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domingo, 20 de mayo de 2018

CIUDADANOS Y LOS NÁUFRAGOS DEL RÉGIMEN DEL 78

Rajoy, Sánchez y Rivera EFE


La aparición de Quim Torra en el escenario catalán amenaza con provocar un cataclismo en la política española. Por el Retiro madrileño caminan bien cogiditos de la mano, quién lo hubiera dicho semanas atrás, Mariano y Pedro, cabezas visibles de PP y PSOE, los grandes soportes políticos del régimen de la Transición, que han decidido dejar de ajuntar a un Albert Rivera al que acusan de “aprovechategui” y de “oportunista de salón”. ¿Qué ha pasado aquí? “Qué el PP lleva un cabreo encima de no te menees, porque Rajoy llamó a Rivera con la propuesta de saludar la aparición del racista Torra en escena con una declaración formal de unidad de los partidos constitucionalistas, y Albert le respondió que sí, que la unidad estaba muy bien, pero que de inmediato había que volver a implantar un 155 reforzado, porque para no hacer nada no se necesita unidad. Y Mariano se ha agarrado un mosqueo notable. Todo lo que estamos viendo estos días en los medios, ese fervor patriótico que parece haberle entrado de repente a Sánchez compartiendo tesis con Mariano, no es más que eso: los celos de unos tipos que no saben/no quieren hacer nada en Cataluña, pero a quienes molesta mucho, porque les coloca frente al espejo de su inanidad, que otro lo quiera hacer. Eso es todo”.


Mariano, pues, no piensa mover un dedo, y en su tumbona ha fraguado el pacto con Sánchez consistente en no tomar iniciativa alguna en tanto en cuanto Kim Jong-Torra no se subleve, de modo que el susodicho se ha apresurado a recordarles que las tropas de Puigdemont llevan mucho tiempo echadas al monte, y ayer sábado se encargó de confirmarlo nombrando, con un par, a los presos Rull y Turull y los huidos Puig y Comín como nuevos consellers. Bofetón en pleno rostro. Desafío en toda regla. La decisión del separatismo de ir a la confrontación y la falta de respuesta del PP nos sitúa ante una doble realidad: por un lado, que estamos ante el peor de los Gobiernos imaginables para hacer frente a un envite que no sólo acabaría con la unidad de España, sino que se llevaría la democracia por delante; por otro, que tan pusilánime comportamiento deja un enorme espacio de actuación a cualquier partido decidido a defender esos principios a los que Mariano ha renunciado envuelto en un legalismo suicida y a enarbolar la bandera de la unidad de la nación y la regeneración democrática. Una oportunidad que deja fuera de juego tanto a PP como a PSOE.

El PP se apresta al contraataque. El enemigo a batir es Ciudadanos, no Puigdemont y el prusés. Se avecina una guerra muy cruda entre un partido que sigue contando con enormes recursos dinerarios y mediáticos y el joven e inexperto candidato a desplazarle de la representación del centro derecha español, condición que durante tantos años ha ostentado el PP. Ya es casi una consigna en Moncloa: “En cuanto Mariano consiga cerrar los Presupuestos, vamos a ir con todo contra ellos. Leña hasta en el cielo del paladar. Se van a enterar”. En la formación naranja son conscientes de lo que se les viene encima. “La especie nos llega por tierra, mar y aire. Pero aquí estamos, listos para someternos a cualquier fiscalización. Sin cadáveres en el armario. Nosotros financiamos nuestra actividad con las subvenciones a los partidos y las cuotas de los afiliados, eso es todo y todo está en regla. Y en cuanto a la corrupción, pues si un día alguien de C’s se corrompe, se le expulsa y punto”.


Polémico apoyo a los Presupuestos


En esta tesitura, Rivera no va a tener fácil explicar a sus votantes por qué ha decidido apoyar unos PGE que significan prolongar innecesariamente la vida política de Mariano, en lugar de retirarle ese apoyo y obligarle a adelantar elecciones. Difícil explicar el “sí” a la ley más importante de cualquier Gobierno, cuando el partido que le sostiene te quiere sacar de la carrera y enviarte a la cuneta. “Esta es una cuestión que hemos discutido mucho para llegar a la conclusión de que, a pesar de todo, hay que apoyar unos PGE que son buenos para España, y en los que hemos conseguido meter no pocas de nuestras propuestas, como la equiparación salarial de Policía y Guardia Civil con las policías autonómicas, o la semana más de permiso de paternidad. Además, está el hecho de que la vida política de un país no se puede paralizar por intereses partidistas; nosotros no lo vamos a hacer, no podemos poner por delante los intereses del partido a los generales: si creemos que esos PGE son buenos para España, entonces hay que aprobarlos al margen de la disputa política.

Con Rajoy y Sánchez empeñados en frenar el avance de C’s, la iniciativa política española está ahora en manos de Puigdemont, el prófugo berlinés, y de Albert Rivera. Todos los demás son elementos reactivos. El uno, escondido en Moncloa en espera de acontecimientos, parapetado tras el “cúmplase la ley” cuando el verdadero clamor de la ciudadanía exige de nuevo el “Cúmplase la voluntad nacional”, el remoquete que llegó a hacerse famoso en boca del general Espartero durante el reinado de Isabel II. Y la voluntad nacional reclama acabar de una vez con el desafío que el secesionismo le ha tendido a la nación. El otro, perdido en el laberinto de la España Federal y sus “naciones”, esclavo de sus sonoras incoherencias. Al dúo se le acaba de unir ese gran farsante que ha demostrado ser Iglesias, cuya revolución consistía en comprarse un chalé con piscina en la sierra de Madrid, como cualquier familia acomodada salida de las entrañas del sistema. El trío compone gesto y figura de hombres de Estado, en un momento en que no son sino náufragos del paquebote de la Transición, pilotos de bajura que en pleno hundimiento del Régimen del 78 se abrazan para evitar hundirse y aún sueñan con impedir que Rivera alcance la playa desde la que poder reformular un proyecto de futuro para España.

Es el Régimen del 78 que se resiste a morir y prefiere seguir pactando con un nacionalismo, en este caso el vasco, que ha dado sobradas muestras desde el 78 de haber traicionado el pacto constitucional. Mariano se vuelve a echar en manos del PNV para asegurarse dos años más en el poder, a cambio de las dádivas que sean menester. Y Sánchez prefiere votar en contra de los PGE cuando su abstención habría bastado para dejar al PNV en la estacada. Estos son nuestros hombres de Estado. Decididos a mantener un statu quo agotado ya desde el estallido de la crisis, dispuestos a darle hilo a la cometa del sistema de turno, como en la Unión Liberal isabelina, de O’Donnell a Narváez y de Narváez a O’Donnell, y como en la restauración alfonsina más tarde, con Cánovas y Sagasta como protagonistas. Más de un siglo después, PP y PSOE continúan soñando con una alternancia imposible, aunque ello implique seguir echando mano de unos nacionalismos que no aspiran más que a romper España. Un sinsentido radical.

La mafia pujolista


El ecosistema político de la Transición está muerto y sus socios del noreste, donde la mafia tejida por la familia Pujol y sus diversos lugartenientes (los Mas, Puigdemont y compañía) siguen manejando los hilos, se han declarado en rebeldía. Decididos a conservar como sea su patrimonio y a lograr impunidad judicial, exigen al duopolio PP-PSOE, implicados todos en el saqueo de las cuentas públicas durante años, un control exhaustivo de los jueces, el único estamento que al parecer está decidido a salvar el honor mancillado de la nación. Y mientras Pedro se dedica a silbar en el muelle de la bahía, Mariano pide tiempo en espera de un nuevo milagro de Fátima. La corrupción ha terminado por salir a la superficie, obligando a sacrificar muchos y muy notables peones. Y el nivel del agua sigue subiendo, amenazando no pocas coronillas tonsuradas. El problema para ellos, con todo, es Ciudadanos, un partido de nuevo cuño que parece decidido a romper la baraja de la omertá colectiva y a descabalgar los planes de la mafia pujolista y sus terminales madrileñas.

¿Podrá Ciudadanos romper ese designio agotado? ¿Y no será pedir demasiado de un partido al que le falta un hervor? ¿No suena todo demasiado arriesgado? Son preguntas que están en la mente de muchos españoles, convencidos, no obstante, de que las circunstancias del momento son tan excepcionales y la carencia de alternativas tan obvia, que no habrá más remedio que catar ese melón en la esperanza de que en su momento ofrezca el dulzor adecuado. “Tenemos muchas ideas que ofertar a la ciudadanía en economía, en fiscalidad, en educación, en regeneración de las instituciones, en armonización del Estado autonómico, en tantas y tantas cosas, y lo vamos a hacer de inmediato y desde una perspectiva patriótica, desenfadadamente patriótica, sin complejos de ningún tipo, porque este es un gran país, una gran nación a la que queremos llamar a participar, a ser protagonista del cambio, emulando de alguna manera aquel gran lema lanzado por Kennedy en histórico discurso el 20 de enero de 1961: “Así pues, compatriotas, preguntad no qué puede vuestro país hacer por vosotros, sino qué podéis hacer vosotros por vuestro país”. El proceso ha entrado en tal aceleración que los cambios no se harán esperar. A Mariano y sus cómplices les queda cuarto de hora.



                                                                                               JESÚS CACHO   Vía VOZ PÓPULI

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