José Antonio es un joven estudiante de periodismo, que va por la vida con el alma a flor de piel, los ojos cegados de inquietudes vivaces y los brazos abiertos a los cuatro puntos cardinales de su vida y de su historia.
Esta mañana me pasa Elena, su madre, uno de sus principios o quizás mejor lemas de vida y afán. El que me sirve de guía para estas reflexiones: “Dormir menos y soñar más”.
Cinco solas palabras que
darían para meditar un mes y quedarse a medias: de sugerentes que son.
No extrañe por eso que me tienten a ver y leer en ellas algo de lo que
José Antonio quiso decir al asociarlas a la expresión de sus anhelos de
juventud.
Al oír de labios de mi enfermera este lema de vida de su hijo, lo anoté de inmediato porque –al oírlo- me sugirió pensares de inusitados acentos y cantares de juventud inconformista, rebelde y audaz. En el mejor sentido de las palabras, tres cualidades que siempre tuve como definitorias del joven que se tenga por tal y se precie de serlo y no sólo de parecerlo.
Y casi a la vez que anotaba las cinco palabras, evocaba dos letrillas de mi poeta favorito, A. Machado, en cercana consonancia con ellas. Esa que dice: “Si vivir es bueno, es mejor soñar, y mejor que todo, madre, despertar”. Y esa otra más cabalística y retadora: “Entre el vivir y el soñar hay una tercera cosa: Adivínala”, que en sus Complementarios aún tiñe el poeta con otra variante:”Entre el vivir y el soñar está lo que más importa”.
Si dormir a destajo puede ser oficio de marmotas y soñar con los ojos abiertos, cosa de ilusos o saltimbanquis, al escuchar la frase “dormir menos y soñar más”, no pienso en las marmotas, ni la cuadro con las ilusiones vacías ni con saltos en el vacío. No.
Al oír de labios de mi enfermera este lema de vida de su hijo, lo anoté de inmediato porque –al oírlo- me sugirió pensares de inusitados acentos y cantares de juventud inconformista, rebelde y audaz. En el mejor sentido de las palabras, tres cualidades que siempre tuve como definitorias del joven que se tenga por tal y se precie de serlo y no sólo de parecerlo.
Y casi a la vez que anotaba las cinco palabras, evocaba dos letrillas de mi poeta favorito, A. Machado, en cercana consonancia con ellas. Esa que dice: “Si vivir es bueno, es mejor soñar, y mejor que todo, madre, despertar”. Y esa otra más cabalística y retadora: “Entre el vivir y el soñar hay una tercera cosa: Adivínala”, que en sus Complementarios aún tiñe el poeta con otra variante:”Entre el vivir y el soñar está lo que más importa”.
Si dormir a destajo puede ser oficio de marmotas y soñar con los ojos abiertos, cosa de ilusos o saltimbanquis, al escuchar la frase “dormir menos y soñar más”, no pienso en las marmotas, ni la cuadro con las ilusiones vacías ni con saltos en el vacío. No.
Si “dormir menos” lo
tomo como el reto de ir por las vida con los ojos bien abiertos, es
decir, sabiendo lo que se quiere y desean verlo realizado, lo que “soñar
más” lo considero manjar de ilusiones y aspiraciones y no tengo por
“soñador” al que, al echar pie a tierra cada amanecer, tras frotar los
ojos para tomar posición y alejarse de pesadillas, encauza el día por
caminos de tierra, como han de ser los que toca recorrer a todos, pero
adobados con ilusiones y aspiraciones.
Porque soñar es
ilusionarse cada minuto con aquello en que uno cree; y –con las
ilusiones de la mano de la vocación y los potenciales- ir hacia lo que
debe hacerse para soltar paso a paso lastre de inmadurez y crecer sin
pausas innecesarias hasta el “hombre nuevo” que todo ser humano -en el
fondo- quiere ser.
El que duerme demasiado
no va lejos al despertar; sin embargo el “soñar” siempre con “ser más”
puede hacer que, a la hora de la verdad, se tenga lo justo y necesario
para ser uno mismo y no ser comparsa en unos perennes e ilusos
carnavales. No se puede ser máscara sin dejar de ser hombre.
El siglo XX declinaba y sus sombras opacaban muchas de ilusiones que se perdían a la esperanza tras los dos grandes fracasos del progreso que fueron en su primera mitad los horrores de las dos guerras mundiales. El alivio que pudo representar la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, de 1948, fue papel brillante que poco a poco se puso amarillo de tanto ponerse al sol.
El siglo XX declinaba y sus sombras opacaban muchas de ilusiones que se perdían a la esperanza tras los dos grandes fracasos del progreso que fueron en su primera mitad los horrores de las dos guerras mundiales. El alivio que pudo representar la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, de 1948, fue papel brillante que poco a poco se puso amarillo de tanto ponerse al sol.
Pronto, nuevos signos de
los tiempos traerían hacia debajo de las esperanzas, sembrarían nuevos
campos de minas y la marca “post” pasaría a rotular muchos escaparates
de final del s. XX. Post-modernidad; globalización y mundialización;
multiculturalismo; post-verdad; post-cultura; post-humanidad, etc.
La marca “post” -con su
cortejo de falseamientos y sucedáneos para casi todo, desde la
coca-cola hasta la verdad, la libertad o la misma justicia- se iba a
convertir en sinónimo de “liquidación” o puesta en crisis sin recambios
equivalentes las escalas de los valores que, hasta entonces, mal que
bien, habían vertebrado la sociedad en Occidente.
Los sociólogos actuales –muchos de ellos cuando menos- no dejan de contrastar la “liquidez” con la “solidez”; y conceptos como el amor líquido, la sociedad líquida, la verdad líquida se hacen de curso legal en la sociología, por ejemplo, del renombrado Zigmunt Barman, que observa en ellos las barricadas culturales del s. XXI. Las tiendas del “todo a cien” parecen ser hoy el escaparate real de nuestra más que azarosa sociedad post-moderna.
Coincidiendo con Mayo del 68 y los “affiches” de sus augurios liquidadores y cuando ya se vislumbraban cercanos los aires de la post-humanidad –por los años sesenta del siglo XX-, comenzó a publicarse en Francia una colección, editada por Albin Michel, con formato de “Cartas abiertas”: a los conspiradores, a la Justicia, a Dios, a los ídolos, a los teólogos, incluso a Salvador Dalí escrita por él mismo.
Los sociólogos actuales –muchos de ellos cuando menos- no dejan de contrastar la “liquidez” con la “solidez”; y conceptos como el amor líquido, la sociedad líquida, la verdad líquida se hacen de curso legal en la sociología, por ejemplo, del renombrado Zigmunt Barman, que observa en ellos las barricadas culturales del s. XXI. Las tiendas del “todo a cien” parecen ser hoy el escaparate real de nuestra más que azarosa sociedad post-moderna.
Coincidiendo con Mayo del 68 y los “affiches” de sus augurios liquidadores y cuando ya se vislumbraban cercanos los aires de la post-humanidad –por los años sesenta del siglo XX-, comenzó a publicarse en Francia una colección, editada por Albin Michel, con formato de “Cartas abiertas”: a los conspiradores, a la Justicia, a Dios, a los ídolos, a los teólogos, incluso a Salvador Dalí escrita por él mismo.
Se anunciaba que no eran
ni para timoratos, ni parta satisfechos, ni para los seguidores del Dr.
Pangloss. Eran Cartas para llamar a las cosas por su nombre, para
disparar flechas y atacar lo que merece ser atacado y para ponwer los
puntos sobre las ies, y sin faltar a todo ello su puntito de humor, esa
pizca de salero que tan bien sienta cuando se habla o escribe para
gentes de inteligencia.
Una de ellas era dirigida a un hombre joven y su autor era nada menos que el académico André Maurois. “Carta abierta a un hombre joven sobre el modo de conducir la vida”, era su título completo.
Desde aquel año 1966, en que la compré en una librería de Biarritz, infinidad de veces la he repasado, y mis glosas y subrayados casi ciegan las letras del gran ensayista francés. Me encanta su lectura porque veo en ella un auténtico vademécum para el mundo juvenil de nuestro tiempo; para quienes –ellas y ellos- aspiran hoy mismo a “dormir menos” y a “soñar más”, si por “dormir menos” se entiende no ser marmota, veleta o “forofo” de nadie, y “soñar más” equivale a “despertar” del sueño cada mañana con ilusión renovada de “ser algo” más que ayer para “tener” todo o parte de lo que se ha soñado al decidirse a poner la vida y la historia de cada uno a la carta cierta de lo que cada cual ha de hacer cada día para ser hombre y no bestia. Y esa carta o se juega con acierto antes de la edad de la madurez o se pierde la partida.
Comienza su Carta el gran escritor francés con una confesión de intenciones. Yo tengo ochenta años y vosotros, veinte. Todos hacen elogio de vuestras dotes y buenas cualidades. A pesar de ello, me pedís consejo. Ello me sirve de placer y me lo propongo darlo evitando plegarme a modas intelectuales y renunciando a fáciles jerigonzas seudo-filosóficas, aunque esta actitud pudiera privarme de la confianza de adolescentes fácilmente sugestionables por el mero son de las palabras. Me encanta pensar en la juventud y en sus cosas. Por ello, “j-e vais essayer de faire avec vous un tour d’horizin” .
Y se suelta con una feliz y elegante exhortación al optimismo. No es un absurdo nuestra existencia, comienza diciendo. Existe sin duda el absurdo sobre esta tierra y en esta hora. Hay dichos y hechos que son absurdos porque van contra la razón. Hay leyes absurdas porque insultan al “sentido común”. Pero que todo sea un absurdo es en sí mismo un absurdo.
Una de ellas era dirigida a un hombre joven y su autor era nada menos que el académico André Maurois. “Carta abierta a un hombre joven sobre el modo de conducir la vida”, era su título completo.
Desde aquel año 1966, en que la compré en una librería de Biarritz, infinidad de veces la he repasado, y mis glosas y subrayados casi ciegan las letras del gran ensayista francés. Me encanta su lectura porque veo en ella un auténtico vademécum para el mundo juvenil de nuestro tiempo; para quienes –ellas y ellos- aspiran hoy mismo a “dormir menos” y a “soñar más”, si por “dormir menos” se entiende no ser marmota, veleta o “forofo” de nadie, y “soñar más” equivale a “despertar” del sueño cada mañana con ilusión renovada de “ser algo” más que ayer para “tener” todo o parte de lo que se ha soñado al decidirse a poner la vida y la historia de cada uno a la carta cierta de lo que cada cual ha de hacer cada día para ser hombre y no bestia. Y esa carta o se juega con acierto antes de la edad de la madurez o se pierde la partida.
Comienza su Carta el gran escritor francés con una confesión de intenciones. Yo tengo ochenta años y vosotros, veinte. Todos hacen elogio de vuestras dotes y buenas cualidades. A pesar de ello, me pedís consejo. Ello me sirve de placer y me lo propongo darlo evitando plegarme a modas intelectuales y renunciando a fáciles jerigonzas seudo-filosóficas, aunque esta actitud pudiera privarme de la confianza de adolescentes fácilmente sugestionables por el mero son de las palabras. Me encanta pensar en la juventud y en sus cosas. Por ello, “j-e vais essayer de faire avec vous un tour d’horizin” .
Y se suelta con una feliz y elegante exhortación al optimismo. No es un absurdo nuestra existencia, comienza diciendo. Existe sin duda el absurdo sobre esta tierra y en esta hora. Hay dichos y hechos que son absurdos porque van contra la razón. Hay leyes absurdas porque insultan al “sentido común”. Pero que todo sea un absurdo es en sí mismo un absurdo.
El mundo es lo que es,
un punto de partida, una base, un dato en la vida e historia de cada
uno. Son los hombres quienes lo hacen bueno o malo, satisfactorio u
hostil. “Il ne veut rien” . Sería milagroso que las cosas fueran de
otro modo, siendo los hombres como son en realidad.
Y como no da para más este ensayito con las reflexiones de hoy, dejo para otro día otros pasos de esta “Carta abierta a los jóvenes” con la que, un día del s. XX, cuando ya pintaban bastos sobre las promesas de la Ilustración y cundían los pesimismos, aquel octogenario escritor plantó como un reto de posibilidades, a pesar de todo, ante la mirada de una juventud que se resiste a dejar sus armas de ilusiones, rebeldía y audacias nobles.
Y como no da para más este ensayito con las reflexiones de hoy, dejo para otro día otros pasos de esta “Carta abierta a los jóvenes” con la que, un día del s. XX, cuando ya pintaban bastos sobre las promesas de la Ilustración y cundían los pesimismos, aquel octogenario escritor plantó como un reto de posibilidades, a pesar de todo, ante la mirada de una juventud que se resiste a dejar sus armas de ilusiones, rebeldía y audacias nobles.
Como son apuntes que
merecen la pena hasta para jóvenes de cualquier edad que, a pesar de la
paradoja y el contraste de dormir menos y soñar más, he de volverme sin
tardar mucho a las glosas de la oportuna misiva de A. Mauriac para
mediar entre el pesimismo y el optimismo posibles en u a juventud no
siempre bien pagada de su destino.
Pero no he de cerrar esta reflexión sin dos remembranzas; una de comprensión de los declives y otra de emulación y freno a la vez. Otra letrilla de mi poeta favorito, la que dice, “Qué difícil es, cuando todo baja, no bajar también!”. Por esa casi inexorable tendencia me halagan las cinco palabras de José Antonio, por lo que tienen de insurgencia contra el “dolce far niente”
Y ese otro dicho, de tanta sabiduría y temple que -salvando la rebeldía de la juventud la pone sin embargo en guardia frente a las aventuras desfasadas. “El que a los 20 años no fue revolucionario es que nunca tuvo corazón; pero que el que a los 40 lo sigue siendo es porque le falta cabeza”.
Querido José Antonio, joven alevín de ideales cuajando en “menos dormir y más soñar”. Gracias por la oportunidad que me das con tus cinco palabra mágicas de tu vida e historia. Y ¡ánimo!
Pero no he de cerrar esta reflexión sin dos remembranzas; una de comprensión de los declives y otra de emulación y freno a la vez. Otra letrilla de mi poeta favorito, la que dice, “Qué difícil es, cuando todo baja, no bajar también!”. Por esa casi inexorable tendencia me halagan las cinco palabras de José Antonio, por lo que tienen de insurgencia contra el “dolce far niente”
Y ese otro dicho, de tanta sabiduría y temple que -salvando la rebeldía de la juventud la pone sin embargo en guardia frente a las aventuras desfasadas. “El que a los 20 años no fue revolucionario es que nunca tuvo corazón; pero que el que a los 40 lo sigue siendo es porque le falta cabeza”.
Querido José Antonio, joven alevín de ideales cuajando en “menos dormir y más soñar”. Gracias por la oportunidad que me das con tus cinco palabra mágicas de tu vida e historia. Y ¡ánimo!
Que menos dormirse
soñando quimeras y más despertar de ellas; menos soñar despiertos y más
atinarse en sembrar rebeldías cuando hay que ser rebeldes y corduras
cuando la falta de cordura equivale a la necedad es aire puro de buena y
alegre juventud.
Y andar despierto por la
vida para que no te tomen el pelo los de la marca “post” bien puede ser
clave para no irse nunca de la juventud. Es posible. “Aurrera!”
SANTIAGO PANIZO ORALLO
Vía el blog CON MI LUPA
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