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domingo, 19 de noviembre de 2017

CISNEROS, REFORMADOR ANTES QUE LUTERO


En 1517 moría, en la localidad burgalesa de Roa, Francisco Jiménez de Cisneros, franciscano, confesor de Isabel la Católica, arzobispo de Toledo, cardenal e inquisidor general, gobernador del reino de Castilla en dos ocasiones, reformador antes que Lutero. 

Uno de los personajes más insignes de la historia de España, que no solo mereció el respeto de sus contemporáneos sino una auténtica veneración que empujó a muchos de ellos a pedir su canonización al poco de morir.

Hace quinientos años rendía su último viaje un estadista excepcional que hasta los historiadores franceses, al ponerlo en paralelo con el cardenal Richelieu no dudan en admitir la superioridad del eclesiástico español. “Es el mayor hombre de Estado que ha tenido España. Si Cisneros hubiera vivido diez años más el panorama de España hubiera cambiado radicalmente” afirma el hispanista Joseph Pérez. Antes, el gran maestro de la historiografía Pierre Vilar había visto en él un hombre moderno “quizás el más perspicaz y progresista” de la Europa de su tiempo”.

Cisneros llegó al poder cuando tenía más de cincuenta años y detrás de él apenas si quedan noticias biográficas. No podría olvidarse nunca el humilde fraile del año 1492 en que Isabel la Católica le llamó para hacerle su director espiritual, ocupación que compaginó con la dirección de la Orden en Castilla, en la que introdujo un vigoroso espíritu de renovación. La hora de la verdad, su oportunidad definitiva, le llega al hijo de san Francisco cuando en 1495, a la muerte del cardenal Mendoza, por una decisión personalísima e insólita de la reina Isabel se ve convertido en arzobispo de Toledo, ante la sorpresa y el revuelo de los grandes nobles y magnates eclesiásticos, ofendidos por el acceso a tan encumbrado puesto de un plebeyo.

Tenía muy claro el arzobispo franciscano que la elevación del nivel cultural de los pastores repercutiría inmediatamente en la mejora de la educación religiosa de sus fieles. Esta actitud innovadora de Cisneros siempre contó con el aliento de la soberana ya que la reforma del clero y los obispos era uno de los fundamentos de la política de los Reyes Católicos, comprometidos en la tarea de crear el Estado moderno afirmándose en la unidad religiosa y cambiando su fisonomía medieval. 


En toda Europa personalidades inquietas vivían buscando, a veces en el ámbito de la mística, una espiritualidad renovada dentro de la ortodoxia, una religiosidad moderna acorde con el ambiente del humanismo renacentista y a tono con el espíritu de los tiempos. El cardenal Cisneros fue uno de ellos, el representante eximio de la prerreforma española, de un anhelo de renovación permanente, inseparable de la conciencia cristiana. De ahí que entre sus amigos se encontraran fervorosos alumbrados, mujeres con fama de santas y discípulos de Erasmo, los más importantes, que colaboraron con el franciscano en sus empresas culturales y de mecenazgo.

El empuje reformista de Cisneros tiene su manifestación cultural más excelsa en la creación de la Universidad de Alcalá de Henares, convertida pronto en una de las turbinas del pensamiento europeo. Tanto la universidad como la obra más querida por Cisneros, la Biblia Políglota Complutense, en la que colaboró el gramático Antonio de Nebrija, fueron sobre todo instrumentos puestos al servicio de la necesaria formación del clero y de la mejor comprensión de las Sagradas Escrituras.

Otra fecha fuerte de la biografía de Cisneros y de la historia de España es 1504. Muere Isabel la Católica en Medina del Campo y el arzobispo de Toledo se encuentra en el ojo del huracán de una época especialmente convulsa por la compleja sucesión de la soberana en el trono castellano. De nada le valió a Fernando, en aquel momento, haberse mostrado durante treinta años el estadista más inteligente, fino y hábil de Europa. Nada contó tampoco su dedicación absoluta al engrandecimiento de la Corona de Castilla. 


Muchos sectores de la nobleza castellana apoyaron, entonces, a su yerno, Felipe el Hermoso, que pretendía reinar a su voluntad ante la supuesta incapacidad de Juana. Fernando el Católico prefirió no dar batalla alguna y recluirse en sus dominios aragoneses pero la muerte repentina de Felipe en 1506 y los desvaríos mentales de su hija que le merecieron el sobrenombre de la Loca le obligaron a volver de nuevo a la escena política de Castilla, reclamado por la regencia presidida por Cisneros. En recompensa, el rey aragonés le agenció el capelo cardenalicio y, poco después, le hizo inquisidor general. Jamás en la historia de España eclesiástico alguno alcanzó tanto poder.

Mientras el rey Fernando se vuelca en Europa mostrando su habilidad y fuerza en las guerras de Italia, el cardenal Cisneros concentra sus afanes en llevar adelante un proyecto, siempre acariciado, un sueño alimentado en las corrientes del mesianismo franciscano y en la inspiración de Isabel la Católica: la reconquista de la África antes cristiana, la que perteneciera al Imperio Romano, cuna y diócesis de san Agustín y pórtico de la anhelada Tierra Santa. El espíritu medieval de cruzada que había sostenido su mano dura con los moriscos de Granada impulsó toda su política norteafricana, financiada en parte desde la archidiócesis de Toledo, con resultados efectivos en la toma de Mazalquivir, Orán, Bugía y Trípoli.

A la hora de morir, en 1516, Fernando el Católico no dudó en encomendar al cardenal Cisneros la regencia de su reino hasta la llegada a España de su nieto Carlos de Habsburgo. Había que salvaguardar en su integridad el legado de los Reyes Católicos. Lamentablemente, el sabio arzobispo de Toledo, a quien se respetaba y temía, no pudo transmitir al inexperto Carlos I su idea de la política, tan distinta de la concepción patrimonial y dinástica en la que se había educado el Habsburgo pues la muerte le vino cuando iba a su encuentro, ocho días después de que Lutero hiciese públicas en Wittenberg las proposiciones que habrían de dar origen a su ruptura con la Iglesia.

El V Centenario de Cisneros debería servir para mostrar que la unidad de España no solo se asienta en el respeto a un texto legal de coyuntura sino en la conciencia de haber vivido u
na iniciativa común sin la que la civilización entera tendría otro sentido. Lástima que el gobierno español deje pasar la efeméride descuidando a quienes nos encaminaron hacia una patria hermosa pronunciada desde todas las ideologías, defendida desde todas las culturas, evocada desde todas las tradiciones y ello nos exige el recuerdo emocionado de nuestros próceres y la severa amonestación contra quienes parecen haberlos olvidado. 



                                     FERNANDO GARCÍA DE CORTÁZAR  Vía EL CORREO

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