Con unos responsables a los que parece no preocupar las consecuencias de
lo que se hace, sino simplemente mantenerse en pie a cualquier precio,
podemos dar la legislatura por acabada
El hundimiento
EFE
En sus memorias, Albert Speer, ministro de Armamento y Guerra de la Alemania nazi, narra entre otras muchas cosas los últimos días de Hitler.
Speer describe al Führer con cierta nostalgia de tiempos mejores al ver
al otrora gran ogro nazi convertido por su apresurada ancianidad en un
fantoche ensimismado por sus fantasías. Movía divisiones inexistentes,
hacía despegar aviones sin combustible y se erigía a sí mismo en un
factor clave del futuro conflicto entre Occidente y Oriente. Speer
muestra a un dictador que, en sus últimos días, llegó a creer que el fin
de Alemania era merecido, pues según el cabo austriaco, los alemanes se
habían convertido en inmerecidos a su legado. Si la Gran Alemania de
Hitler no era posible, ninguna lo sería. Todo hubo de aniquilarse.
Las lecturas de estas memorias me han hecho reflexionar
sobre la situación política actual en España y el futuro que nos espera,
si nada cambia. No crean que hago relaciones extrañas. Desde luego
comprendo las diferencias de ambas situaciones, pero en estos meses
estamos experimentando en nuestro país una situación que motiva ciertos
paralelismos. El quehacer político actual ha abandonado todo criterio de
realidad para adoptar una naturaleza ajena a los fundamentos más
básicos de la racionalidad. Gran parte de esta deriva proviene de la precaria situación política del partido que gobierna
en Madrid, y que en una mano sostiene casos cada vez más graves -no
necesariamente más caros- de corrupción, y en la otra encuestas que le
son contrarias. Todo ello, como una mezcla explosiva, provoca que el gobierno, a través de sus diversos ministros, haya dejado de hacer política, si es que en esta legislatura una vez la hizo, para trasladarse al terreno de la demagogia, y lo que es peor, usando el futuro de la sociedad española como moneda de cambio.
Tenemos poco tiempo. La próxima recesión llegará. En un año, dos o cinco. Pero llegará, y cuando lo haga, no lo duden, los dioses nos preguntarán qué hemos hecho
Al menos, la suerte es que la coyuntura económica en
España es positiva. De momento, y a pesar del debilitamiento de algunos
vientos de cola, no esperamos a corto y medio plazo un cambio claro en
las perspectivas económicas. Es cierto que los tipos comienzan a subir y que el petróleo amenaza,
como casi siempre, pero no parece que vaya a haber por ello un cambio
de coyuntura preocupante en los próximos meses. Sin embargo, como a
siete años de vacas gordas le seguirán siete de vacas flacas, famélicas,
y de esos primeros siete ya hemos consumido algunos, debemos ir
haciendo los preparativos para las que vengan después. Y es factible
pensar que no tarden mucho en llegar.
Y es que España,
como Europa, vivió una prolongación de la crisis de 2008 en gran parte
innecesaria por dos razones. La primera de ellas, por las decisiones erróneas de política económica aplicadas entre 2010 y 2012.
Estas políticas fueron mancomunadas por el gobierno español de turno y
las instituciones europeas. La segunda de ellas, por un mal diseño de un
euro que sigue siendo a la vez, a día de hoy, la mejor idea que ha
tenido el continente europeo y la peor de sus futuras amenazas. Mientras
el gobierno de Obama disfrutaba de su
cuarto año de expansión económica, nosotros aún estábamos tratando de
dejar atrás la recesión. Esto nos sitúa a contrapié, lo que es muy
relevante.
Desde 2014 España disfruta de un ciclo
expansivo. Sin embargo, la salida de la crisis nos ha dejado agotados,
con una economía que aún se lame las heridas por las que todavía supura
parte de la sociedad de nuestro país. Grandes desajustes nos condicionan
enormemente, como son un desempleo aún elevado
con un mercado de trabajo que aún muestra signos de debilidad, que se
traduce en una reducción del número de parados, pero a cambio de una aún
elevada precariedad. En segundo lugar, a pesar de los ajustes
experimentados en el gasto, y del aumento de la actividad a ritmos
impredecibles hace solo unos años, la reducción del déficit se hace extremadamente lenta y desesperante.
Para
poder ajustar ambos desequilibrios necesitamos algunos años más de
expansión, pero también un gobierno con ideas claras. Y este anda, como
he explicado, desnortado en su búnker político. Lo peor es que esta
actitud contagia al resto de partidos, dadas las estrategias necesarias
para avanzar en las encuestas. Las ocurrencias de Montoro, las declaraciones del Ministro de Justicia, la falta de proyectos económicos,
la política de pensiones, la propuesta de reforma de la Unión
Monetaria, reales decretos que limitan la competencia, etc. Todo parece
enseñarnos que esta legislatura está acabada con unos responsables que,
como en su día ocurrió en Berlín, a los que parece no preocupar las
consecuencias de lo que se hace, sino simplemente si es lo correcto para
seguir hacia adelante. Por cierto, mejor no me meto en Cataluña.
Tenemos
poco tiempo. La próxima recesión llegará. No sé si en un año, dos o
cinco. Pero llegará, y cuando lo haga, no lo duden, los dioses nos
preguntarán qué hemos hecho. Si esa entrevista fuera hoy, de seguro nos
mandan al Averno. No les quepa duda. Pero lo peor de todo es que los que sufrirán el fuego infernal serán los de siempre. Aquellos que no contamos en los cálculos políticos de quienes gobiernan solo a la hora de pedirnos el voto.
MANUEL ALEJANDRO HIDALGO Vía VOZ PÓPULI
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