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domingo, 5 de noviembre de 2017

En la espiral del vértigo (de la bancarrota de Puigdemont al pelotazo de Colau)

Aparentemente, la alcaldesa lo tiene todo a favor: el movimiento soberanista, embravecido, sus posibles competidores, ejerciendo de mártires; un puesto institucional y un presupuesto en sus manos


El expresidente de la Generalitat y la alcaldesa de Barcelona. (Reuters)

Caben muchas opiniones, y yo tengo la mía, sobre el auto de la jueza Lamela que ha enviado a prisión a ocho dirigentes independentistas. Pero solo nos faltaba caer en el despropósito de sugerir que la magistrada es culpable de lo que pasa en Cataluña, o de lo que va a pasar. Ella se vio ante unos hechos claramente delictivos; le presentaron a los presuntos delincuentes, que ni siquiera niegan los hechos sino que alardean de ellos; y le mostraron la evidencia de un riesgo de fuga. A partir de ahí pudo hacer varias cosas, pero no se puede discutir que lo que hizo tiene fundamento jurídico (como lo tiene lo que hizo el Supremo, que a mi juicio ya está tardando en agrupar toda la causa).

Si en adelante el desastre se agudiza, los culpables no serán los jueces –actores inevitables cuando se pisotea la ley–, sino los políticos insensatos que han producido esta situación de locos. El primero de ellos, el fugitivo Puigdemont.

No culpen a Lamela, y mucho menos a Rajoy. Quien los ha llevado a prisión se llama Puigdemont. Él es el traidor, él ha sido su peor fiscal

Si el jueves 26 hubiera cumplido su palabra y llamado a elecciones, hoy habría unos comicios convocados y organizados por la Generalitat, como manda el Estatuto. El Govern estaría gobernando. No se habría producido la proclamación de la república y, por tanto, no estaría sobre la mesa el delito de rebelión, que lo ha agravado todo. No se habría aplicado el 155 y la Generalitat no estaría intervenida. Él no estaría fugado en Bruselas ni sus 'consellers' en la cárcel, sino en Barcelona ejerciendo sus funciones.

No culpen a Lamela, y mucho menos a Rajoy. Quien los ha llevado a prisión se llama Puigdemont. Él es el traidor, él ha sido su peor fiscal. Primero, saboteando su propio acuerdo y conduciéndolos a cometer delitos flagrantes contra la convivencia y el orden democrático; después, poniéndolos a los pies de los caballos con su grotesca fuga. Viendo a la nave capotar, el piloto Puigdemont agarró el único paracaídas a bordo y se tiró. Es lo que pasa cuando pones a un pelele: se le puede manipular, pero en el momento de la verdad se quiebra como lo que es.

En dos meses, Cataluña ha padecido una sucesión de 'electroshocks' incompatibles con la salud. La derogación salvaje de la Constitución y el Estatuto. Un referéndum ilegal, con un gobierno y su policía queriendo imponerlo por la fuerza y otro gobierno y su policía tratando de impedirlo por la fuerza. Un estallido revolucionario en la calle. El abandono masivo de las empresas. La declaración de independencia. La Generalitat intervenida por el Gobierno central. La convocatoria anómala de unas elecciones desde Madrid. Y el encarcelamiento de la cúpula política del independentismo.


Cada uno de esos hechos, por sí solo, supondría una crisis constitucional grave. Todos juntos y seguidos nos colocan ante el abismo de un descoyuntamiento institucional insoluble a corto plazo, de un cisma político y social quizá irreversible y de una probable recesión económica en Cataluña que afectaría a toda España. Estamos en plena espiral del vértigo.

Tan imperativo es afirmar la autonomía de los jueces como reconocer los efectos políticos de sus decisiones. El hecho objetivo es que tras esta orden de prisión el marco político del 21 de diciembre ha cambiado por completo. Ahora todo se ha puesto aún más difícil de lo que ya era.

Creo que es la primera vez que un Estado de la Unión Europea lleva a prisión, en vísperas de unas elecciones, a líderes políticos en activo por delitos no relacionados con la corrupción, sino con una insurrección institucional. El hecho de que la medida esté justificada por el principio de legalidad democrática no le priva de impacto traumático.

Vayan juntos o separados, los secesionistas pondrán a los encarcelados a encabezar las listas

Es inevitable admitir que las elecciones –ya extrañas por la forma de su convocatoria– quedan contaminadas por este hecho. Vayan juntos o separados, los secesionistas pondrán a los encarcelados a encabezar las listas, y asistiremos al espectáculo de una campaña con los principales candidatos de una de las opciones en la cárcel. ¿Se puede explicar? Sí. ¿Es difícil? Sí. Europa no está acostumbrada a digerir este tipo de situaciones.

Se altera por completo el eje discursivo y emocional de la campaña electoral, como Pablo Pombo explicó ayer aquí. Y cambian también las estrategias, empezando por el juego de los liderazgos y las alianzas.

El independentismo queda descabezado. El PDeCAT se afana en la tarea de cavar su fosa, con Puigdemont haciendo el payaso por Europa, Mas inhabilitado y Santi Vila repudiado como traidor. ERC pierde a su caudillo político y a sus líderes sociales, todos ellos en prisión (a la espera de lo que suceda con Forcadell). Y la CUP es víctima de unos extraños estatutos que impiden repetir candidatura a sus principales dirigentes (la versión locoide de la limitación de mandatos).



Se abre, pues, un vacío; y es sabido que en la política los vacíos duran muy poco, siempre aparece alguien dispuesto a llenarlos. Es la hora de los pillos y los especuladores. Y en ese terreno, nadie tan aventajado como Ada Colau. Se ve de lejos su propósito de aprovechar la orfandad dirigente del soberanismo para hacerse con el chiringuito y que, además, se lo agradezcan. Lleva años invirtiendo en ello y poniendo fichas en todas las mesas de la ruleta, y esta es la ocasión de hacer caja. Puede que junto a la bancarrota de Puigdemont –o precisamente gracias a ella– se produzca el pelotazo de Colau.

Aparentemente, lo tiene todo a favor: el movimiento soberanista, embravecido y reagrupado en torno a la consigna populista “libertad para los presos políticos”; sus posibles competidores, ejerciendo de mártires pero a buen recaudo durante una temporada; un puesto institucional y un presupuesto en sus manos; y su alianza con un partido de ámbito nacional con 72 diputados en el Congreso. Tendrá un papel estelar en las movilizaciones de este fin de semana; y muy mal tendría que hacerlo para no entronizarse como la interlocutora imprescindible por parte del soberanismo para la solución del conflicto. No necesita ganar, le basta con tomar la posición y obtener un resultado que le dé la llave del futuro gobierno.

Todos saludamos la iniciativa de Rajoy convocando el 21-D como acertada, pero extremadamente arriesgada. Lo primero se confirmó pronto; lo segundo aparece ahora. Para poder seguir adelante, es crucial vencer el vértigo y asegurar la celebración de estas elecciones en condiciones de normalidad. No será fácil.


                                                                              IGNACIO VARELA  Vía EL CONFIDENCIAL 

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