Pedro Sánchez ante el desierto de los tártaros. EFE
Hace falta ser muy sectario o muy miope para negar cierta energía y grandeza de ánimo a Pedro Sánchez, unas condiciones sin las cuales hubiese sido imposible derrotar a un aparato tan cualificado como el del PSOE, una victoria contra los augurios de tantísimo experto y contra buen número de intereses. El problema que se le plantea ahora a Sánchez es el de saber administrar ese éxito para que no se convierta en la soga que termine por ahorcarle, y no le resultará fácil hacerlo. No se trata de Sánchez haya obtenido una victoria pírrica, aunque el saldo final es menos luminoso que el puro resultado, sino de que lo único que ha conseguido es dominar un cuartel al borde de un desierto, como el que describió Dino Buzzati, desde el que los rivales pueden elegir no atacarle nunca o, peor aún, obsequiarle con un doloroso ninguneo. El hecho de no ser diputado le va a pesar como una losa, y el Coletas de Arimatea dispuesto a sostenerle en esa dolorosa travesía puede ser algo menos piadoso que el José bíblico y aprovechar el caso para propinarle una puñalada definitiva.
El PSOE no lo es todo
Sánchez ha ganado unas difíciles elecciones internas, pero su éxito no ha sido inenarrable. Al finalizar se felicitaba de lo grande que es el PSOE, pero el PSOE es algo más que ese importante y aguerrido núcleo de seguidores que le vitoreaban como a un nuevo David tras partir la frente del gigante. Hay un PSOE que no ha celebrado esa victoria, y esa porción del partido es, y representa, una parte de la realidad española, muy en especial, esa que la historia del PSOE ha construido en estos cuarenta años. Si Sánchez la pierde de vista, se equivocará gravemente, sobre todo porque ahora mismo tiene más trabajo, y más posibilidades, en el frente interno que en el campo abierto de la política nacional en el que, le guste o no, hay un letrero que dice: “Con Rajoy te has de conformar hasta que nos toque votar”.
En favor de Pedro Sánchez hay que decir que este PSOE que ha puesto en píe se parece mucho al de los primeros años de Felipe González, advertencia necesaria porque ahora se ha convertido en un tópico hablar de González como si hubiese sido una especie de doble de Helmuth Kohl. La grandeza de Felipe está en haber llevado esa nave a puerto durante muchos años, pero sus orígenes tienen más que ver, en tipología de votantes, en ideales políticos, y en arraigo social, con el PSOE de Sánchez que con esa especie de ejército de funcionarios del partido que se le ha enfrentado con tan escaso magín.
Felipe tenía como circunstancia poco feliz al PCE y a Carrillo, que no era ningún aficionado, pero logró hacerse con sus votos, y eso es lo que Sánchez tendría que hacer con esa plataforma visceral de comunistas y demagogos de varia lección que le disputa su lugar al Sol, retirarles los votos y poner a sus dirigentes en una vitrina. Fácil no ha de ser, porque a Rajoy le sigue interesando más el comando Iglesias, que nunca podría derribarle, que la columna Sánchez, que muy bien puede acabar con él. Si la determinación que ha demostrado Sánchez para recuperar el timón la sabe mantener ahora con la brújula, es posible que acabe envejeciendo en la Moncloa, pero si se empeña en llegar a puerto a base de manotazos, no tendrá una tercera oportunidad.
El PP, bussines as usual
Rajoy ha sido feamente desautorizado por el Tribunal Constitucional, pero como el asunto no afecta a la estabilidad, parece que el varapalo no le ha conmovido suficientemente. La sentencia reprocha literalmente al Gobierno el anteponer la recaudación a la justicia, pura música celestial en oídos tan habituados a las quejas de principio. En una muestra más de lo que es este partido, Montoro, propuso al Parlamento una ley que prohíba futuras amnistías, seguramente sin que nadie más del PP hubiese tenido la oportunidad de pensar ni un minuto en esa ocurrencia. En el PP manda quien manda, y hasta los extesoreros y las viejas guardias obedecen cuando se trate de garantizar que nunca ha pasado nada. Es evidente que conseguirán sus objetivos, o gran parte de ellos, pero a lo que en otro momento pudo ser un gran partido liberal conservador le ha salido un cáncer incurable porque la gente no suele ser tonta del todo, o, al menos, no suele serlo siempre.
La oportunidad directa del caso la representa Ciudadanos que se tendrá que mover en un cuadrilátero que no resulta nada fácil. No puede permitir que el Gobierno caiga en manos de los demoledores, ni tiene que facilitar que el bucle de Sánchez, del que ha hablado Rivera, convierta el Parlamento en una especie de coro de plañideras por lo que pudo ser y no ha sido. Rivera y Sánchez no dieron con la tecla para hacer saltar a Rajoy, y no supieron llevar a las elecciones un programa conjunto: ambos están pagando todavía los intereses de errores tan gruesos, y han de formar una especie de extraña pareja si no quieren verse abducidos por los agujeros negros de los extremos.
El desierto político
En tiempos de tribulación, no hacer mudanza, recomendaba uno de los mayores estrategas de la historia. Nos encontramos en una situación tan inestable y compleja que cualquier política correría el riesgo de convertirse en polvo de ser expuesta al aire corrosivo de una situación imposible y que, sin embargo, ha de durar, porque el que tiene la llave para cerrar la puerta y convocar elecciones va a preferir que el calvario judicial del PP se apure con él en la Moncloa.
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ QUIRÓS Vía VOZ POPULI
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