Ayer entraron en el circuito dos noticias que agudizarán el ataque de contrariedad que le causa la distraída mirada europea al conflicto catalán
Carles Puigdemont. (Reuters)
La eurofobia entra en el guion de campaña de Puigdemont.
No es la mejor credencial para un cabeza de lista a las elecciones del
21 de diciembre. El martes abroncó públicamente a los principales
jerarcas de la UE. Según él, Juncker y Tajani apoyan el golpe de Estado fascista del Gobierno español contra las instituciones catalanas.
“¿Es esta la Europa que quieren?”, “¿una Europa que mete en la cárcel a un Gobierno democrático?”, se preguntaba. Y tan grosero sermón puede haber agotado la paciencia de unos dirigentes cansados de apelar al cumplimiento de la ley y negar que España haya violado el Estado de derecho. Última prueba de que el muy poco honorable expresidente de la Generalitat ha perdido la cabeza. Algunos de los suyos lo dicen en privado.
A
media tarde de ayer entraron en el circuito dos noticias que, a buen
seguro, agudizarán el ataque de contrariedad que le causa la distraída
mirada europea al conflicto catalán. Una nos informa de que la junta de
portavoces del Europarlamento rechazó un debate sobre los presos políticos en España. Y otra, que el Parlamento de Flandes, teóricamente alineado con la causa del nacionalismo catalán, se oponía por abrumadora mayoría al reconocimiento de la república independiente de Cataluña.
Lo de Flandes duele. En una Cámara de 124 diputados, solo seis votaron a favor de la Cataluña una, grande y libre. ¿Y quiénes son esos seis valientes que se atreven a desafiar el sentir general y las consignas del Gobierno belga? Pues son los diputados del partido ultraderechista Vlaams Belang (Interés Flamenco). Incluso los nacionalistas del N-VA, a los que Puigdemont y sus 187 alcaldes hicieron la ola el martes en Bruselas, se escaquearon ayer a la hora de la verdad. Qué ingratos.
La europeización del ridículo va camino de consumarse. Amnistía Internacional declaraba ayer oficialmente que no considera presos políticos a los exmiembros del Govern y, hasta la fecha, ninguna cancillería del orbe democrático ha reconocido la independencia declamada en el Parlament el pasado 27 de octubre y ya anulada por el Tribunal Constitucional. Solo Maduro, la ultraderecha xenófoba de la UE, el Sinn Féin irlandés y un par de exterroristas españoles (ETA y Terra Llure) arropan al turista de conveniencia que se pasea en libertad vigilada por Bruselas denunciando que Rajoy ha desenterrado a Franco.
Convertido en rigor de las desdichas, solo le falta a Puigdemont la puesta en libertad de Junqueras y los siete exconsejeros, tras la muy probable unificación en el Tribunal Supremo de todas las causas abiertas contra el Govern y la Mesa del Parlament. Nadie lo descarta, a la vista de las señales emitidas en los entornos de la Fiscalía y el alto tribunal.
En Moncloa y las sedes de partidos de compromiso constitucional se espera y se desea que esos rumores se confirmen. Lógico. Los independentistas perderían la baza electoral del victimismo. A escala internacional se desactivaría el cuento de los presos políticos. Y se normalizaría la marcha de una campaña electoral sin candidatos encarcelados.
En lo que se refiere a la estrafalaria figura de Carles Puigdemont, con el que sus antiguos socios de ERC y CUP tampoco quieren saber nada (ni caso hicieron de la propuesta de 'lista única' formulada por el gran timonel desde el 'exilio'), la liberación de los presos le dejaría descolocado a la espera de que la Justicia belga le entregue a la Justicia española en nombre de la habitual cooperación entre socios de la UE.
“¿Es esta la Europa que quieren?”, “¿una Europa que mete en la cárcel a un Gobierno democrático?”, se preguntaba. Y tan grosero sermón puede haber agotado la paciencia de unos dirigentes cansados de apelar al cumplimiento de la ley y negar que España haya violado el Estado de derecho. Última prueba de que el muy poco honorable expresidente de la Generalitat ha perdido la cabeza. Algunos de los suyos lo dicen en privado.
El
sermón contra Juncker y Tajani puede haber agotado la paciencia de
dirigentes cansados de negar que España ha violado el Estado de derecho
El primer ministro belga: “Hay una crisis política en España, no en Bélgica”
Lo de Flandes duele. En una Cámara de 124 diputados, solo seis votaron a favor de la Cataluña una, grande y libre. ¿Y quiénes son esos seis valientes que se atreven a desafiar el sentir general y las consignas del Gobierno belga? Pues son los diputados del partido ultraderechista Vlaams Belang (Interés Flamenco). Incluso los nacionalistas del N-VA, a los que Puigdemont y sus 187 alcaldes hicieron la ola el martes en Bruselas, se escaquearon ayer a la hora de la verdad. Qué ingratos.
Carles Puigdemont ha sobrecargado su mochila penal con dos nuevos ladrillos: reiteración delictiva y usurpación de funciones
La europeización del ridículo va camino de consumarse. Amnistía Internacional declaraba ayer oficialmente que no considera presos políticos a los exmiembros del Govern y, hasta la fecha, ninguna cancillería del orbe democrático ha reconocido la independencia declamada en el Parlament el pasado 27 de octubre y ya anulada por el Tribunal Constitucional. Solo Maduro, la ultraderecha xenófoba de la UE, el Sinn Féin irlandés y un par de exterroristas españoles (ETA y Terra Llure) arropan al turista de conveniencia que se pasea en libertad vigilada por Bruselas denunciando que Rajoy ha desenterrado a Franco.
Convertido en rigor de las desdichas, solo le falta a Puigdemont la puesta en libertad de Junqueras y los siete exconsejeros, tras la muy probable unificación en el Tribunal Supremo de todas las causas abiertas contra el Govern y la Mesa del Parlament. Nadie lo descarta, a la vista de las señales emitidas en los entornos de la Fiscalía y el alto tribunal.
El
Parlamento de Flandes rechazó ayer por mayoría reconocer la república
de Cataluña. La apoyaron seis diputados en una Cámara de 124
En Moncloa y las sedes de partidos de compromiso constitucional se espera y se desea que esos rumores se confirmen. Lógico. Los independentistas perderían la baza electoral del victimismo. A escala internacional se desactivaría el cuento de los presos políticos. Y se normalizaría la marcha de una campaña electoral sin candidatos encarcelados.
En lo que se refiere a la estrafalaria figura de Carles Puigdemont, con el que sus antiguos socios de ERC y CUP tampoco quieren saber nada (ni caso hicieron de la propuesta de 'lista única' formulada por el gran timonel desde el 'exilio'), la liberación de los presos le dejaría descolocado a la espera de que la Justicia belga le entregue a la Justicia española en nombre de la habitual cooperación entre socios de la UE.
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