/JAVIER OLIVARES
He de comenzar recordando algo que me parece incontestable: y es que el Mayo del 68 resultó ser tan solo la expresión simbólica de una serie de agrupamientos multitudinarios que no deben reducirse a la Francia convulsa del segundo lustro de los 60. Lo sabemos... Las circulaciones políticas y sociales habían comenzado a ser convulsionadas por motivos diferenciados: podemos recordar las algaradas de las universidades americanas -muy especialmente Berkeley-, el fortalecimiento de la lucha antiimperialista que fermenta en las universidades alemanas, el reforzamiento de las exigencias obreristas en Italia, los incipientes movimientos en los países del denominado con un sorprendente oxímoron "socialismo de rostro humano" o las pretensiones internacionalistas del proceso revolucionario cobijadas bajo la inspiración guevarista. Cada una de estas referencias contribuye a la transformación de lo que constatamos en la década de los 60. Nada volvería a ser lo que era, es cierto. Pero fueron los años 60, no Mayo-68.
¿Mayo del 68, París? Sabemos que confluyeron entonces, ahí, en la sorprendente ciudad de Baudelaire, las ansias multiplicadas de exigencias diversas. Morin lo certificaba con bastante gracia en un artículo que tituló La comuna estudiantil y en cuyas primeras líneas intentaba incorporar al extraño campus de Nanterre-La Folie los agrietamientos producidos en Polonia, Alemania, Italia, Inglaterra, Estados Unidos, y añadiendo, para alimentar nuestro falso orgullo, España -como si entonces estuviéramos con las manos en una masa tan complicada-. Lo cierto es que París, Mayo-68, se convirtió en un significante político y social que comenzó a circular sin control alguno -algo así, como el 14 de Julio o el 14 de Abril, fechas emblemáticas que no requieren comentario alguno-. Y no es menos cierto que muchos de nosotros, nacidos a finales de los 40, nos inoculamos el virus del significante Mayo-68. El admirable Nizan, en esa especie de novelado repaso a la fragilidad filosófica de su patria que es Aden Arabia, comenzaba el texto confesando que "yo tenía veinte años. No permitiré que nadie diga que es la edad más bella de la vida". Lo siento, amigo Paul, para muchos de nosotros era la edad más bella de la vida.
Y nos encontrábamos convenientemente pertrechados. No nos importaban las noticias de la televisión, suponíamos la posibilidad de una rebelión contra los poderes soñando en la aparición del viejo topo... Nizan, amigo, aquello era hermoso... Sartre, decadente y enmarcado, aunque no entendiera nada, se reunía con maoístas y otros... Aquello le agradaba: dedicaba sus noches o amaneceres a redactar los últimos capítulos de su inmensa flaubertiana mientras compensaba sus trabajos con veladas alcohólicas, atrevido como siempre: produce cierto sonrojo considerar hoy el diálogo que mantiene con Cohn-Bendit en Le Nouvel Observateur del 20 de mayo repleto de lugares comunes y de convocatorias al triunfo final. Malraux, por su parte, alejado y sereno, olímpico, curtido en derrotas victoriosas, esperaba... Confesaría Blanchot que también él andaba por ahí -buscando a Foucault-. Aron relata aquellos días en sus Memorias...: la lectura de algunas páginas, más allá de su tono decididamente crítico, revela la importancia de lo que sucedió a lo largo de los enrabietados días de mayo: "Finalmente", escribe el zarandeado Aron, blanco de las críticas de unos y otros, "fuera de los tumultos, a menudo un clima de alegría, de fiesta". El imaginario Mayo-68 abducía. Era hermoso. Nos liberábamos del Poder. ¿Oposición? Tan apenas se escucha la voz airada de Pasolini, provocador y acerado como siempre, quien se atreve a publicar un diabólico poema que levantará ampollas: "Llegáis con retraso, hijos (...) Tenéis caras de hijos de papá./ Os odio como a vuestros padres./ Buena raza no miente./ Tenéis la misma mala mirada".
Pero abajo, en las cloacas sociales, donde en verdad actúa la simpatía, comenzaba a funcionar el mecano del estupor. Nada era cierto, el significante Mayo-68 era una defensa para facilitar la supervivencia de quienes éramos frágiles e incautos. Recuerdo ahora mismo una noche en un cine al final de Rosales, en Madrid. Con alguien... No sé qué película vimos... Recuerdo la emoción al abandonar la pequeña sala. Acaso fuera una invención de Bertolucci o Bellochio. Éramos esta subjetividad inmolada al significante Mayo-68, pero comenzábamos a interiorizar que nuestro combate nació antes de tiempo.
Me he preguntado desde hace años, y esta apreciación es estéril, cuándo pudo iniciarse para muchos de nosotros el derribamiento del significante Mayo-68. No lo sé porque la conciencia del tiempo es absurda y, por otra parte, como sugería el amadísimo Borges, traicionera. Acaso fuera cuando releí al asesinado Goldman, cuando tuve noticias de la deriva de la Baader-Meinhoff y me entristeció la mala suerte de Ensslin, su inspiradora intelectual, suicidada en la celda de la cárcel de Stammheim en octubre del 77, quizás cuando descubrí la decisión de Debord, quien puso final a su vida en noviembre del 94... Y, desde luego, cuando constaté que los inspiradores y líderes del imaginario Mayo-68 se habían vendido por un puesto de prefecto, de directora de una ONG o de mierdoso interventor en el Parlamento Europeo. El desastre...
Ni revolución (Mao), ni liberación de la unidimensionalidad de la sociedad capitalista (Marcuse), ni superación de los antagonismos de clase (Marx): las tres M quedaron postergadas, telegramas de urgencia para los enfermos que padecieron el mal del ensueño. Glucksmann había soñado en su opúsculo sobre la estrategia revolucionaria con un incendio que lo arrasara todo en Europa, desde Moscú hasta Lisboa: en fin, tuvimos que conformarnos con encender la candela.
¿Qué ha quedado, qué rastros nos indican que algo sucedió? Muchos documentos, es cierto. Los textos vergonzantes de esos dos colosos de barro que fueron Rochety Marchais, disparatando sobre los peligros del izquierdismo, octavillas anunciando la revolución de mañana, las llamadas a la unión obreros-estudiantes convocada un día sí y otro también por el PCM-L de Francia, autodenominado "el único partido comunista verdadero", la alegría confiada de las notas del Movimiento 22 de marzo, los delirios de los Comités de acción...
Nadie alquiló un lugar para siempre: esos lugares políticos desaparecieron y los protagonistas supervivientes decidieron que era mejor mercadear. Poco años más tarde, el genial tándem Tanner-Berger narrarían la nostalgia de esta desolación en Jonás, que cumplirá 25 años...: Max y Marco, dos de sus protagonistas, observan con distancia su pasado, cuando ellos eran otros... ¿Que ha quedado algo más? Sí, claro está, lo intangible... El habla sutil de las paredes: "Dios: sospecho que eres un intelectual de izquierdas", se leía en el liceo Condorcet. Y en la Sorbona: "Profesores, ustedes nos hacen envejecer". Y mil más... El tiempo ha borrado los rastros políticos... El tiempo ha borrado las consignas y grafitis callejeros. La política se ha encanallecido y las pintadas ya sólo están en los libros. Acaso podría señalarse algo más: vuelvo a los dibujos del patafísico Siné, a la despiadada crítica de sus viñetas... Sí, el Mayo francés impulsaría un nuevo periodismo, ácido, afilado, inmisericorde, del que Libération, fundado en el 73, y el hoy conocido como Charlie Hebdo, heredero del Hara-Kiri, publicado entre el 69 y el 81, son sus muestras más relevantes.
¿Poca cosa? Es posible. Acaso tan sólo anécdotas... Pero no somos otra cosa: acopio de anécdotas que bien pudieron no suceder. El significante Mayo-68 ya está vacío: pero es que las ilusiones se desvanecen en el aire, tarde o temprano. El viejo topo decidió tumbarse a dormir. Acaso haya muerto. Quizás entonces ya estaba muerto y no lo sabíamos...
JOSÉ LUIS RODRÍGUEZ GARCÍA* Vía EL MUNDO
*José Luis Rodríguez García es catedrático de Filosofía de la Universidad de Zaragoza, novelista, poeta y autor, entre otros, de La palabra y la espada: genealogía de las revoluciones y Jean Paul Sartre: la pasión por la libertad (ambos en Ediciones Bellaterra).
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