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lunes, 27 de noviembre de 2017

EL GRAN RETO DEL FME

Bruselas propone un fondo que afiance el euro y un ministro de Hacienda común

 

Mario Draghi.  (REUTERS)


La Comisión Europea presentará en las próximas horas un detallado plan de un Fondo Monetario Europeo (FME), que a imagen del FMI sirva para el rescate de países en crisis; reconduzca sus sistemas bancarios sin coste público y apoye a una futura hucha presupuestaria capaz de atajar los problemas que afectan más a unos socios que a otros (los llamados shocks asimétricos).
Ese proyecto, que hoy desvela EL PAÍS, se acompaña de otro de corte institucional que diseña la figura del futuro ministro de Hacienda europeo, para unir en su figura las funciones de dirección económica de la eurozona y de la UE, hoy dispersas entre la vicepresidencia de la Comisión y las presidencias del Eurogrupo y del Mecanismo de Estabilización Financiera (el fondo de rescate).
El doble plan es una cuestión trascendental para la UE, porque supone poner el hilo en la aguja de un reto clave: la culminación de la unión económica y monetaria. Sus insuficiencias estructurales estuvieron a punto de no poder evitar la catástrofe del euro cuando la Gran Recesión desencadenada en 2008/2009 se hizo profunda y reverberó en 2011/2012.

El momento para discutir este proyecto es el adecuado, porque el debate de los papeles previos ha sido amplio en las instituciones, de la Eurocámara al Eurogrupo, en algunos Parlamentos nacionales (no así en el Congreso de los Diputados), entre los expertos, los comités económicos y sociales, sindicatos y patronales y círculos universitarios. No contiene, pues, ensoñaciones en el vacío.
También es oportuno políticamente. Responde en ese ámbito a un triple envite. Primero, al de las propias instituciones comunitarias, que vienen madurando las ideas subyacentes desde hace un lustro. Segundo, a la necesidad de tener un ambicioso horizonte de política económica a medio plazo que contrarreste los regresivos planteamientos nacionalistas-populistas, de momento contenidos en las distintas convocatorias electorales de 2017, pero demasiado vitaminados. Y tercero, a la urgencia de reforzar los vínculos de la locomotora germanofrancesa en unos instantes muy delicados.
En efecto, por un lado, el presidente francés, Emmanuel Macron, ha hecho de la defensa de una mayor integración económica y política su bandera: y eso es parte sustancial de lo mejor de la misma, que compensa otros errores de política doméstica. Consolidar la expectativa de un avance europeísta es también una buena receta para asegurar una regeneración de Francia y un nuevo papel reequilibrador en el conjunto de la Unión.
Por otro, convienen ideas claras, aunque puedan resultar polémicas para algunos, que despejen la espesa complejidad de los escarceos para una alianza gubernamental en Alemania. Y que refuercen los flancos hoy más europeístas de su abanico electoral, el cristianodemócrata y el socialdemócrata.
Entre las virtudes de los proyectos ultimados por Bruselas destaca que pergeñan un punto de encuentro viable entre las ambiciosas necesidades de Francia y el pragmático realismo alemán. Un cruce en el que España debe sentirse necesariamente cómoda.
                                                                                    EDITORIAL de EL PAÍS




 

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