Rajoy, Sánchez y Rivera
EFE
La aparición de Quim Torra
en el escenario catalán amenaza con provocar un cataclismo en la
política española. Por el Retiro madrileño caminan bien cogiditos de la
mano, quién lo hubiera dicho semanas atrás, Mariano y Pedro,
cabezas visibles de PP y PSOE, los grandes soportes políticos del
régimen de la Transición, que han decidido dejar de ajuntar a un Albert Rivera al
que acusan de “aprovechategui” y de “oportunista de salón”. ¿Qué ha
pasado aquí? “Qué el PP lleva un cabreo encima de no te menees, porque Rajoy
llamó a Rivera con la propuesta de saludar la aparición del racista
Torra en escena con una declaración formal de unidad de los partidos
constitucionalistas, y Albert le respondió que sí, que la unidad estaba
muy bien, pero que de inmediato había que volver a implantar un 155
reforzado, porque para no hacer nada no se necesita unidad. Y Mariano se
ha agarrado un mosqueo notable. Todo lo que estamos viendo estos días
en los medios, ese fervor patriótico que parece haberle entrado de
repente a Sánchez compartiendo tesis con
Mariano, no es más que eso: los celos de unos tipos que no saben/no
quieren hacer nada en Cataluña, pero a quienes molesta mucho, porque les
coloca frente al espejo de su inanidad, que otro lo quiera hacer. Eso
es todo”.
El encuentro del jueves en Moncloa sirvió para constatar
la falta de sintonía entre ambos. Se entiende la desafección del silente
gallego para con un hombre joven que ha metido la flota en su caladero y
se está hinchando a pescar votos, hasta el punto de amenazar con dejar
secas las redes populares. Mariano no puede con Rivera. No lo soporta.
Al contrario de lo que le ocurre con Pablo Iglesias,
cuya entrada en el club de la casta ha sido muy celebrada en Moncloa.
“Y sí, la realidad es que todo lo que se dice del presidente, aunque
suene a tópico, su resistencia a la toma de decisiones, la pereza, la
cobardía incluso, es cierto. Pero lo que resulta realmente
descorazonador es constatar in situ que le espanta
tanto la idea de no poder salir corriendo de Cataluña, le revienta tanto
la perspectiva de tener que volver a aplicar el 155, que sólo está
dispuesto a movilizarse ante hechos consumados, sólo va a tomar medidas
cuando el nuevo Govern que comanda el loco éste se
salte las leyes a la torera y cometa delitos flagrantes, porque antes no
piensa intervenir. Y naturalmente con el Constitucional por delante,
siempre detrás de los jueces. Pero Mariano no es un juez obligado a
juzgar hechos probados, sino un político: el presidente del Gobierno
obligado a tomar medidas para impedir que se vulnere la legalidad… Es lo
asombroso de la situación”.
Mariano, pues, no piensa
mover un dedo, y en su tumbona ha fraguado el pacto con Sánchez
consistente en no tomar iniciativa alguna en tanto en cuanto Kim Jong-Torra no se subleve, de modo que el susodicho se ha apresurado a recordarles que las tropas de Puigdemont llevan mucho tiempo echadas al monte, y ayer sábado se encargó de confirmarlo nombrando, con un par, a los presos Rull y Turull y los huidos Puig y Comín como nuevos consellers.
Bofetón en pleno rostro. Desafío en toda regla. La decisión del
separatismo de ir a la confrontación y la falta de respuesta del PP nos
sitúa ante una doble realidad: por un lado, que estamos ante el peor de
los Gobiernos imaginables para hacer frente a un envite que no sólo
acabaría con la unidad de España, sino que se llevaría la democracia por
delante; por otro, que tan pusilánime comportamiento deja un enorme
espacio de actuación a cualquier partido decidido a defender esos
principios a los que Mariano ha renunciado envuelto en un legalismo
suicida y a enarbolar la bandera de la unidad de la nación y la
regeneración democrática. Una oportunidad que deja fuera de juego tanto a
PP como a PSOE.
El PP se apresta al contraataque. El enemigo a batir es Ciudadanos, no Puigdemont y el prusés.
Se avecina una guerra muy cruda entre un partido que sigue contando con
enormes recursos dinerarios y mediáticos y el joven e inexperto
candidato a desplazarle de la representación del centro derecha español,
condición que durante tantos años ha ostentado el PP. Ya es casi una
consigna en Moncloa: “En cuanto Mariano consiga cerrar los Presupuestos,
vamos a ir con todo contra ellos. Leña hasta en el cielo del paladar.
Se van a enterar”. En la formación naranja son conscientes de lo que se
les viene encima. “La especie nos llega por tierra, mar y aire. Pero
aquí estamos, listos para someternos a cualquier fiscalización. Sin
cadáveres en el armario. Nosotros financiamos nuestra actividad con las
subvenciones a los partidos y las cuotas de los afiliados, eso es todo y
todo está en regla. Y en cuanto a la corrupción, pues si un día alguien
de C’s se corrompe, se le expulsa y punto”.
Polémico apoyo a los Presupuestos
En esta tesitura, Rivera no va a tener fácil explicar a
sus votantes por qué ha decidido apoyar unos PGE que significan
prolongar innecesariamente la vida política de Mariano, en lugar de
retirarle ese apoyo y obligarle a adelantar elecciones. Difícil explicar
el “sí” a la ley más importante de cualquier Gobierno, cuando el
partido que le sostiene te quiere sacar de la carrera y enviarte a la
cuneta. “Esta es una cuestión que hemos discutido mucho para llegar a la
conclusión de que, a pesar de todo, hay que apoyar unos PGE que son
buenos para España, y en los que hemos conseguido meter no pocas de
nuestras propuestas, como la equiparación salarial de Policía y Guardia
Civil con las policías autonómicas, o la semana más de permiso de
paternidad. Además, está el hecho de que la vida política de un país no
se puede paralizar por intereses partidistas; nosotros no lo vamos a
hacer, no podemos poner por delante los intereses del partido a los
generales: si creemos que esos PGE son buenos para España, entonces hay
que aprobarlos al margen de la disputa política.
Con
Rajoy y Sánchez empeñados en frenar el avance de C’s, la iniciativa
política española está ahora en manos de Puigdemont, el prófugo
berlinés, y de Albert Rivera. Todos los demás son elementos reactivos.
El uno, escondido en Moncloa en espera de acontecimientos, parapetado
tras el “cúmplase la ley” cuando el verdadero clamor de la ciudadanía
exige de nuevo el “Cúmplase la voluntad nacional”, el remoquete que
llegó a hacerse famoso en boca del general Espartero durante el reinado de Isabel II.
Y la voluntad nacional reclama acabar de una vez con el desafío que el
secesionismo le ha tendido a la nación. El otro, perdido en el laberinto
de la España Federal y sus “naciones”, esclavo de sus sonoras
incoherencias. Al dúo se le acaba de unir ese gran farsante que ha
demostrado ser Iglesias, cuya revolución
consistía en comprarse un chalé con piscina en la sierra de Madrid, como
cualquier familia acomodada salida de las entrañas del sistema. El trío
compone gesto y figura de hombres de Estado, en un momento en que no
son sino náufragos del paquebote de la Transición, pilotos de bajura que
en pleno hundimiento del Régimen del 78 se abrazan para evitar hundirse
y aún sueñan con impedir que Rivera alcance la playa desde la que poder
reformular un proyecto de futuro para España.
Es el
Régimen del 78 que se resiste a morir y prefiere seguir pactando con un
nacionalismo, en este caso el vasco, que ha dado sobradas muestras desde
el 78 de haber traicionado el pacto constitucional. Mariano se vuelve a
echar en manos del PNV para asegurarse dos años más en el poder, a
cambio de las dádivas que sean menester. Y Sánchez prefiere votar en
contra de los PGE cuando su abstención habría bastado para dejar al PNV
en la estacada. Estos son nuestros hombres de Estado. Decididos a
mantener un statu quo agotado ya desde el estallido
de la crisis, dispuestos a darle hilo a la cometa del sistema de turno,
como en la Unión Liberal isabelina, de O’Donnell a Narváez y de Narváez a O’Donnell, y como en la restauración alfonsina más tarde, con Cánovas y Sagasta
como protagonistas. Más de un siglo después, PP y PSOE continúan
soñando con una alternancia imposible, aunque ello implique seguir
echando mano de unos nacionalismos que no aspiran más que a romper
España. Un sinsentido radical.
La mafia pujolista
El ecosistema político de la Transición está muerto y sus socios del noreste, donde la mafia tejida por la familia Pujol y sus diversos lugartenientes (los Mas,
Puigdemont y compañía) siguen manejando los hilos, se han declarado en
rebeldía. Decididos a conservar como sea su patrimonio y a lograr
impunidad judicial, exigen al duopolio PP-PSOE, implicados todos en el
saqueo de las cuentas públicas durante años, un control exhaustivo de
los jueces, el único estamento que al parecer está decidido a salvar el
honor mancillado de la nación. Y mientras Pedro se dedica a silbar en el
muelle de la bahía, Mariano pide tiempo en espera de un nuevo milagro
de Fátima. La corrupción ha terminado por salir a la superficie,
obligando a sacrificar muchos y muy notables peones. Y el nivel del agua
sigue subiendo, amenazando no pocas coronillas tonsuradas. El problema
para ellos, con todo, es Ciudadanos, un partido de nuevo cuño que parece
decidido a romper la baraja de la omertá colectiva y a descabalgar los planes de la mafia pujolista y sus terminales madrileñas.
¿Podrá
Ciudadanos romper ese designio agotado? ¿Y no será pedir demasiado de
un partido al que le falta un hervor? ¿No suena todo demasiado
arriesgado? Son preguntas que están en la mente de muchos españoles,
convencidos, no obstante, de que las circunstancias del momento son tan
excepcionales y la carencia de alternativas tan obvia, que no habrá más
remedio que catar ese melón en la esperanza de que en su momento ofrezca
el dulzor adecuado. “Tenemos muchas ideas que ofertar a la ciudadanía
en economía, en fiscalidad, en educación, en regeneración de las
instituciones, en armonización del Estado autonómico, en tantas y tantas
cosas, y lo vamos a hacer de inmediato y desde una perspectiva
patriótica, desenfadadamente patriótica, sin complejos de ningún tipo,
porque este es un gran país, una gran nación a la que queremos llamar a
participar, a ser protagonista del cambio, emulando de alguna manera
aquel gran lema lanzado por Kennedy en
histórico discurso el 20 de enero de 1961: “Así pues, compatriotas,
preguntad no qué puede vuestro país hacer por vosotros, sino qué podéis
hacer vosotros por vuestro país”. El proceso ha entrado en tal
aceleración que los cambios no se harán esperar. A Mariano y sus
cómplices les queda cuarto de hora.
JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI
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