A un año del uno de octubre la situación en
Cataluña ha ido deteriorándose más y más, hasta llegar a los
enfrentamientos de este pasado sábado. La convivencia se ha deteriorado
hasta extremos inimaginables. De ahí la pregunta: ¿Cuándo se jodió
Cataluña?
El matrimonio Pujol-Ferrusola con Artur Mas en una foto de archivo
EFE
Los tuyos y los míos
Vargas Llosa se preguntaba en su libo “Conversaciones en la Catedral” cuándo
se había jodido el Perú. No son pocos los catalanes que nos preguntamos
lo propio acerca de Cataluña. ¿Qué ha tenido que suceder para llegar
hasta este punto en el que haya hermanos que no se hablen entre sí, en
el que hay parejas que ven seriamente amenazada su convivencia por tener
ideas diferentes respecto al separatismo? ¿Hasta que punto no hemos
sido todos cómplices para que existan profesores dedicados a intoxicar
las mentes de nuestros hijos, periodistas que solo saben vomitar odio
hacia los que no son separatistas o jefes que te hacen mobbing si no
aceptas colgar lazos amarillos en tu despacho?
Decía el gran historiador Toynbee
que cuando las estadísticas muestran a un país dividido en dos mitades
ha llegado el momento de preocuparse en serio. Es la trágica advertencia
de Federico en sus “Bodas de sangre” cuando
un personaje grita “Aquí ya no hay más que dos bandos, los tuyos y los
míos”. El separatismo, evolución de un nacionalismo corrupto y
ventajista, nacido de la mentira histórica y el privilegio de elites
catalanas, no podía desembocar en otra cosa que el monstruo que se pasea
amenazante hoy en día por nuestras calles.
Cuando
hace un año se aprobaron de manera torticera las leyes de desconexión,
para cerrar después el parlamento autonómico a cal y canto, dejándolo
todo “en manos del pueblo”, sin control oficial ni garantías legales de
ningún tipo, ya se veía que todo iba a seguir el mismo camino: son
responsables ante ese “pueblo” y ante la historia. Si hubieran añadido a
Dios ni el mismo Franco les podría poner
un ro. Con elecciones autonómicas, con el 155, con un nuevo Govern, con
todo lo que ha sucedido, ellos se mantienen en sus trece. El mito de que
aquella pantomima fue un referéndum legal del que emana un mandato, que
tienen mayoría social y política, que la república está proclamada y
ahora hay que darle impulso, que hay presos políticos y exiliados y, en
fin, que ellos tienen razón, son demócratas, son la única esperanza para
Cataluña y el resto somos poco menos que una defecación canina en medio
de un erial se ha consolidado en estos meses. No vamos a mejor, sin
duda, vean como este sábado esos mismos separatistas le rompían la nariz
a un manifestante, mientras proferían gritos como “Os vamos a cortar el
cuello, hijos de puta” o “ETA mátalos”.
A lo largo de
este año hemos visto crecerse a todos estos en esa especia de catecismo
para totalitarios, a los CDR campar a sus anchas y a los gobernantes
separatistas actuando de pirómanos políticos. Torra
ha seguido esa línea que le impide – lo dijo este sábado por la noche
en TV3- condenar a ningún independentista por muchas agresiones que haya
cometido. No es extraño, porque uno de los agresores del sábado ha sido
identificado como sobrino del terrorista Carles Sastre,
con el que Torra se ha hecho varias fotografías como President. El
cariño le viene de lejos, suponemos. Lo más triste es que los catalanes
no hemos sabido estar a la altura. Hay un dolor profundo, eso sí, y es
comprensible, porque cuesta sentirte extranjero en tu propia tierra,
insultado a diario, acosado, mal visto, marginado, apestado… Un dolor
que en no pocos casos ha sido paralizante, castrador, igual que si te
dieran un mazazo terrible sin saber por qué.
De ahí
que gran parte de personas en mi tierra se pregunte, nos preguntemos
¿cuándo se jodió todo esto? Me temo que la respuesta no es demasiado
agradable.
Por acción u omisión
La
verdad es que, si los separatistas han llegado a romper hasta las
familias, y soy testigo presencial de muchísimos casos, no es un mérito
propio. En su éxito, por llamarlo de alguna manera, ha influido
muchísimo el peligroso síntoma del ja s’ho faràn,
ya se apañarán, tan extendido en la filosofía del catalán medio,
dedicado a sus cosas, a su vida personal, a su pequeño círculo. Ese ja s’ho faràn
ha sido el mejor conductor de la corriente eléctrica separata que ha
devenido en el electro shock actual. Todos tenemos la culpa: partidos
políticos, sindicatos, organizaciones profesionales, empresarios,
periodistas, no hay sector que pueda sentirse inocente de esta
acusación. Cataluña se jodió el día en el que, por ejemplo, los
socialistas reconocieron el gran mérito de Pujol como
dirigente o el día que aceptaron la inmersión lingüística. Se jodió
cuando el PSUC creyó que, aliándose con Convergencia, podría anular a su
odiado rival socialdemócrata, o cuando hablar catalán era de buen tono,
aunque fuese de manera terrible, cuando los intelectuales, los
artistas, los escritores, acudían a Palau orgullosos de recibir no sé
qué premio de manos del banquero fracasado. Se jodió cuando no hubo
nadie que tuviera narices de decir en sede parlamentaria que aquí se
robaba a mansalva, que lo del nacionalismo no era mas que una cortina de
humo para ocultar negocios poco honorables, que TV3 era un cortijo
particular de los Pujol, que la prensa comía de la mano de la
Generalitat porque sin sus subvenciones habrían tenido que cerrar casi
todos los diarios.
Claro que se jodió Cataluña, y
empezó a hacerlo cuando alguien venido de otra parte de España creía que
por ser del Barça y bautizar a su hijo con el nombre de Jordi iba a ser
aceptado en la casta de los señores. Se jodió por la terrible maldad
del espejismo catalán, de ese oasis que no era más que una sociedad
dictatorial y mafiosa en la nadie hablaba por miedo o interés. Sin todo
eso, sin una masa acobardada y acomplejada ante sus amos, nada de esto
habría sido posible. El típico “Yo no soy convergente, pero mira, el pujolet
va a Madrid y siempre vuelve con algo” es un buen ejemplo de como la
inteligencia de la burguesía catalana aunada a la estupidez del pueblo
pudo tener un éxito tan enorme. Eso, y el miedo a ser tildado de persona
de derechas, porque todos estos aseguran que son cualquier cosa menos
del PP o de Ciudadanos, cuando el nacionalismo, y, especialmente Pujol,
van mucho más allá de la derecha económica o ideológica, adentrándose en
los sombríos rincones del supremacismo más ultra.
Con
tantas mentiras que desmontar, lo realmente singular a doce meses de
aquel 1-O es que no hayan pasado más cosas. Que no haya habido más
agresiones, más víctimas, más inestabilidad. Y si eso no ha pasado es,
por una parte, porque los propios interesados están más divididos hoy
que hace un año y, por otra, porque la gran masa social catalana lo que
quiere es vivir, igual que sucede en Asturias, en Andalucía o en
Galicia. Vivir sin tener que pelearse a diario.
Claro
que la convivencia se ha deteriorado, y mucho, en este año, pero también
ha tenido algún aspecto positivo. El separatismo, al obligar a tomar
partido a los ciudadanos, ha hecho que la gente salga a la calle por
primera vez con banderas de España, que se organice, que se plante ante
el asalto totalitario. Han pasado demasiadas cosas y las que todavía nos
quedan por pasar, porque la fractura social no se va a solucionar en
muchos, muchos años, y eso tomando las medidas oportunas en materias tan
diversas como la educación, la cultura o los medios. Pero si existe una
esperanza para todos los familiares, los amigos, las gentes de bien que
se han peleado por culpa de esos trapos cubanos es que de las crisis se
sale más fuerte, más sano, más sólido.
Quizás yo no
lo vea, pero espero por el bien de la próxima generación que sea así, y
que uno pueda comer el domingo con la familia tranquilamente sin tener
que acabar dando puñetazos en la mesa. Y que las discusiones vuelvan a
ser por el fútbol, por ver quien hace mejor la paella, o, si son gente
que gusta de leer, por defender a Vargas Llosa frente a García Márquez.
Personalmente, me quedo con don Mario.
MIQUEL GIMÉNEZ Vía VOZ PÓPULI
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