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jueves, 10 de mayo de 2018
De Sabino Arana a Lluís Companys, el fin del franquismo académico
El nuevo diccionario biográfico
español de la Academia de la Historia ayuda a la elaboración de un
relato compartido del pasado español a través de sus 45.000
protagonistas ya fallecidos
El rey Felipe, durante el discurso que pronunció en el acto de presentación del diccionario biográfico electrónico. (EFE)
El pasado día 3, en un acto muy relevante en el Palacio de El Pardo, se presentó ante los Reyes el diccionario biográfico español —esta vez electrónico—, muy diferente al que se lanzó en papel y con enorme polémica en 2011. Lo ha elaborado, como entonces, la Real Academia de la Historia,
que dirigía Gonzalo Anes y ahora Carmen Iglesias. Y lo han patrocinado
dos grandes compañías, Telefónica y La Caixa. En la redacción han
intervenido miles de historiadores (4.000). La diferencia entre aquel
diccionario y este es sustancial. No solo porque el de 2011 fuese una
edición en papel y el actual sea digital, sino porque el enfoque es absolutamente diferente.
Para
empezar: el vigente (el anterior se ha convertido en un pieza
bibliográfica de indudable valor para los coleccionistas) solo recoge
las biografías de personalidades ya fallecidas (45.000), y para
continuar, los autores de miles de biografías son diferentes a los de
2011 y utilizan un tono descriptivo, sobrio, casi lineal y con escasez de adjetivos que permite una lectura en la que el lector observará, además de exactitud en los datos, una particular ecuanimidad.
Para redactar esta crónica, he entrado en decenas de biografías,
especialmente en las de personalidades muy polémicas que siguen
proyectándose en el presente español. Por ejemplo, en la de Sabino Arana y Goiri,
fundador del nacionalismo vasco (PNV), que es tratado de manera lineal
(“ideas raciales y religiosas”) contando cómo fue su vida y los rasgos
de su ideario, pero eludiendo juicios de valor o adjetivos calificativos
que puedan provocar polémicas o controversias. Lo mismo ocurre en otra
biografía siempre polémica, como la del expresidente de la Generalitat
de Cataluña Lluís Companys, que en 1934 protagonizó la
asonada separatista en pleno periodo republicano. El relato de su
trayectoria es frío y detallado, y se recoge su final (“torturado de
palabra y de obra” por los franquistas) con un extraordinario rigor.
Podría extenderme en otras biografías que en 2011 agitaron al mundo académico y mediático, además del político, y que han recuperado una redacción científica.
Fuentes de la Real Academia de la Historia destacan
que el diccionario biográfico es una de las grandes obras de la entidad
y que ha supuesto un enorme esfuerzo de elaboración y revisión. La
significación de esta gran iniciativa de la RAH es y será enorme. La más
importante consiste en certificar el final del llamado 'franquismo académico',
es decir, la tendencia inercial a continuar con los tópicos biográficos
casi inveterados que resultaban complacientes con determinados
personajes y peyorativos con otros.
Se trata, en consecuencia, de
un hito, desde luego, académico, pero también político. Un hito
profundamente renovador y conciliador que habría que insertar como un
logro en la reformulación de la memoria histórica. El hecho de que este
hito lo haya protagonizado la Real Academia de la Historia,
tradicionalmente de tendencia conservadora, apegada a las tradiciones,
supone la superación de convenciones historiográficas y la proyección de
una nueva forma de contemplar las trayectorias de españoles de todos
los bandos ideológicos y de distintas condiciones y épocas.
El
esfuerzo se ha centrado especialmente en los personajes del franquismo y
del antifranquismo y en los líderes históricos de los nacionalismos
El esfuerzo ha sido general, pero se ha centrado especialmente en los personajes del franquismo y del antifranquismo y en los líderes históricos de los nacionalismos
tanto vasco como catalán. Por supuesto que no faltan quienes siguen
detectando omisiones o interpretando que las biografías de unos o de
otros solo merecen elogio o reproche.
La Academia de la Historia se ha sabido sustraer a esa dinámica y ha optado por unos criterios de extrema asepsia científica y documental,
recurriendo a especialistas contrastados —académicos o no— cuya
autoridad profesional es muy difícil poner en duda. Todo ello comporta
un efecto importante para otra de las reales academias españolas: su conexión con la España actual,
demostrando su capacidad para detectar la necesidad de una
historiografía que deje la militancia y responda solo a la demanda de
conocimiento basado en datos susceptibles de objetivación.
Ha
llamado la atención, no obstante, que pese a la gran trascendencia
académica y política del diccionario biográfico español, que sustituye y enmienda al de 2011
(será una fortísima competencia para Wikipedia), los medios de
comunicación y la clase política no hayan reconocido esta obra como un
enorme paso para la convivencia y, especialmente, para la convergencia
general en el acuerdo sobre un relato del pasado español a través de sus
protagonistas. En cierto modo, lo contingente de la política española
ha engullido —esperemos que de forma provisional— un diccionario
biográfico español que explica la relevancia de disponer de una muy
plural Academia de la Historia, una institución que se ha hecho
irreversiblemente imprescindible.
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