Si el presidente calcula que la moción puede prosperar, se planteará: “Me voy, pero no me echáis”. No quiere ser el único jefe del Gobierno de la democracia expulsado del cargo
El presidente del Gobieno, Mariano Rajoy. (Reuters)
El secretario general del PSOE
no es tan ingenuo como para suponer que puede ser presidente del
Gobierno haciendo un 'simpa' político. Para llegar a esa magistratura, y
mucho más a través de una moción de censura
que los constituyentes diseñaron para que no prosperara, hace falta,
además de un grupo parlamentario más nutrido que el suyo (84 diputados
de 350), un paquete de transacciones que vayan más allá de las apelaciones a la 'responsabilidad'.
Si el PSOE dice que no va a negociar nada con nadie y solo hablará con todos, es que confunde la política con la beneficencia, y la moción de censura se convierte en un golpe de mano para responder a la sentencia de la Audiencia Nacional contra el PP y materializar un acto de dignidad política que lleva al oscurecido secretario general a las portadas de los periódicos y a la apertura de los informativos.
No es pensable que el PSOE se haga el harakiri electoral con acuerdos expresos o tácitos con los diputados independentistas. Sánchez ha sido leal al Estado en la aplicación del 155 y no se ha mordido la lengua a la hora de calificar como “Le Pen español” al presidente vicario de la Generalitat de Cataluña. El propio Rajoy le puso como ejemplo de solvencia ante Ciudadanos en el Congreso de los Diputados.
La tranquilidad interna en el socialismo español responde a la seguridad de sus barones y baronesas de que, esta vez, Sánchez no está pensando en contorsionar los principios del partido en cuanto a la integridad del Estado, sino en el diseño de una operación de visualización pública de la reacción inmediata del PSOE ante la catastrófica situación en la que el PP mantiene al país.
El objetivo no puede ser ganar la moción porque, de lo contrario, Sánchez y su núcleo duro no hubiesen cometido los errores a los que me referí el sábado pasado en este mismo espacio y que juzgué llevados por la precipitación. Realmente, el registro de la censura a Rajoy en el Congreso fue fulminante, sin acuerdo de la ejecutiva ni consulta a las bases. Querían hacerlo así: rapidísimo para ser los primeros en contestar a la sentencia de la Audiencia Nacional, bloquear la posibilidad de que Ciudadanos representase solemnemente la ruptura con el Gobierno y el propio Rajoy tuviera que ir a rebufo de su iniciativa. Ayer lo explicaba muy bien Isidoro Tapia en este diario.
Todo eso lo ha conseguido, pero así no se gana la moción, porque Sánchez, con buen criterio, no está dispuesto a recorrer el camino de la amargura de unos pactos que dejarían al PSOE hecho unos zorros. Probablemente, el secretario general del PSOE está ya convencido de que su maniobra ha obtenido los rendimientos suficientes. Hay formas y formas de ganar. Lograr notoriedad y dejar a Rajoy hecho un guiñapo no es poca cosa. El líder socialista no puede hacer más con el planteamiento que ha hecho al Congreso.
Es cuestión de tiempo, que ya no corre a su favor sino en su contra. Ha logrado cansar a su partido, que no le localiza ahora más capacidades para superar esta coyuntura después de haber eludido otras gravísimas; ha agotado a su electorado, que se ha mantenido contra viento y marea, y ha aburrido al país en su conjunto.
Durará un tiempo. Pero será un tiempo decadente, en plano inclinado, improductivo y agónico. Habrá elecciones; las convocará Rajoy y las ganará Ciudadanos. Y si el presidente calcula que la moción puede prosperar, hará mutis por el foro de inmediato: “Me voy, pero no me echáis”. No va a ser él el primer presidente expulsado por el Congreso. No va a ser él la victima de la primera moción de censura triunfante. Nadie es capaz de imaginar a Mariano Rajoy entrar en el Congreso como presidente y salir de la Cámara sin seguir siéndolo. Por sentido de la estética, por autoestima o por su propio futuro y el de su partido.
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS Vía EL CONFIDENCIAL
Si el PSOE dice que no va a negociar nada con nadie y solo hablará con todos, es que confunde la política con la beneficencia, y la moción de censura se convierte en un golpe de mano para responder a la sentencia de la Audiencia Nacional contra el PP y materializar un acto de dignidad política que lleva al oscurecido secretario general a las portadas de los periódicos y a la apertura de los informativos.
No es pensable que el PSOE se haga el harakiri electoral con acuerdos expresos o tácitos con los diputados independentistas. Sánchez ha sido leal al Estado en la aplicación del 155 y no se ha mordido la lengua a la hora de calificar como “Le Pen español” al presidente vicario de la Generalitat de Cataluña. El propio Rajoy le puso como ejemplo de solvencia ante Ciudadanos en el Congreso de los Diputados.
La tranquilidad interna en el socialismo español responde a la seguridad de sus barones y baronesas de que, esta vez, Sánchez no está pensando en contorsionar los principios del partido en cuanto a la integridad del Estado, sino en el diseño de una operación de visualización pública de la reacción inmediata del PSOE ante la catastrófica situación en la que el PP mantiene al país.
Operación "sacar al carcelero de La Moncloa"
El objetivo no puede ser ganar la moción porque, de lo contrario, Sánchez y su núcleo duro no hubiesen cometido los errores a los que me referí el sábado pasado en este mismo espacio y que juzgué llevados por la precipitación. Realmente, el registro de la censura a Rajoy en el Congreso fue fulminante, sin acuerdo de la ejecutiva ni consulta a las bases. Querían hacerlo así: rapidísimo para ser los primeros en contestar a la sentencia de la Audiencia Nacional, bloquear la posibilidad de que Ciudadanos representase solemnemente la ruptura con el Gobierno y el propio Rajoy tuviera que ir a rebufo de su iniciativa. Ayer lo explicaba muy bien Isidoro Tapia en este diario.
Todo eso lo ha conseguido, pero así no se gana la moción, porque Sánchez, con buen criterio, no está dispuesto a recorrer el camino de la amargura de unos pactos que dejarían al PSOE hecho unos zorros. Probablemente, el secretario general del PSOE está ya convencido de que su maniobra ha obtenido los rendimientos suficientes. Hay formas y formas de ganar. Lograr notoriedad y dejar a Rajoy hecho un guiñapo no es poca cosa. El líder socialista no puede hacer más con el planteamiento que ha hecho al Congreso.
Habrá elecciones; las convocará Rajoy y las ganará Ciudadanos
¿Y qué piensa Rajoy? Tras los encarcelamientos de ayer
y con fecha para el debate de la moción muy anterior a la aprobación de
los Presupuestos en el Senado, que será el 19 de junio (el PNV no se va
a jugar sus ventajas económicas votando contra el presidente), está muy tocado, pero no hundido. Harán falta algunos torpedos más en su blindada línea de flotación para que se produzca el naufragio.
Es cuestión de tiempo, que ya no corre a su favor sino en su contra. Ha logrado cansar a su partido, que no le localiza ahora más capacidades para superar esta coyuntura después de haber eludido otras gravísimas; ha agotado a su electorado, que se ha mantenido contra viento y marea, y ha aburrido al país en su conjunto.
Durará un tiempo. Pero será un tiempo decadente, en plano inclinado, improductivo y agónico. Habrá elecciones; las convocará Rajoy y las ganará Ciudadanos. Y si el presidente calcula que la moción puede prosperar, hará mutis por el foro de inmediato: “Me voy, pero no me echáis”. No va a ser él el primer presidente expulsado por el Congreso. No va a ser él la victima de la primera moción de censura triunfante. Nadie es capaz de imaginar a Mariano Rajoy entrar en el Congreso como presidente y salir de la Cámara sin seguir siéndolo. Por sentido de la estética, por autoestima o por su propio futuro y el de su partido.
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS Vía EL CONFIDENCIAL
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