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jueves, 24 de mayo de 2018
EL PUIGDEMONTISMO: RAZONES Y ERRORES
Las cosas son más complejas de lo
que parecen y el puigdemontismo parte de algunos hechos ciertos, pero
los simplifica tanto que niega la realidad
Carles Puigdemont, este miércoles frente al Bundestag, en Berlín. (Reuters)
Las cosas son más complejas de lo que parecen. El 27-O, Carles Puigdemont, de acuerdo con la mediación de Iñigo Urkullu y aconsejado por sus 'conselleres' de Justicia, Carles Mundó (ERC y compañero de celda de Oriol Junqueras), y de Cultura (Santi Vila), estuvo a punto de dar marcha atrás en la DUI y convocar elecciones anticipadas. ¿Por qué no lo hizo? Le faltó el apoyo de gran parte de su partido (el PDeCAT) y de ERC (recordemos el tuit de las 30 monedas de plata del diputado Rufián). Tampoco se atrevió a explicar lo que dijo a su Gobierno aquella madrugada, que el independentismo no tenía fuerza suficiente.
Podríamos recordar la película 'Match Ball', de Woody Allen,
la moneda cae hacia un lado después de estar a punto de caer hacia el
otro. Ese fue el Puigdemont del 27-O y explicarlo será tarea de los
historiadores. Pero el Puigdemont fugado a Bélgica que desafía al Estado es ya otra cosa. Está siguiendo unas premisas que solo llevan a empeorar las cosas o, en el mejor de los casos, a la esterilidad.
Parece actuar como si creyera que el agravamiento de la convivencia
interna en Cataluña (desde las playas al Parlamento) y el conflicto con
el Estado pudieran llevar al final feliz.
La realidad es que, con
el apoyo de una veintena de próximos —que el PDeCAT le dejó imponer en
la lista de Junts per Catalunya (JxCAT)—, Puigdemont se ha impuesto como jefe del independentismo y ha condicionado toda su estrategia desde las elecciones del 21-D.
El puigdemontismo se consagra aquel día (al sacar dos diputados más que
ERC pero dos menos que Cs) y se ha ido configurando como un cuerpo de
doctrina. Lenin escribió un librito con el sugerente título 'La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo'.
Es posible que ahora alguien pudiera escribir algo parecido respecto a
la relación del puigdemontismo con el secesionismo e incluso el
catalanismo.
Carles Puigdemont y Quim Torra buscan la confrontación permanente con el Estado sin saltarse del todo la legalidad
El puigdemontismo parte de algunos hechos ciertos, pero los simplifica tanto que niega la realidad. El independentismo ganó las elecciones del 21-D
porque logró conservar su mayoría absoluta con la pérdida —pese al
grave error del 27-O— de solo dos diputados. Pero mientras ERC y otros
políticos del PDeCAT ven en esa victoria una oportunidad para no
quedarse como derrotados, repensar la estrategia de impulsar otra nueva,
partiendo de que el 47% de los votos es relevante pero no suficiente
para romper con la legalidad (el Estatut y la Constitución) y forzar a España a negociar con arbitraje europeo, los puigdemontistas llegan a conclusiones muy distintas.
Para
ellos, el éxito electoral del 21-D demuestra que el 27-O no fue un
error y que la estrategia debe ser proclamar que se hizo bien al votar
las leyes de ruptura de primeros de septiembre y —consecuentemente— al convocar el referéndum del 1-O.
Por lo tanto, el 27-O fue legítimo y el Estado español, al aplicar el
155, actuó de forma autoritaria porque es una democracia de baja
calidad.
Pero lo más grave —eso lo rechazan muchos secesionistas— es sacar la conclusión de que la estrategia debe centrarse en mantener la unidad
tras la estela del 27-O, proclamar o susurrar, según convenga, que la
república existe y actuar como si se hubiera ganado y solo fuera
cuestión de tiempo —y de insistencia— que el Estado español tuviera que
ceder y Europa intervenir. Hay que levantar la bandera del 1-O y utilizar la legalidad solo para sobrevivir (elección de un presidente separatista) a la espera del momento adecuado para imponer la independencia. O del milagro.
Es un despropósito total. Primero porque el 47% —ninguna encuesta dice que el apoyo social haya subido— contra el Estatut y la Constitución
puede desestabilizar mucho —así ha sido—, pero no ganar. ¿Por qué
triunfaría ahora, o dentro de unos meses, cuando fracasó hace poco y las
circunstancias no son mejores?
El Estado se puede equivocar —base del teorema Forcadell—,
pero el 27-O la rebelión se quedó en la declaración, una huelga
importante y acciones esporádicas de los CDR. Afortunadamente, no hubo
rebelión violenta. En el fondo, por la sencilla razón de que el 47% no puede liquidar un Estado democrático que es miembro de la UE.
Y pretender que ahora —o dentro de unos meses— la situación será más
favorable es apostar por algo que ya fracasó, cuando la democracia
española ha erigido barreras de autodefensa y ningún Gobierno europeo —o
incluso partido medianamente relevante— ha mostrado simpatía. Otra cosa
es que la prensa internacional siga el conflicto, porque indudablemente
es noticia.
Hoy, en Cataluña y
en el resto de España el rechazo frontal al independentismo es mayor
que antes. Eso explica la subida de Ciudadanos y de Rivera
Pero las circunstancias no son las mismas que en septiembre pasado. En Cataluña, Cs, un partido antisecesionista nacido en Cataluña (no en Madrid) se ha convertido en la primera fuerza parlamentaria
y tiene mas diputados que JxCAT. Y las manifestaciones convocadas por
Sociedad Civil Catalana, y apoyadas por partidos tan diversos y
enfrentados en el pasado como el PPC y el PSC, demostraron que las
calles —como Cataluña— tampoco son monocolores. El independentismo ha crecido mucho y
es potente, pero Cs ha pasado de tres diputados contra el catalanismo
de Pasqual Maragall en 2006 a nueve contra Artur Mas en 2012, 25 contra
el independentismo en 2015 y nada menos que 36 contra la DUI en 2017. No
toda Cataluña va en dirección a la independencia.
Y no solo es Cataluña.
Varias encuestas señalan que Cs sería el primer partido —precisamente
por su oposición radical a la independencia— si hoy se celebrasen
elecciones legislativas. El mapa político español es hoy más hostil al
independentismo que en octubre pasado, hasta el extremo de que Albert
Rivera, aupado en las encuestas, acusa a Rajoy de ser demasiado
tolerante. Y que Pedro Sánchez habla menos de reforma de la Constitución,
tiende a aproximarse a Rajoy (contra Puigdemont y para que no crezca
Rivera) y focaliza sus críticas en los puntos supremacistas de los muy
poco afortunados escritos de Torra. El ambiente en la España de 2018 es
incluso menos receptivo a las demandas (independentistas o no) de
autogobierno de Cataluña que cuando el Estatut, y no digamos que en la
Transición. ¿Es este camino el que ve como positivo el catalanismo
mutado en independentismo?
Pero la estrategia de proclamar que en Cataluña ha ganado la república
y, al mismo tiempo, no saltarse hasta el final la legalidad, pero
atacar el orden constitucional (la hoja de ruta de Torra) no conduce a
ninguna parte. Torra ha nombrado un Gobierno imposible.
Dejando aparte las causas, discutibles, en ningún país normal se puede
ser ministro de Sanidad sin poder entrar en el país, visitar hospitales y
acudir al Parlamento. Ni responsable de Obras Públicas desde una
prisión. El puigdemontismo replica que, hoy, Cataluña no es un país
normal. Pero lo relevante es si lo quiere ser, o si apuesta por ser una
visión posmoderna (e imposible) de Vietnam.
La realidad es que el
Gobierno nombrado por Torra es imposible (la fuerza de la gravedad
existe). Y más para alguien que el día anterior desde Berlín reclamaba
diálogo a Rajoy. Pero Torra hará ruido y no rectificará,
a la espera de que el Supremo inhabilite a los 'consellers' en cuestión
cuando sea firme el auto de procesamiento del juez Llarena. Entonces
nombrará a otros 'consellers' (la prensa ya ha publicado sus nombres),
dirá que se ha demostrado una vez más que España es como Turquía,
buscará otro foco de conflicto y seguirá esperando el momento oportuno. El 155 habrá durado así unas semanas más gracias al intento de formar un Gobierno maximalista.
Cataluña
sigue sin Gobierno y el populismo de protesta, vestido de radicalismo,
solo consigue que el 155 siga vigente en Cataluña
En el puigdemontismo se confiaba que el milagro vendría de la mano del PNV, que no votaría los Presupuestos y entonces Rajoy quedaría desestabilizado y podría perder las elecciones.
Ya se ha visto que este cuento era un cuento. Entre otras razones,
porque el PNV es un partido serio (como, gustara o no gustara, la
antigua CDC), sabe gobernar y necesita un diputado del PP (aparte de los
del PSOE) para aprobar sus Presupuestos. Y entre Otegi y el PSOE opta
por gobernar con los de Pedro Sánchez. Exactamente todo lo contrario que
en Cataluña hicieron Artur Mas y Puigdemont, que calificaron al PSC de
traidor porque Pere Navarro y Miquel Iceta no suscribieron sus
postulados.
Pero es que, aun suponiendo que el PNV hubiera desestabilizado a Rajoy, la balanza española hubiera ido más hacia Rivera que a una alianza PSOE-Podemos, a la que ninguna encuesta da mayoría y que Pedro Sánchez no quiere.
El puigdemontismo utiliza el catalanismo, el secesionismo y los errores de los partidos estatales
(de esos hablaré el domingo, si la rabiosa actualidad lo permite) para
tener a Cataluña y a España encerradas en un conflicto negativo y sin
salida. Aunque Puigdemont no es el único atraído por el cuanto peor, mejor.
Cierto que otros países (como Italia) están igual o peor, pero mal de
muchos, consuelo de tontos. Tristemente, el catalanismo mutado en
independentismo y dominado por el puigdemontismo no es ya un intento de modernizar España
(con los fallos —a veces graves— de un Cambó, un Companys cuando fue
ministro de Marina y un Roca, incluso un Pujol al que el 'ABC' hizo
español del año), sino un populismo de protesta. Eso sí, con muchos
seguidores a los que los errores de los partidos españoles les regalan
vitaminas.
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