Poco a poco la vieja denominación de comunidades “históricas” para
distinguir las que tenían notorios movimientos nacionalistas previos va
perdiendo fuerza.
Las demás comunidades autónomas levantan la mano. Y la voz.
EFE
En un artículo
publicado hace unos días en La Vanguardia, Josep Antoni Duran Lleida se
asombraba de que los dirigentes independentistas no se hubieran
percatado de que “ del España nos roba hemos pasado al Cataluña ha recibido demasiado
”. Efectivamente, tal y como preocupaba al viejo político catalanista,
en la enorme lista de consecuencias negativas que va a tener el procés,
va a haber que incluir también el de despertar la desconfianza del resto
de España hacia lo que al final pueda pasar con Cataluña en materia
económica. Una desconfianza que sobrevuela los despachos de otros
dirigentes autonómicos que ya no van a pasar ni una, y menos teniendo la
negociación de la financiación autonómica en ciernes.
Cataluña ha perdido también la ventaja que le daba cierto silencio aquiescente por parte de las demás comunidades autónomas, cuya mirada hacia Cataluña va pasando de la emulación a la sospecha
Así que, además de deteriorar la convivencia,
desacreditar el catalanismo en Europa, haber espantado la sede de la EMA
y contemplar cómo se marchan sus empresas más importantes, Cataluña ha
perdido también la ventaja que le daba cierto silencio aquiescente por
parte de las demás comunidades autónomas, cuya mirada hacia Cataluña va
pasando de la emulación a la sospecha.
Y no solo se ha
dado cuenta de ello Duran Lleida. La semana pasada el portavoz
parlamentario del PNV, Aitor Esteban, se mostraba reacio a participar en
los trabajos de la Comisión Territorial porque -decía- “ se van a mezclar churras con merinas
” y evidenciaba su preocupación por ser tratados como los demás,
añadiendo que se busca: “un nuevo café para todos” en el que los
problemas de Extremadura podrían atenderse como los de catalanes y
vascos -se sinceraba- “Para eso que no cuenten con nosotros” Le faltó
añadir ¡hasta ahí podíamos llegar!
Precisamente de Extremadura eran los miles de personas que llenaron la Plaza de España de Madrid el pasado sábado para exigir, en voz bien alta, un tren digno para su tierra
Precisamente de Extremadura eran los miles de personas
que llenaron la Plaza de España de Madrid el pasado sábado para exigir,
en voz bien alta, un tren digno
para su tierra. El valenciano Ximo Puig, por su parte, lleva meses
clamando contra una financiación que considera especialmente injusta con
su tierra y ya desde su elección manifestó que “ el problema territorial no es Cataluña, es el conjunto de España”.
Juan Vicente Herrera, presidente de Castilla y León tampoco quiere que
su comunidad se vea como atrasada y justamente reivindica su posición
cierta como primera región en industria automovilística de España.
Poco
a poco la vieja denominación de comunidades “históricas” para
distinguir las que tenían notorios movimientos nacionalistas previos va
perdiendo fuerza. Si por historia fuera no hay lugar de España que no la
tenga para aburrir, así que nadie encuentra motivos para quedarse atrás
ni en el sistema de financiación, ni en competencias, ni tampoco en la
propia consideración política de sus comunidades como iguales a
cualquiera de las demás. La presidenta de Andalucía nunca pierde ocasión
para recordarlo y reivindicar con nitidez esa igualdad política.
La deslealtad institucional de los dirigentes independentistas se ha granjeado si no enemigos, al menos fuertes y activos adversarios
Así que la deslealtad institucional de los dirigentes
independentistas, combinada con ese indisimulable e insufrible tono de
superioridad hacia el resto de españoles que ha destilado todo el procés
ha logrado que el nacionalismo catalanista ya no solo no caiga lo simpático que era antes, sino que,
además, se haya granjeado si no enemigos, al menos fuertes y activos
adversarios que no van a facilitar las cosas cuando se trate de reparar
el desaguisado con dinero, infraestructuras o privilegios. Ya no.
CARLOS GOROSTIZA Vía VOZ PÓPULI
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