El concepto de infinitud (7)
desarrolla todo su potencial en el marco referencial de la cultura
cristiana, aunque este no sea su origen. La idea de la perfección de
Dios, o su concepción como contraria a toda limitación, es extraña al
panteón pagano y construye las condiciones para pensar y desarrollar el
concepto de infinito, como algo distinto a la nada, como una dimensión
inabarcable pero real. Al final de nuestro proceso encontramos como
persona la plenitud en la infinitud e inefabilidad de Dios, que entonces
pasa a ser conocido. Como lo explica Gartry, autor de La Metafísica del Conocimiento,
significa el desarrollo de la capacidad del entendimiento de pasar de
lo particular a lo universal, como sucede en el cálculo infinitesimal.
En él rige el mismo concepto que en algunas de las vías de razonamiento
de Dios (Filosofía Cristiana en el Pensamiento Católico de los siglos XIX y XX)
La razón (8)
es inherente al pensamiento cristiano mucho antes de la referencia
obligada a Descartes. El cristianismo se insiere en una concepción
regida por un marco de razón objetiva.
Si bien, a diferencia de las otras concepciones de este tipo, la hace
compatible con la interioridad, que está en el núcleo de la predicación
de Jesús, y que toma cuerpo doctrinal y teológico con San Pablo y San
Agustín. A esta razón se opone la razón instrumental que surge de la Ilustración, y que nos conduce a una situación, primero de debate permanente e irreductible, como muestra MacIntyre, para después, tras su propia quiebra, provocar el desarrollo de la subjetividad sin límites, el emotivismo, la razón de la emoción
que hoy lo impregna todo. La tensión entre Dios y la creatura, que
mantienen el equilibrio entre la razón objetiva y la instrumental,
desaparece en el pensamiento ilustrado al suprimir la idea de Dios, para
quedarse solo con la subjetividad humana. La idea paulina de ley
natural, por la que la Escritura coincide con lo que “está inscrito en nuestros corazones atestiguado por la conciencia” (Rom 2,15), es la base para la ulterior definición de ley natural y la capacidad de razonar la existencia de Dios. La razón se desarrolla junto con la fe y no contra ella.
La fe no niega la razón sino que la sitúa en un marco más amplio que el
de la creatura razonadora. El itinerario a favor de la razón es largo,
tanto que llega hasta ahora mismo, cuando precisamente un papa, Juan
Pablo II, en Fides et Ratio ha escrito el último y más
importante alegato a favor de la racionalidad, precisamente en estos
tiempos donde la llamada postmodernidad de la desvinculación, la
fragmenta cuando no la rechaza como consecuencia del fracaso histórico
que Europa experimentó durante la primera mitad del siglo XX y sus dos
grandes y destructivas guerras.
Y así podríamos añadir muchas más aportaciones: la idea coetánea de justicia (9) e igualdad (10).
Esta última tan conectada al ámbito católico, que no ve en la riqueza
-a diferencia de la Reforma- un don de Dios. No es una consecuencia
menor que el estado del bienestar sea una aportación práctica de Europa
al mundo, una singularidad que solo se explica través de estos
fundamentos cristianos, como lo ejemplifican los testimonios de los
padres fundadores de la nueva Europa, los católicos, Adenauer De Gasperi
y Schuman. Y tampoco es gratuito pensar que su actual crisis no está
desligada de negación de aquellas raíces.
Y también la posibilidad de libertad (11) y de democracia (12). Estas
singularidades propias de Europa y de su gemelo occidental en América,
no encuentran equivalente en ningún otro ámbito de civilización, sea
musulmán, pérsico, hindú o sínico. La ciencia (13) y la técnica
(14), nacidas del “desencantamiento” que el cristianismo somete a la
naturaleza pagana, son la clave del proceso que las va configurando a lo
largo de la historia. Solo hasta que el río pasa a ser río y el árbol,
árbol y no morada de dioses y misterios, la ciencia encuentra espacio
para configurase.
Y ahora que la globalización lo afecta casi todo es obligado recordar su otra versión humanista: el universalismo; la catolicidad (15).
La igualdad radical en dignidad y conciencia de todos los seres humanos
y la consiguiente organización que lo exprese en términos individuales y
de libre adhesión. Esto es la Iglesia católica. El universalismo surge
conceptual y prácticamente del cosmos cristiano y especialmente
encuentra acomodo en la configuración de la Iglesia Católica, que
muestra en su propia denominación su carácter universal. Nadie que haya
dedicado un poco de su tiempo a contemplar el paisaje humano de la Plaza
de San Pedro de Roma en una mañana cualquiera podrá dudar de esa
condición de universalidad. Todavía hoy la Iglesia es la única
organización realmente global, formada por personas adscritas
directamente, sin intermediarios de los estados. Esta condición no la
tiene Naciones Unidas, simple organización de Estados y expresión de sus
intereses, ni cualquier otro organismo. Por eso no existe un Iglesia de
España, como no existe de Alemania. Hay, eso sí, la Iglesia en España.
Esa doble articulación entre lo particular y lo global confiere una
especial visión del mundo imprescindible en un tiempo como el actual, en
el que de forma creciente, la globalización y el inmigrante son
percibidos como un peligro.
EDITORIAL de FORUM LIBERTAS
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