Aunque el Gobierno se empeñe en presentar el episodio como un éxito su
papel en el drama ha sido penoso. Tras afirmar que todo lo tenía pensado
y previsto se tragó un referéndum que nunca debió haberse celebrado, y
ha parido un 155 improvisado y timorato.
El 155 y nuestros problemas.
EFE
El chusco episodio de la proclamación de una república independiente en
Cataluña debería servir para que hiciéramos un diagnóstico más preciso
de nuestros problemas políticos de fondo. Es un inmenso error considerar
que el fracaso de los separatistas se pueda anotar como un éxito
propio, entre otras cosas porque si Cataluña es España, para lo bueno y
para lo malo, el mal que se ha causado, y no es nada pequeño, nos
alcanza a todos, y no basta pensar en que la responsabilidad mayor recae
en los que han confundido la dura realidad con un vodevil, porque su
yerro nos ha causado un gran daño, por ejemplo, la marcha de empresas de
Cataluña, que sería absurdo percibir como algo positivo para nadie.
Nación, Estado y Gobierno
Aunque el Gobierno se empeñe en presentar el episodio
como un éxito, al menos de momento, su papel en el drama ha sido penoso.
Tras afirmar que todo lo tenía pensado y previsto se tragó un
referéndum, y van dos, que nunca debió haberse celebrado, y ha parido, a
deshora y arrastrado por los acontecimientos, un 155 improvisado y
timorato, ya se verá lo que da de sí tal decisión.
El fracaso de la intentona separatista hay que anotarlo en la fortaleza del Estado, que por la boca del Rey habló con claridad y valor
El fracaso de la intentona separatista hay que anotarlo
en la fortaleza del Estado, que por la boca del Rey habló con claridad y
valor, en la vitalidad de la Nación que se ha echado a las calles
asustada por lo que se le venía encima, y en la coherencia y fortaleza
política de la Unión Europea, más allá de fakes y belgas. Esto es lo que ha hecho entonar la palinodia a los protagonistas del procés
que solo unos días antes se sentían lo suficientemente valientes como
para asaltar un convoy de la Guardia Civil que efectuaba un registro por
orden judicial.
El doble fracaso separatista
La
comprobación de que el intento secesionista no resultó posible será
notoriamente insuficiente, si no se sacan todas las consecuencias que no
hay otro remedio que deducir. El argumento secesionista afirma que no
fue posible en la práctica algo que era ideal en la teoría, y sobre esa
mentira tratarán de sobrevivir y de volver a la carga en cuanto se
recuperen del trompazo. Se trata de un razonamiento profundamente falaz,
puesto que si es verdad que la intentona no fue posible, esa
imposibilidad no se ha derivado de las circunstancias ni, menos aún, de
la determinación del Gobierno para aplicar la ley. La razón de su
fracaso es mucho más honda, y será necesario que los ciudadanos de
Cataluña lleguen al meollo de este asunto para no volver a tragarse de
nuevo el cuento de un proyecto ideal pero desgraciadamente no hacedero,
de momento. La verdad es que las causas de la imposibilidad de esa
república residen en su esencia, no es un proyecto ideal pero
impracticable, es, por el contrario, un plan perverso y profundamente
dañino que, en parte por fortuna, ha estado muy mal llevado y ha
conducido a un fracaso histórico, a un ridículo indisimulable.
Nada hay ahí de ideal: tal es la honda raíz de su fracaso y bien harían los catalanes en reflexionar sobre el mal del que acaban de librarse casi por los pelos
Pero las raíces del mal son las que son: supremacismo,
desprecio de la ley común, que es la base de cualquier democracia,
insolidaridad, autoritarismo, corrupción política, propaganda mentirosa,
negación de derechos ciudadanos y libertades básicas, involucionismo
histórico, voluntarismo mitológico, caudillismo subvencionado, todo lo
que es capaz de convertir a una acción política en un proyecto de
destrucción de la convivencia, de los derechos y de la libertad. Nada
hay ahí de ideal: tal es la honda raíz de su fracaso y bien harían los
catalanes en reflexionar sobre el mal del que acaban de librarse casi
por los pelos.
El PP, partido ausente
La
razón de que el gobierno de la nación haya ido a remolque en este
asunto reside, en último término, en que el gobierno está en manos de un
partido que hace tiempo que ha dejado de ser una fuerza política para
convertirse en algo muy distinto, en un sindicato de intereses, en una
especie de banda organizada en la que pesan más las órdenes de arriba
que cualquier otra consideración. La corrupción que se asoma
incesantemente desde las cuadernas del PP se debe, precisamente, a que
en ese partido se ha abandonado cualquier proyecto político de fondo,
carencia que se disimula con la pobre retórica del servicio a los
intereses de todos, de la economía, y de la ley: una visión funcionarial
del orden establecido cuyo dominio y salvaguarda les proporciona la
oportunidad de tener poder e influencias, de ganar amigos. Para esa
visión de la tarea política, el problema catalán es, naturalmente, un
fastidio, y todo lo que el gobierno ha procurado es ver cómo amenguar
las molestias de ese engorro. El ridículo sumo del papel de la
vicepresidenta, a la que, con todo, le queda tiempo para echar una
manita en Prisa, es la consecuencia necesaria del malentendido entre
quienes hacen política, aunque sea perversa y absurda como la de Mas,
Puigdemont o Junqueras, y los que meramente se dedican al negocio del
poder procurando que el paisanaje no les moleste.
El fulanismo y su historia
Si
bien se mira, puede resultar razonable que el paso de un período de
guerra civil/dictadura a la consolidación de una democracia plenamente
constitucional no se haya hecho con demasiada facilidad, especialmente
en la derecha. Sobre el acierto de un encaje institucional ejemplar, la
transición se acabó llevando por delante a UCD, y la crisis política que
vivimos podría enterrar al partido que Aznar consiguió edificar para
apurar la ruina del felipismo. Mientras el PP se trata de zafar de su
condena en los juzgados, y llegan a la opinión pública las
conversaciones ejemplares de algunos de sus prebostes de antaño, el
partido parece decidido a inmolarse en beneficio del proyecto personal
de su máximo dirigente. Su abulia catalana, mínimamente corregida por el
arrojo de García Albiol, va a hacer que cuando el electorado
conservador catalán llegue a desengañarse, tenga que mirar hacia
Ciudadanos, un partido que ha sido, sobre todo, fruto del doble
desenganche entre este PP, sus electores y sus políticas.
Se puede ser optimista y pensar que Ciudadanos vaya a hacer un gran papel, pero cualquiera que conozca la historia del centro derecha, temerá que acabe cayendo en los mismos vicios que el PP
Se puede ser optimista y pensar que Ciudadanos vaya a
hacer un gran papel, pero cualquiera que conozca la historia del centro
derecha, temerá que acabe cayendo en los mismos vicios que el PP ha
llevado a su máxima expresión, el fulanismo, el
poder por el poder ausente de cualquier idea. No es muy distinto lo que
está pasando en Podemos, aunque eso preocupe mucho menos, y es posible
que tamaña deriva se evite por completo en el PSOE si llega a
reconstituirse y librarse de la sombra de su gran padrino, pero la
tentación de convertir a los partidos en el escabel de sus líderes de
ocasión es, claramente, uno de los errores de base en los que ha
incurrido la política de la joven democracia española.
El silencio de los corderos
Que
en la mayor crisis política que ha padecido España desde el final de la
guerra civil, el partido de la derecha haya sido superado en todos los
frentes, no augura un porvenir muy brillante a esa formación, al menos
mientras siga a las órdenes de quien ahora manda. La lógica de la
sumisión se adecúa perfectamente al medro en organizaciones cerradas,
pero esas organizaciones no son útiles a la Nación cuando tiemblan las
cuadernas constitucionales. Naturalmente que podría ponerse remedio a
esos males, pero eso exige una serie de reformas de fondo para el bien
de España que nadie parece dispuesto a abanderar. Mientras el PP
persista en el sesteo temeroso y en la huida de los juzgados no quedará
otro refugio político que el de Ciudadanos y el PSOE, que, aunque
tampoco están exentos de problemas, no tienen esa capacidad de generar
rechazo que el PP se empeña en acaparar. Así resulta casi natural que en
la crisis catalana el PP haya optado por pasar inadvertido.
Menos
mal que hemos tenido un Rey alerta, y que, pese a todos los pesares, el
mundo entero no se ha dejado seducir por los que se proponen destruir
alegremente las democracias, pero nuestra derecha ha estado
clamorosamente ausente y ha creído que cumplía sus obligaciones
parapetándose detrás de los poderes uniformados, de los guardias y los jueces: el grado cero de la política, la antesala de la defunción.
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ QUIRÓS Vía VOZ PÓPULI
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