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miércoles, 22 de noviembre de 2017

PEDAGOGÍA DE LA FRUSTRACIÓN


Qué más tiene que pasar para que la mitad de los catalanes entiendan hasta qué punto les perjudica el nacionalismo



En la primera ronda. Como el que se quita de encima un chicharro antes de que le queme las manos o le tizne la ropa; así ha tratado la Agencia del Medicamento la candidatura de Barcelona, una de las ciudades europeas con mejor calidad de vida y una industria farmacéutica prestigiosa. Esto es lo que han conseguido a pachas los separatistas y su aliada populista Ada Colau, alcaldesa populista y lacrimógena. Que nadie tome en serio como sede de un organismo de la UE a la capital de un territorio cuya clase dirigente se quiere ir de Europa.

A tenor de las encuestas, sin embargo, cabe preguntarse qué más tiene que pasar para que la mitad de los catalanes entienda hasta qué punto les perjudica el nacionalismo. Que el proyecto de independencia los arruina en vez de convertirlos en felices habitantes de ese pregonado país idílico. Que las empresas se fugan, que están bajando las tasas de productividad y de empleo, que el dichoso proceso perjudica al comercio y ahuyenta al turismo. Todo parece darles igual a esos dos millones de ciudadanos anclados en el voto secesionista, impermeables a la evidencia, subyugados por el mito. Emocionalmente convencidos, porque no se trata de una idea sino de una creencia, de formar parte de un sujeto político e histórico reprimido por la malvada España a lo largo de los siglos. Encerrados en un bucle letal de autocomplacencia y narcisismo.

El independentismo ha trabajado bien en la forja de esa conciencia mitológica de un destino. Adoctrinamiento escolar, propaganda asfixiante y presión inclemente contra el pensamiento crítico; con esa tríada instrumental los nacionalistas han construido un régimen de férreo blindaje doctrinario, inmune a cualquier embate político. Un modelo a contraviento de la Historia que cosecha fracaso tras fracaso sin aflojar en la tenaz persecución de su objetivo. Un sistema de poder hegemónico que, aunque sus beneficiarios admiten que carece de mayoría social, pretende arrastrar a toda la sociedad catalana a pagar el precio de su ofuscado designio.

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