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viernes, 3 de noviembre de 2017

François Jullien: "Cataluña es una deficiencia de los políticos y de Europa"

François Jullien /ANTONIO HEREDIA


En 1997 publicó Fundar la moral y aquel libro lo fijó como uno de los ensayistas más sugerentes de Francia. Ahora denuncia el truco nacionalista de reivindicar el hecho diferencial en La identidad cultural no existe.

El filósofo francés François Jullien viste como un filósofo francés de un tiempo sin tiempo: el pantalón de corte raro con la cintura alta, el zapato de cuero fino y acabado en punta suave, la camiseta bajo la americana con esa suave ráfaga de descuido. Su muestrario textil va del blanco al negro, sin matices. Luego está la expresividad al hablar. Y las manos de gesto rápido. Y las palabras precisas que no admiten grietas ni puntos de fuga. El filósofo francés Fraçois Jullien viene a presentar un ensayo oportuno que aquí publica Taurus: La identidad cultural no existe. Lo opuesto de lo que aquí nos han contado unos y otros desde hace demasiados años.

Es un sujeto que se expresa con una poderosa densidad intelectual. Catedrático de la Universidad París VII Denis Diderot y reputado estudioso de la cultura y la filosofía china, lamenta la caída en desgracia de la izquierda europea y en las últimas elecciones francesas participó activamente en los debates cívicos y académicos que advertían contra la fuerza ciega que impulsaba a Marine Le Pen. A la vez destaca a un Emmanuel Macron que conoce el latín y el griego y desarrolla un idioma mejor y más aquilatado que la mayoría de políticos franceses. Pero lo que alerta a Jullien es el sulfuroso vendaval identitario que confunde las realidades europeas. Lo que aquí en España se percibe en la infantiloide recreación idílica del nacionalismo apoyada en una «falsa excepción cultural».

¿Así que defender una forma de cultura no es defender una identidad específica? «Reconozco una identidad singular del sujeto, pero no una identidad subjetiva, que sería la cultural. Ésta es mutante, cambiante, pues la cultura que no cambia está muerta. Y no digo esto para provocar, sino para denunciar un camino falso. La España de hoy está instalada en esto. Lo que defiendo son los recursos culturales, no su presunta utilización para armar una identidad».




Desde ahí se han articulado numerosas atrocidades, rechazos y exclusiones. Al amparo de una identidad cultural los atropellos han sido múltiples. «No tiene más que mirar la historia del nazismo, cómo se constituyó alrededor de una identidad construida para justificar sus atrocidades», apunta Jullien.

Ahora, como en otros momentos de poco brillo, vuelve a triunfar el eslogan, el cliché, el discurso de la ilusión. «Eso crea la desmovilización política. Está muriendo por ese lado la idea de Europa. Y la situación actual de España tiene ahí su antecedente. No es sólo el enfrentamiento entre Cataluña y el Estado español, sino que aloja un fenómeno mucho más profundo que ha llevado a una crispación identitaria. Cataluña es una deficiencia de los políticos y de Europa. Por eso hay que volver a preguntarse por la fórmula histórica del Estado nación, pues no creo que sea la única manera posible de desarrollo europeo».


¿Entonces? «Europa debe pensar seriamente en una estructura supranacional. Es la única forma posible de hacer frente a potencias como India o China. Si no tenemos una fuerte certeza de ser ciudadanos europeos seremos irremediablemente frágiles. Ser europeos por serlo, sin avanzar más, no significa nada. Es hora de volver al auténtico idealismo».

Advierte del peligro que supone un nacionalismo que ha vuelto a convertirse en un soporte emocional para muchos países de Europa. «No debemos olvidar que la reivindicación identitaria (cuando sólo se cimienta en la singularidad cultural) favorece el inmovilismo. Por eso urge abrir el horizonte del debate. Discutir la frontera entre lo laico y lo religioso._Entre lo material y lo espiritual. Debemos volver a explorar nuestros recursos intelectuales, culturales, pero nunca para distanciarnos de otros sino para removilizarnos».

A François Jullien no le gustan las banderas. De algún modo contribuyen a la esterilidad del debate cultural. «Tanta bandera junta no es buena. Ni aquí ni en ningún sitio. Como europeos debemos apostar por una nueva idealidad y rechazar el discurso de lo excluyente».
No parece fácil.


                                                                                            ANTONIO LUCAS     Vía EL MUNDO

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