La enseñanza, llamada también educación,
aunque no sea lo mismo, no garantiza la formación de buenos ciudadanos,
ni de ciudadanos buenos. Tal y como está planteada solo ofrece
conocimientos instrumentales, con aditamentos ideológicos distintos que
dependen de cada profesor y cada aula. El programa de TV·3, Merlí, que
con éxito se ha exportado a otras televisiones, es un ejemplo de libro
de este adoctrinamiento, donde el pensamiento crítico se confunde
burdamente con la pura y simple crítica de lo que no me gusta, sin
mayores necesidades de conocimiento. Para poder desarrollar el
pensamiento crítico es previamente necesario un buen conocimiento de aquello que se quiere criticar y
la capacidad de identificar cuáles son los aspectos más positivos que
nos aporta aquella concepción. Por eso, aunque no se le tenga como tal,
el gran maestro del sistema de pensamiento crítico es Santo Tomás de Aquino y su Suma Teológica.
La Ilustración trajo con ella dos afirmaciones que se han revelado equivocadas.
Una es la de que con la razón instrumental, prescindiendo de toda razón
objetiva que confiere un marco de referencia a la vida humana y a todas
las cosas, los seres humanos alcanzarían una unidad en sus decisiones y
una claridad en sus conclusiones, que el “obscurantismo” religioso
impedía. El resultado, como critica MacIntyre, en Tres Versiones Rivales
de la Ética es una jaula de grillos -la referencia entomológica es mía,
claro-, donde la realización del deseo conducido por la subjetividad
sin límites confunde el bien con la preferencia individual, lo que
convierte a nuestras sociedades en difícilmente gobernables, sin el
amaestramiento de las mentes, que es lo que se practica desde el poder
secular. El resultado es un pensamiento caótico donde el sentimentalismo
-la máxima expresión de la subjetividad- ha devorado a la razón. Solo
hace falta contemplar los debates políticos para constatarlo. La
búsqueda del bien común se ha convertido en la búsqueda del mal del
otro, el adversario, en demasiadas ocasiones.
La Ilustración también acarreó una idea que en parte era verdad, pero que conducida como absoluto lleva al fracaso social.
La de que la instrucción, la enseñanza generalizada por sí misma,
construye buenos ciudadanos, como si la acumulación de conocimientos
contribuyese automáticamente al perfeccionamiento moral. Y los
defensores de este error, que son muchos y mandan, se encuentran inermes
cuando constatan que los yihadistas no son en su mayoría pobres e
ignorantes, sino que es gente instruida, entre sus dirigentes por
descontado, pero también entre sus miembros activos. Eduardo Martin de
Pozuelo un especialista en este campo señala que las biografías de los
militantes de Al-Qaeda tienen en un 35% estudios superiores, y en un 45%
una profesión cualificada.
Es la educación moral afirmada en la ética de la virtud que hace posible
formar una ciudadanía buena, que necesita para realizarse un marco de
razón objetiva que confiera sentido a sus vidas por encima de sus deseos
y pasiones.
JOSEP MIRÓ i ARDÈVOL Vía FORUM LIBERTAS
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