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lunes, 20 de noviembre de 2017

PSICOLOGÍA DEL SEPARATISMO

Un movimiento político de naturaleza tan dañina ha de ser derrotado en democracia mediante el sometimiento despiadado de sus postulados y de sus consecuencias al análisis objetivo riesgo-beneficio.

Psicología del separatismo. EFE

Desde que inicié mi actividad política en primera línea al ser elegido diputado en el Parlamento de Cataluña en 1988 tuve que enfrentarme a los nacionalistas de raíz identitaria, es decir, a gente que sitúa contingencias como la lengua, la raza, el folklore o el paisaje por encima de valores trascendentes como la libertad, la igualdad, el imperio de la ley, la dignidad intrínseca de cada ser humano o la justicia. En este combate de ideas he escrito miles de páginas, pronunciado centenares de conferencias y discursos, participado en innumerables debates en radio y televisión, soportado todo tipo de agresiones verbales y en ocasiones físicas de los supremacistas catalanes y recibido curiosamente intensas y repetidas descargas de fuego supuestamente amigo.
Luchar contra un enemigo tan formidable, motivado y pertinaz como el tribalismo fanático es una tarea ingente
De hecho, una de las sorpresas que me ha deparado este largo periplo de servicio público ha sido el considerable esfuerzo de las sucesivas cúpulas de los dos grandes partidos nacionales para acallar, marginar y al final condenar al ostracismo a aquellos que en sus filas nos oponíamos con mayor vigor y convicción a los particularismos divisivos y excluyentes. Habrá de reconocerse que luchar contra un enemigo tan formidable, motivado y pertinaz como el tribalismo fanático es una tarea ingente que, si va acompañada del permanente sabotaje de los que -por lo menos teóricamente- están situados en tu mismo bando, deviene imposible por titánica.

Dado que los nacionalismos catalán y vasco son desde hace más de un siglo el peor enemigo interior que tiene España como Nación que intenta con variable fortuna ser cívica, próspera e ilustrada, siempre me he empeñado en entender sus causas y, sobre todo, los mecanismos emocionales y mentales que hacen que tanta gente quede prendida en sus siniestras redes. En efecto, una doctrina que coloca en la cúspide de la escala axiológica elementos tan accidentales como el lugar en el que uno nace, el idioma que habla, el color de la piel, un pasado imaginado o una serie de costumbres perfectamente prescindibles, no resiste un análisis racional. Lluis Llach tiene una canción cuyo verso central enuncia con un trémolo dramático “Som d´aquí”. La pregunta que surge de inmediato en cualquier cabeza sensata es “¿Y qué?”. Si a eso se añade que el nacionalismo ofrece un balance de guerras, barbarie, destrucción y ruina auténticamente escalofriante, cuesta entender de entrada que cuente con tantos adeptos. La comprensión de tan extraño fenómeno emerge indispensable a la hora de su neutralización.
La obsesión narcisista que constituye la base movilizadora del nacionalismo de identidad es tan potente para ganar adhesiones acríticas porque apela a instintos muy arraigados
Mi conclusión es que la obsesión narcisista que constituye la base movilizadora del nacionalismo de identidad es tan potente para ganar adhesiones acríticas porque apela a instintos muy arraigados y profundos en la evolución que ha dado lugar a nuestra especie: el instinto territorial, el instinto grupal y el rechazo preventivo al extraño y diferente. Nuestros antepasados prehistóricos guardaban celosamente el reducido hábitat que les proporcionaba el sustento, se sentían totalmente inmersos en la pequeña colectividad homogénea que les aseguraba protección, calor, alimento y acceso a las funciones reproductoras, y reaccionaban con automática hostilidad si aparecía en el horizonte un humano de otro clan y no digamos de otra morfología. Todas estas pulsiones sepultadas en nuestra arqueología cerebral operan con asombrosa eficacia debidamente manipuladas por los demagogos nacionalistas. Por eso hace tiempo definí el nacionalismo como la utilización racional de lo irracional al servicio de la conquista del poder político. Cuando en las grandes concentraciones de los que anhelan un estado propio para su tinglado localista se agitan banderas, se derraman lágrimas al son de las melodías rituales, se queman fotografías del Rey como sustitución simbólica de su eliminación física, se profieren injuriosas consignas contra el imaginario enemigo centralista y se exhiben pancartas con eslóganes directamente dirigidos al sistema límbico, no puedo evitar ver a una horda de neandertales emitiendo sonidos guturales en las inmensidades heladas del Pleistoceno.

Un movimiento político de naturaleza tan dañina ha de ser derrotado en democracia mediante el sometimiento despiadado de sus postulados y de sus consecuencias al análisis objetivo riesgo-beneficio, combinado con el recurso a emociones, instintos y sentimientos que, a diferencia de los que inspiran al nacionalismo, despierten los registros más nobles, altruistas y benéficos que todo hombre y toda mujer alberga en sus circuitos neuronales. 

La patología identitaria ha de ser curada con la razón, pero no sólo con la razón, como pretende el Gobierno isotérmico que disfrutamos. Hay que descender sin temor a los abismos tenebrosos y húmedos de los que se alimenta su épica impregnada de odio para iluminarlos con el fulgor de lo que nos hace humanos, la capacidad de individualizarnos sin olvidar que vamos todos en un mismo barco, cuya boga en común es indispensable para convivir en paz, armonía, orden y bienestar.


                                                                       ALEJO VIDAL-QUADRAS  Vía VOZ PÓPULI

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