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sábado, 18 de noviembre de 2017

CATALUÑA COMO MENTIRA



No creo que nadie en sus cabales confiara en un médico, un abogado o un asesor bursátil a sabiendas de que no nos está diciendo la verdad, que nos está mintiendo.

Sin embargo, eso ha sucedido en Cataluña con su Gobierno, con la clase política con la mayoría del Parlamento, con la mayor parte de los medios de comunicación, con muchos periodistas, con las universidades, con los colegios profesionales, con las escuelas de los niños... 

Y lo más grave del caso es que muy posiblemente vuelva a suceder igual tras las próximas elecciones de 21D. Han mentido a sabiendas y lo volverán hacer de nuevo. Todo el mundo lo sabía, pero nadie se atrevió a decir que el rey iba desnudo. Es bien conocido el adagio de que es más fácil engañar a una multitud que a un solo individuo.

En Cataluña ha regido y rige la mentira, es su imperio. Ni posverdad, ni Donald Trump, ni Brexit. No hay otra. Las cosas no son como son, sino como parecen que son, puras apariencias. Vivimos instalados en la mentira, se ha vuelto nuestro medio natural, ese líquido amniótico que nos protege, estamos en ella como pez en el agua. Todos lo sabían, todo el mundo decía --eso sí, en privado-- que la independencia no era ni siquiera imaginable, menos aún posible. 

Todo el mundo sabía lo de la financiación de Convergència --¿por qué no se ha hecho pública todavía la sentencia del caso Millet, que tiene que dictar el tribunal presidido por la esposa señora esposa de Juanjo Queralt?-- los negocios de los hijos de Pujol o lo de Banca Catalana. Pero ¿para qué decir la verdad? ¿A quién le puede interesar? 

Y sobre todo ¿qué beneficio nos puede deparar? Ninguno. Hemos contraído todos, algunos más que otros, una grave responsabilidad ya fuera por acción o por omisión, o simplemente por callar demasiado tiempo. Podemos buscar mil excusas en las actuaciones de los demás, de los otros, de los adversarios... pero, como reza el pasaje evangélico, quien esté libre de culpa que tire la primera piedra. La culpa reside en cada uno de nosotros, es demasiado fácil --y barato-- echársela a los demás.

Hemos confiado, como sociedad, en unos mentirosos porque esta es una sociedad caciquil y clientelista, anudada por estrechos lazos de intereses, una tela de araña. Cataluña es una gran familia, eso sí que lo tiene. Nos conocemos todos, y todos nos hemos visto alguna que otra vez en pijama o incluso sin él. ¿Para qué nos vamos a hacer daño? ¿Que ahora toca independencia? Pues independencia, como antes tocó ser comunista, católico o franquista y alzar el brazo. 


¿Después? Después ya veremos... La cosa consiste en ir pasando sin levantar nunca las alfombras, sin tirar de la manta, sin decir esta boca es mía, sin cambiar. ¿Para qué? Cataluña es una sociedad silenciosa y silenciada, en donde no hay lugar para la discrepancia ni para un "sí, pero...".

Ellos a decir que la culpa es de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto, que habían ganado unas ele
cciones cuando habían perdido, a llenar las calles una y otra vez para hacer ver que son mayoría, cuando no lo son y encima lo sabían. Hacer ver que todo está preparado para el día después cuando no había nada previsto, y así, una y otra vez, durante cinco extenuantes años. En Cataluña no había fractura social ni violencia sino cohesión social, un solo pueblo, y sobre todo pacífico, muy pacífico.

Todos lo sabíamos, claro está, porque, como decía mi abuela, aquello que parece mentira es por la poderosa razón de que no es verdad.



                                                       MANUEL TRALLERO  Vía EL ESPAÑOL

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