“España está haciendo menos de lo que puede”
Tras
lo que ha podido parecer un triunfo político, y no precisamente de
Iglesias, encontramos la enorme falta de eficacia de unas instituciones
para llevarnos a donde podríamos y debiéramos llegar. Es lo que ha
señalado Daron Acemoglou (“¿Por qué fracasan los países?”) en su
reciente estancia en España, que, en su conjunto, y dada la posición y
el potencial que tenemos, el rendimiento del país está por debajo de
nuestras posibilidades. Cuarenta años después de las primeras elecciones
democráticas, eso es lo que sienten cerca de un cincuenta por ciento de
los españoles, especialmente los más jóvenes y los mejor preparados,
los que viven menos pendientes de esas sopas bobas (como universidades
en cualquier lugar y títulos para todos) que proporcionan unas
administraciones públicas que se han multiplicado por más de cuatro en
estas décadas, y cuya eficacia y capacidad para hacer una España mejor
está muy lejos de ser la deseable.
La política se ha convertido así en una especie de rutina, en un rastrillo baratero de tópicos sin ningún empuje, sin ninguna garra, sin la menor esperanza
Una de las razones de esta falta de impulso es el extraño
ensimismamiento de nuestra política, el que los políticos no piensen en
seducir y convencer, sino en amarrar el voto, en someter a sus fieles
mediante el miedo o el chantaje. La política se ha convertido así en una
especie de rutina, en un rastrillo baratero de tópicos sin ningún
empuje, sin ninguna garra, sin la menor esperanza real de que se
resuelvan unos problemas que la derecha insiste en negar, y que la
izquierda pretende sustituir por ficciones más o menos lacrimógenas, muy
lejos, en cualquier caso, de las verdaderas dificultades con las que
nos tropezamos para trabajar, para aprender, para ahorrar, para
emprender o para entendernos con cualquiera de las infinitas ramas de
una administración que se mete en todo sin arreglar nunca nada. Eso es
la vida real, y la política parece haber apostado por las ficciones.
Una política autista
Tanto el PP como sus adversarios han dado en identificar nuestro problema con su interés; para el PP todo se reduce a la estabilidad,
ese mantra con el que convencernos de que todo bien se derivará de la
permanencia de Rajoy, mientras que Podemos y el nuevo PSOE afirman que
echar al PP de la Moncloa nos trasladaría inmediatamente al reino de
Jauja. Para su desgracia, ni una sola de las dificultades que nos
afligen, tanto en política como en economía o en la vida social, se
resolvería de manera tan trivial, pero a estos personajes es lo único
que parece importarles. Sánchez acaba de proclamar que buscará una
"amplia mayoría" que "desbanque al PP", sinceramente sería preferible
que hubiese hablado de encontrar un programa capaz de suscitar la
ilusión de los españoles, o dado, al menos, la impresión de que eso,
aliviar la vida de sus conciudadanos, le interesa tanto como acabar en
Moncloa. Mientras siga simulando creer que, por ser de izquierdas, posee una fórmula capaz de resolverlo todo, apañados estamos con su meritoria resurrección.
No faltan retos, falta ocuparse de ellos
Instalados
en su superioridad moral, por el barrio de la izquierda, o en el temor a
que lleguen los bárbaros, por el otro barrio, los políticos están
empezando a perdernos el respeto. Cualquier cosa que se les ocurra, les
vale, se trata, simplemente de seguir ocupando la pantalla, de no
espantar al rebaño.
Esto podría explicar, tal vez, la extraña tendencia
de Rajoy, que habitualmente articula de manera correcta, a decir cosas
que son más propias de un disléxico sin terapia, como cuando le espetó a
Iglesias: “Cuanto peor mejor para todos y cuanto peor para todos mejor,
mejor para mí el suyo beneficio político". Está claro que no importa lo
que diga, sino el dar la sensación de enfrentarse bravamente a
Iglesias, que funciona como el lobo del cuento que siempre va a llegar y
nunca aparece.
Nada de esto es ocuparse de nuestros problemas, sino tratar de disimularlos, ocultar que no se sabe qué hacer con ellos
Sánchez no suele cometer esta clase de lapsus, pero tiene
también una cierta tendencia a soltar adivinanzas indescifrables cuando
se enfrenta a un problema no demasiado simple. Léase, si puede hacerse
sin pasmo, un renglón de su artículo conmemorativo de los cuarenta años
de las primeras elecciones, un texto, por otra parte, atinado, pero en
el que se le ha escapado el siguiente trabalenguas: “La Moncloa debe
dejar de diferenciar a los españoles por acentos para hablar todos
juntos por primera vez un mismo idioma plural”. Esta invención de “un
mismo idioma plural” es puramente extraordinaria, y déjenme que les
advierta que, si esto es de izquierdas, no lo mejoraría ni el mismísimo
Iglesias cuando sea triunfalmente reelegido, por ejemplo, en Vistalegre
12.
Nada de esto es ocuparse de nuestros problemas,
sino tratar de disimularlos, ocultar que no se sabe qué hacer con ellos.
La política está para enfrentarse con lo vivo, pero nuestros políticos
se empeñan en que nos fijemos en lo pintado. España no recuperará el
impulso de finales de los años setenta mientras no aprendamos que sólo
hay que ser radicales en las cosas muy de principio, como, por ejemplo,
el golpe de estado de los secesionistas, que todo lo demás requiere del
gradualismo que nos recomienda Acemoglou, pero claro es que eso no puede
hacerse mientras se nos quiera seguir encerrando entre la amenaza del
desastre y los débiles encantos de la estabilidad, por muchas mociones
de censura que se le echen al caso.
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ QUIRÓS Vía VOZ PÓPULI
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