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sábado, 17 de junio de 2017
LOS SÍMBOLOS AGOTADOS
El independentismo llega a su fin de trayecto con los símbolos agotados. La estelada no ha aguantado los dos lavados. Guardiola lee un manifiesto en favor del referendo: desfasado entrenador de nuestra mejor nostalgia, ahora que para él ganar es entrar aunque sea de rebote en la Champions.
El Barça que fue el canalizador de las más encendidas euforias nacionales, y cuando ganábamos en París o en Londres lo celebrábamos como si nos hubieran dado la independencia, ha empezado a descomponerse, el presidente Bartomeu no sabe lo que hace y Sandro Rosell está en la cárcel.
Lluís Llach ha dejado de cantar y ha pasado de ser nuestro cantautor más notable a un diputado mediocre con un discurso preintelectual, peor que cualquiera de sus canciones, incluyendo las que hasta él reconoce que son malas.
El independentismo llega a su momento decisivo con los referentes deshilachados, con Mas humillado por la CUP y con Convergència fuera de combate, con el centro político extraviado y la promesa de un referendo que hasta Puigdemont sabe que no va a poder celebrarse y Junqueras solo piensa en cómo esquivar la trampa de los convergentes para no quedar inhabilitado. Cataluña –no solo el catalanismo– ha envejecido y hemos envejecido mal.
Este proceso secesionista ha sido un espejo y lo que hemos visto no nos ha gustado. Las lecciones de democracia y de modernidad que hemos querido darle al mundo nos las han devuelto dobladas: ninguna complicidad internacional, apoyo incondicional de todos y cada uno de los Estados serios del mundo a España y hasta la Comisión de Venecia –dos veces dos– nos ha mandado callar mientras los mayores hablan.
También las demostraciones callejeras han ido a menos y aquella imaginación de las cadenas y los punteros y demás cenefas ha dejado paso a la desdeñosa flacidez de los que creyeron que esto sería como pedir una pizza y unas coca-colas para ver con unos amigos la gala de los Óscars. Mas creyó que la multitud le impediría entrar en el juzgado pero su peor condena no fue la inhabilitación sino los escasos 40.000 jubilados que le acompañaron cuando esperaba una muchedumbre de medio millón de patriotas soliviantados.
El independentismo ha pasado de moda y a Cataluña le han detectado un principio de artrosis. Estamos cansados, el tema de conversación ya no da para más y los que antes se apuntaban a la causa para parecer «cool», hoy se burlan del peinado de Puigdemont, de los infinitos rodeos del proceso y hasta le reconocen al presidente Rajoy que su estrategia de dejar que los alegres muchachos secesionistas se cocieran en sus contradicciones ha sido la más acertada. El surrealismo macarra de la CUP, más cutre que el de Podemos, ha acabado de alejar del independentismo a cualquier indeciso razonable.
Lo único que queda por resolver es si los dirigentes del independentismo gestionarán con inteligencia su derrota o si además de perder van a querer hacerse daño.
SALVADOR SOSTRES Vía ABC
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