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lunes, 7 de mayo de 2018

EL ROBO DEL INVICTO

Hernández Hernández muestra la amarilla a Suárez en el Camp Nou. PAU BARRENAAFP


Me canso y me canso de denunciar que mientras el fútbol español esté manejado por la mano de Ángel Villar, el Barça siempre será campeón de Liga por decreto. Es ridículo que año tras año, en el campeonato nacional, el Barcelona siempre sea el campeón, cuando en la Champions, normalmente, se queda en cuartos del final.

Villar, Gaspart y Sánchez Arminio impulsan por decreto el éxito azulgrana, mientras el club juega con su independencia. ¿De lo único que presume? ¿Su título nacional? El título es más perverso que Robert de Niro en la diabólica película Angel Heart de Alan Parker. Un corazón de ángel, no. Un corazón del demonio.
El último robo en Barcelona ha ido un punto más surrealista más allá. Ese tramposo natural de Suárez comete falta sobre Varane. Y Messi marca. Hay un penalti a Marcelo clamoroso y no lo vio el árbitro canario, disminuido y vilipendiado por un público que le tenía condenado como a un reo de garrote vil.
Lo más grotesco es que los jugadores del Barcelona, tras el robo a mano armada, celebraban el empate, como si hubieran ganado la Champions, mientras flameaban las banderas independentistas, aunque todas tapadas a duras penas por Roures, el ministro de propaganda nacionalista. Era de risa ese Piqué brincando como si de un gran triunfo se tratara.
El triste y pervertido equipo creado por Valverde, en plena efervescencia y soberbia por los dos títulos conseguidos, creyó que el Madrid era un simple vasallo, al que había que aplicar el derecho de pernada. Cuando descubrió que el vasallo era un señor del fútbol, un equipo muy superior, ese pavo real azulgrana, desplumado por un rival muy superior, creyó que había que parar el partido, resetearlo, convertirlo en algo diferente. ¿Cómo? Pues con las caries de los dientes de Suárez.
El uruguayo mintió tras un codazo inexistente de Ramos y el Barcelona se fue a la guerra, porque se vía empequeñecido. Era una buena coartada para disminuir su inferioridad supina. A partir de la gran mentira de Suárez, como siempre, un jugador que debería estar excomulgado hace años, provocó la ira de su gran amigo Messi. El 10 recibió justo castigo por su criminal entrada a Ramos, ni siquiera comparable a la de Bale, por mucho que se agite.
Pero una tarjeta amarilla al dios Messi soliviantó más al público, a la soberbia del campeón y le llevó al grave error de Sergio Roberto. Aquí me empecé a reír, porque los tres hooligans azulgrana de Movistar, tras su ninguno inicial blanco, porque no se esperaban la superioridad blanca, empezaron a decir que era una expulsióninjusta. A uno de ellos le han quitado su mitra de jefe, pero son tres personajes nefastos incapaces de ver un partido en justicia.
¿Se han dado cuenta que Bale se transforma cuando no está Ronaldo en el terreno de juego? Se transfigura, un gigante, con liderazgo, gol y eficacia. Por eso so, me temo que mientras Ronaldo mantenga la corona, ni Neymar ni un nuevo dios a lo Maradona revivido, podría tener jamás un lugar en el sol. Encima el galés, por orden de Zidane, se redujo a lateral derecho durante 50 minutos, por la perversa intención de tapar a Alba, que fue sólo crepúsculo.
Decía La Divina Comedia del divino Dante que la envidia es "el amor por los propios bienes pervertido por el deseo de privar a otros de los suyos". Un invicto robó su gloria, que pasa a ser lo que es: un liderato promovido por una dictadura futbolística.

                                                                    JULIÁN RUIZ   Vía EL MUNDO
 

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