Ideología, no religión.
VOZPÓPULI
Tres atentados terroristas en tres meses. Parece mucho,
¿verdad? Hace 40 años, cuando el terrorismo de extrema izquierda y su
contraparte de extrema derecha golpeaban con fuerza a Europa esto era un
trimestre normalito tirando a suave. Solo en Italia en un solo día de
1969 se llegaron a producir cinco atentados en 53 minutos. Los años 70
fueron la década de plomo del terrorismo: secuestros aéreos,
coches-bomba, atentados en hoteles, aeropuertos y estaciones de tren,
primeros ministros volando por los aires o metidos en el maletero de un
Renault 4 con once balas en el cuerpo.
La sociedad de
la época se habituó a vivir con ello. Los terroristas, por lo general
extremistas de izquierda financiados y alentados por Moscú y Pekín,
pensaban que solo golpeando así, como un martillo pilón, terminaría
llegando la arcadia soñada del socialismo real, el mismo que, muy a su
pesar, disfrutaban los del otro lado del telón de acero. Lo que los
europeos occidentales no habían querido por las buenas lo tendrían por
las malas porque el socialismo era el signo de los tiempos, algo inevitable.
Aquello era una cuestión ideológica y no lo ocultaban, todo lo contrario, adornaban su heráldica revolucionaria con profusión de hoces, martillos y estrellas rojas de cinco puntas
Aquello era una cuestión ideológica y no lo ocultaban,
todo lo contrario, adornaban su heráldica revolucionaria con profusión
de hoces, martillos y estrellas rojas de cinco puntas. A lo largo de los
años 80 el terrorismo setentero fue desapareciendo y dio sus últimas
boqueadas, ya exangüe y desacreditado, en los noventa tras la caída del
Muro. Sobrevivieron el IRA y la ETA, pero solo porque al socialismo le
habían añadido una buena dosis de nacionalismo irredento. Al final, ya
consumidos por la edad y la falta de vocaciones, terminaron
disolviéndose en el sistema.
Mientras un terrorismo se
desvanecía otro tomaba su relevo: el de corte islamista que desde hace
dos años nos castiga con furiosa cólera en Europa. Ya no hay
coches-bomba, ni aviones sitiados por las fuerzas policiales en las
plataformas de los aeropuertos, ni atracos a sucursales bancarias para
financiar la actividad criminal. La mutación del virus ha alumbrado un
terrorismo mucho más peligroso e imprevisible. Atacan en cualquier
momento, contra cualquier objetivo y de cualquier manera.
El
terrorista por definición, tanto el de antes como el de ahora, no mata
por gusto. Lo hace por una causa que cree justa y por la que merece la
pena matar y morir. Los jesucristos con metralleta de los 70 asesinaban
para traer la anhelada dictadura del proletariado que pondría fin a la
historia tal y como había profetizado Karl Marx.
¿Para qué matan los terroristas islámicos de nuestros días? Sencillo, para imponer su visión del mundo, igual que los anteriores
Pero, ¿y los de ahora?, ¿para qué matan los terroristas
islámicos de nuestros días? Sencillo, para imponer su visión del mundo,
igual que los anteriores, aunque esta vez está condensada en la sharia y
no en el evangelio laico de El Capital.
Esa sería la
primera diferencia. La segunda es que el terrorismo de extrema izquierda
era, a fin de cuentas, un subproducto de la cultura occidental. Un
derivado de mayo del 68 y las enseñanzas de sus maestros que adquirió
tintes macabros pasando de las aulas de la Sorbona al mundo real. El
yihadismo es un subproducto también, pero de una religión y una cultura
ajenas. Quizá por eso nos produce tanto pánico y no terminemos de
entenderlo del todo.
En Occidente la aberración
yihadista es un artículo importado, pero no solo actúa aquí. Todo lo
contrario, en sus países de origen mata más concienzudamente. Por cada
muerto en Londres o París hay decenas sino centenares en El Cairo,
Bagdad o Karachi. El primer enemigo del yihadismo no es, por lo tanto,
Occidente, sino los propios musulmanes que no adoptan los dogmas
islamistas, es decir, su ideología que, como tal, trata de imponerse a
cualquier coste sobre quienes no la profesan.
El yihadismo se ha ido abriendo paso en los países musulmanes debidamente lubricado con petrodólares y la complacencia de muchos líderes regionales
Aplicando la regla de la minoría, en virtud de la cual
siempre gana el más intolerante, el yihadismo se ha ido abriendo paso en
los países musulmanes debidamente lubricado con petrodólares y la
complacencia de muchos líderes regionales. Irán sucumbió a la revolución
islámica, padre y madre del renacer islamista actual, hace cuatro
décadas. Desde entonces los rigores religiosos han ido a más y no a
menos en todo el orbe islámico. Era cuestión de tiempo que por una
cuestión demográfica y de proximidad geográfica la fiebre saltase a
Europa y se instalase en nuestras calles.
Pero la
enfermedad no es la religión en sí. Hasta hace medio siglo los europeos
controlaban militarmente grandes áreas de Oriente Medio y no hubieron de
enfrentarse a guerra santa alguna. Los alemanes del segundo
imperio construyeron el ferrocarril Damasco-Medina hace ahora un siglo y
no les pasó nada. Los ingleses se paseaban por Arabia sin contratiempos
y los colonos franceses levantaban iglesias en Argelia sin que ningún
muyahidín les importunase.
Como tal, como ideología, lo mismo que ha llegado se irá
La yihad es tan antigua como el Islam, eso es cierto,
hunde sus raíces en una tradición milenaria. No así el yihadismo actual,
que es una ideología de nuevo cuño, muchas veces con tintes
milenaristas como es el caso del ISIS. Como tal, como ideología, lo
mismo que ha llegado se irá. Pero no se irá por su propio pie. Habrá que
combatir contra ella sin hacerle ni una sola concesión.
FERNANDO DÍAZ VILLANUEVA Vía VOZ PÓPULI
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