M. Rivera de la Cruz
Hace años, una amiga regresó de Haití tras trabajar como voluntaria. Llegaba devastada por lo que había visto. “Da igual lo que hayas leído, los avisos que te hayan llegado: todo es peor cuando llegas allí”.
Crucé aquella declaración con las que había
escuchado a otros conocidos tras volver de zonas de catástrofe: eran
todas muy parecidas. Te hablan de llanto de niños, de ancianos que no
pueden ni quejarse, de adultos que lloran, de confusión, de miedo. De
miseria en estado puro. De una población consciente de que el futuro le
ha sido arrebatado.
Lo que te cuentan sirve para Siria, para Mali, para Darfur, para Haití, para Bangladesh, para Somalia, para Congo. Territorios distintos y distantes igualados por la tragedia.
Y por eso todos aquellos que han vivido en propias carnes lo que es una crisis humanitaria se sublevaron al escuchar al irresponsable de Quim Torra poniendo a Cataluña al nivel de zonas donde el hambre,
las enfermedades y la violencia son el pan nuestro de cada día. Donde
la esperanza de vida es ridícula. Donde los niños juegan entre escombros
y tienen la mirada de los viejos, porque han visto tanto horror que no
les queda inocencia.
Torra será este lunes el nuevo presidente de la
Generalitat, cuando los antisistema de la CUP le dejen abierto el camino
para convertirse en títere oficial del fugado Puigdemont. No digo que ocupará su silla porque el jefe ya le ha dicho muy clarito que está de prestado, pero al menos ostentará en las tarjetas el título de líder.
Torra es un tipo que escribe textos supremacistas
cuyos postulados bastarían para invalidarle como cargo público. Un tipo
que se enfrentó violentamente a los mossos. Un tipo que baja la testuz cuando el señorito le dice que ni se le ocurra ocupar su despacho.
Un tipo que no tiene empacho en reconocerse como marioneta de otro que
lleva sobre la cabeza la amenaza de muchos años de cárcel. Y, por si
fuera poco, Torra es además el sujeto que se pone al nivel de los
huérfanos de Alepo y los heridos de Mogadiscio.
Ese es el próximo inquilino de la Generalitat: un
individuo que escribe soflamas racistas y que luego compara a una de las
regiones más prósperas de Europa (o lo era hasta que el procés la llevó
al abismo) con zonas donde a la gente no le queda nada más que el
dolor. Podrían haberlo parado, y no lo hicieron, quizá
porque no querían. Porque, en el fondo, les conviene que Torra esté ahí,
insultando a la mitad de los catalanes y riéndose en la cara de 45
millones de españoles.
M. RIVERA DE LA CRUZ Vía EL ESPAÑOL
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