El arte siempre es una forma de
propagación de ideas, sentimientos, concepciones. Es más, hasta épocas
recientes, cuando surgen los medios de comunicación de masas, fue el canal básico para forjar mentalidades. Pero esto no significa que no sea censurable que la creación artística en su conjunto sea manipulada al servicio de un propósito político realizado por organizaciones del estado. Es el caso del Museo del Prado y su particular visión de que debe conmemorar el “Día del Orgullo Gay”.
La
primera pregunta que viene en mente es ¿Por qué una instancia del
estado debe conmemorar una visión ideológica de parte, que además se
manifiesta en términos chabacanos y ofensivos en demasiados de sus
aspectos, y que gira en torno a la fijación sexual? ¿Puede un grupo
manifestar sin recato el orgullo de sí mismos? Si esto lo proclamara
cualquier otro colectivo ¿qué diríamos de esta pretensión?: como mínimo,
y en una sociedad éticamente sana, que el orgullo es un mal consejero.
¿Y es esto lo que debe contribuir a propagar un Museo Nacional, es decir, de todos, El Prado?
Pero es que además, como bien explicamos, se trata de algo entrado a machamartillo
que necesita ser descrito en un texto, es decir, explicado
ideológicamente para que posea sentido. La mayoría de las obras
seleccionadas como homenaje gay resultan indistinguibles de las creadas
por autores de su misma generación que no lo son. Se califican de tales
en función de presuponer, con más o menos razones, que su autor lo era,
es decir, se acude a algo terrible desde el punto de vista cultural y
homosexual, se ghettificar, clasificar al autor por su orientación sexual y no por su obra.
Nos parece poco digno y nada favorable a la normalización de la vida de
los homosexuales. Porque su creación personal es atribuida a una
orientación unidimensional, el impulso de acostarse con personas del
mismo sexo, y no como lo que es, el fruto de todas sus dimensiones humanas. Un reduccionismo impresentable.
La manipulación histórica que se opera con la cultura griega
y su pretensión de presentar las relaciones eróticas entre hombres,
como homosexualidad tal y como se entiende, solo conduce al menoscabo de
El Prado. La diferenciación entre aquel tipo de relación y el valor del
matrimonio, la familia y la descendencia, donde la mujer estaba, por
cierto, sojuzgada en un grado extremo, no permite establecer
equiparaciones, ni rescatar su arte como una manifestación gay, sino
como lo que es: la búsqueda de la belleza a través de la armonía del cuerpo humano, una de tantas búsquedas que el arte ha realizado a lo largo del tiempo.
Bajo la nefasta visión del director del Museo del Prado, Miguel Falomir, nombrado hace un trimestre por el gobierno de Mariano Rajoy,
resulta, y lo que se muestra es la mejor demostración, que todas las
manifestaciones del arte no figurativo se encuentran fuera de los
creadores homosexuales, porque no pueden mostrar señores en pelotas, lo
cual obviamente es una tontería.
Cuando
una exposición para conmemorar el “Día del Orgullo Gay” se ve en la
necesidad de exhibir como un componente fundamental de la muestra a La mujer barbuda, una pintura cuyo título completo es bien explícito (Magdalena Ventura con su marido), un caso de libro de hirsutismo, alguien debe dimitir o ser dimitido.
EDITORIAL de FORUM LIBERTAS
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