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lunes, 6 de noviembre de 2017
LOS SUICIDIOS DE ESPAÑA: AQUÍ EMPEZÓ TODO
Las elecciones del 21 de abril de
1907 significaron un antes y un después en la historia de Cataluña. Una
lista conjunta de catalanistas arrasó y aceleró el fin de la
Restauración
Manifestación en contra de la encarcelación de Junqueras y los ocho 'exconsellers'. (Reuters)
A veces, aunque no siempre, mirar al pasado contribuye a entender el futuro. Y por eso, puede merecer la pena recordar una fecha que convendría no olvidar. Hace poco más de un siglo, el 21 de abril de 1907, tras la dimisión obligada del liberal Montero Ríos, España celebró unas elecciones generales marcadas por la crisis catalana, que comenzaba a asomar la cabeza en los términos que hoy la conocemos.
Unos meses antes, en noviembre de 1905, se habían registrado los llamados hechos del ¡Cu-Cut!,
que se produjeron cuando un grupo de militares de la guarnición de
Barcelona asaltó las redacciones de dos publicaciones afines al
catalanismo. En concreto, 'La Veu de Catalunya' y el semanario satírico ¡Cu-Cut!, ambos vinculados a la Lliga Regionalista de Cambó y Prat de la Riba.
'La Veu de Catalunya'.
Una viñeta antimilitarista, en la que el dibujante Junceda
se mofaba de forma velada de las continuas derrotas del ejército
español, y que hoy resultaría ciertamente infantil, había encendido la
mecha. Los autores del asalto, lejos de ser juzgados, fueron respaldados
por autoridades del Estado, incluido el propio monarca Alfonso XIII. Hasta el punto de que, meses después, el parlamento aprobó la llamada Ley de Jurisdicciones,
que ponía bajo la tutela de la justicia militar determinados delitos de
opinión, lo que los catalanistas moderados interpretaron como una
ofensa. El propio Alfonso XIII se llegó a jactar de haber redactado la
Ley de Jurisdicciones, que estuvo en vigor hasta 1931.
Viñeta aparecida en la revista satírica ¡Cu-Cut!
La aplicación de esa ley, como se sabe, supuso el primer choque entre poder civil y militar del siglo XX y “una subida notable en la temperatura del conflicto nacionalista”, como sostiene el historiador Moreno Luzón. Fue en ese contexto de crispación política en el que fraguó una alianza contra natura de todos los partidos catalanistas para presentarse a las elecciones de 1907.
Como
han sostenido muchos historiadores, a partir de aquellas elecciones
nada fue igual en Cataluña, pero tampoco en el resto de España
La coalición, presidida por un anciano Nicolás Salmerón,
ex presidente de la I República, logró integrar en una misma lista
electoral a catalanistas moderados, republicanos de toda suerte y
condición y a los viejos carlistones del XIX. Su éxito fue indiscutible.
Solidaritat Catalana obtuvo en aquellas elecciones 41 de los 44
diputados elegidos en Cataluña, cuando dos años antes los catalanistas
-por separado- apenas habían logrado seis diputados.
Como han
sostenido muchos historiadores, a partir de aquellas elecciones nada fue
igual en Cataluña, pero tampoco en el resto de España. La Restauración entró en una crisis terminal de la que nunca se recuperaría, y aunque Solidaridat Catalana se rompió en 1909, tras los sucesos de la Semana Trágica,
hoy, 110 años después, aquella alianza continúa siendo un referente
para muchos catalanistas. Ahora se llamaría una lista-país.
Ni como farsa ni como tragedia
Sería absurdo pensar, sin embargo, que los tiempos políticos tienden a ser iguales. Ni como farsa ni como tragedia, en contra de lo que sosteníaMarx.
Entre otras cosas, porque el papel de la monarquía constitucional es
hoy muy diferente y porque los tribunales -con sus miserias y sus
errores- funcionan, y hoy es impensable una ley de jurisdicciones para
aplastar las voces críticas. De hecho, la España del primer tercio del
siglo XX tiene muy poco que ver la del primer tercio del siglo XXI.
Salvo en una cosa: la tendencia suicida a discutir en el barro la política territorial.
Todos
los dramas de España -prácticamente desde las guerras de los austrias y
sus estúpidas batallas- tienen que ver con las fronteras: exteriores e
interiores. Incluidas las guerras carlistas, los cantonalismos pequeño-burgueses
que liquidaron la I República o, incluso, el desgaste económico sufrido
por España por querer mantener infructuosamente unas colonias en
América y el norte de África que sólo daban fe del ocaso del imperio.
Una especie de territorialización de las ideologías que ha llevado a España frecuentemente al desastre, y, en particular, a la izquierda, casi siempre atrapada por debates identitarios a partir de discusiones estériles sobre el sexo de los ángeles o sobre la plurinacionalidad del
Estado. Mientras que en otras partes de Europa las grandes ideologías
del siglo XX han tendido a uniformizar los comportamientos políticos al
margen de los territorios, en España ha sucedido justamente lo
contrario. Han sido los territorios los que han contribuido de forma
relevante a conformar las ideologías, lo que explica los frecuentes
enfrentamientos y la proliferación de agravios comparativos entre regiones.
Y hoy, parece evidente, hay un riesgo cierto de que las elecciones del 21 de diciembre en Cataluña formen parte de esa tradición suicida tan española, toda vez que muchos vean esos comicios como un ajuste de cuentas entre bandas rivales. El abominable: ¡A por ellos! Confundiendo a los dirigentes políticos con la ciudadanía.
Las elecciones del 21 de diciembre son solo unos comicios autonómicos y no un plebiscito
Unos, los independentistas, buscando recuperar la legitimidad perdida
por sus contumaces ataques a la legalidad y a la Constitución, y otros,
ciertos sectores de los partidos constitucionalistas, como una lección
para liquidar las raíces del separatismo, y que de forma grosera expresó el exministro Wert, hoy viviendo a costa del Estado: “Hay que españolizar a los niños catalanes”, dijo en una ocasión. Sería un error descomunal.
Las elecciones del 21 de diciembre son sólo unos comicios autonómicos y no un plebiscito.
Y bien harían los unos y los otros en afanarse en buscar soluciones a
un problema sin duda muy complejo. Entre otras cosas, porque Europa, que
ha cerrado filas con España en toda esta crisis, tenderá a cansarse si
la cuestión catalanase enquista
en la medida en que en sus propios territorios existen partidos
secesionistas. En algún momento, las instituciones comunitarias pedirán a
España que ponga orden en su territorio evitando la
internacionalización del conflicto o para frenar el coste económico que tiene la crisis catalana para la cuarta economía de la UE.
Y en este sentido, bien haría el presidente Rajoy-y también Albert Rivera-
en dejar claro que, tras el 21-D, las nuevas autoridades recuperarán de
forma inmediata el autogobierno catalán. Precisamente, para lograr que
los sectores catalanistas que hoy, desgraciadamente, se han echado en
brazos de los sectores independentistas, vuelvan a la senda
constitucional y a la cordura.
Probablemente, uno de los errores que se han cometido en estos años
en Cataluña desde el prisma constitucionalista es no haber dispuesto de
una estrategia para romper el bloque independentista pese a sus profundas divisiones internas.
Precisamente, porque se ha aceptado su relato: independencia, si o
independencia, no, cuando lo útil hubiera sido hacer propuestas
encaminadas a renovar el pacto constitucional del 78, y que en el fondo es lo que venía a representar el Estatut
de 2006, refrendado al unísono por el Gobierno central, el parlamento
español y el pueblo de Cataluña, y que el TC quebró con su polémica
sentencia.
Polarización política
El compromiso político de
devolver el autogobierno a Cataluña de forma inmediata permitiría
articular listas electorales que reflejaran mejor la prolija realidad política catalana, y, desde luego, ayudaría a superar esa polarización del voto que hoy se manifiesta. Y que es, desde luego, el mejor caldo de cultivo del independentismo.
Es
casi obvio que hoy existen amplios sectores de la población catalana
que se encuentran políticamente huérfanos y que creen de forma sincera
en una solución pactada, en particular, los más de cien mil votantes de
la antigua Unió de Durán i Lleida o los de la vieja
Convèrgencia que no se han sumado a los independentistas. O esos
votantes de izquierdas de ICV (procedentes del PSUC) que hoy ven
desolados como Podemos -a punto de desaparecer en Cataluña devorado por
los comunes de Colau- ha renunciado a hacer una propuesta sobre España, como con acierto ha denunciado hace días Carolina Bescansa.
Significa
encauzar el debate evitando el frentismo político, que en el fondo es
lo que ha llevado a Cataluña a la situación actual
La formación de listas trasversales e ideológicamente abiertas a nuevos sectores que hoy no se sienten representados -también existe una crisis de representación en la cuestión catalana- va mucho más allá que una mera estrategia electoral.
Significa encauzar el debate evitando el frentismo político, que en el
fondo es lo que ha llevado a Cataluña a la situación actual, mediante la
inclusión en las listas de independientes y de los catalanes cargados de autoridad moral e intelectual que quieren soluciones en lugar de crear nuevos problemas. Esa vía siempre será mejor que alimentar de forma irresponsable la polarización,
como muchos parecen pretender. Los tribunales, en evidente, tienen que
hacer su trabajo, pero en algún momento habrá que dejar espacio a la
política más allá de aprobar el artículo 155.
Entre querer humillar -como pretenden algunos- y provocar que el ejército salga a la calle -como pretenden otros para cultivar el victimismo
y provocar el caos político y económico- hay un fértil territorio que
habrá que explorar para evitar que se repita lo que sucedió en las
elecciones del 21 de abril de 1907. Allí empezó todo.
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