Reformar la Constitución en favor de más autonomismo es delirante
Una de las formas más seguras de fracasar en la vida es despreciar aquello que pretendes vender o defender. Nadie sale a ligar proclamando que es un tacaño de Molière, que tiende a la misantropía y que por la noche ronca como un oso pardo. Así no te jalas un rosco. Nadie vendería una gran berlina antigua, un Bentley de solera, explicándole al público que el vehículo está totalmente obsoleto: «Las puertas no cierran bien, el embrague rasca, los asientos son de muelles y te destrozan la chepa, el único airbag es el careto del conductor y el cacharro está tan anticuado que las ventanillas se bajan con manivela. Pero tal vez a usted pueda interesarle...». Por supuesto que no le va a interesar. Un vendedor normal que aspire a colocar el Bentley dirá todo lo contrario: «Este coche lleva cuarenta años en carretera y no ha dado ni un problema mecánico serio. Su línea clásica es muy armónica, ha envejecido de maravilla. La habitabilidad resulta excelente. Una joya. Enorgullecería a cualquier propietario».
En política sucede lo mismo. En el referéndum del Brexit, Cameron hizo campaña a favor de la UE pregonando que a él en realidad no le gustaba. Muchos ingleses extrajeron la conclusión lógica: «Si a ti no te gusta Europa y me pides que vote por ella, aviado vas, campeón». España acaba de ganar una batalla durísima en defensa de su legalidad constitucional. No ha resultado sencillo, porque décadas de propaganda a cañón libre, manipulación en las escuelas e intoxicación mediática construyeron un enemigo complicado, que había tejido una intrincada red de intereses. Por eso supone un absurdo tremendo que cuando estamos todavía inmersos en la lucha por España y su Constitución proclamemos que la Carta Magna es defectuosa y necesita una reforma. Con tal actitud lo que estamos haciendo es depreciar aquello que se supone que queremos defender. Es un delirio naif pensar, como hacen Sánchez y algunos ilustres buenistas -destacados juristas incluidos-, que los separatistas catalanes van a aflojar en su obsesión supremacista porque se acometa una reforma federal de la Constitución (que además de facto ya lo es). ¿Se van a amoldar a la legalidad española Junqueras, Puigdemont y la CUP porque el Senado se convierta en una cámara territorial, o porque se hagan retoques semánticos en la denominación de las regiones para alzaprimar simbólicamente a la ya multipremiada Cataluña?
¿Debemos reformar hoy la Constitución que nos devolvió la democracia y ha propiciado la etapa más libre y próspera de España? No, por supuesto. Todo retoque que tienda a fomentar un mayor autonomismo constituirá además una bofetada en la cara del sentir dominante entre los españoles, que abogan mayoritariamente por el modelo actual, o en todo caso por fortalecer el Estado. Por fortuna, Rajoy le hará un fino Lampedusa al torpe Sánchez. Todo tendrá que cambiar para que nada cambie. Tengan por seguro que tardará en tocarse la magnífica Constitución de 1978. España no puede correr a rebufo de unos golpistas.
LUIS VENTOSO Vía ABC
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