El ágil dirigente de Ciudadanos no pierde ocasión de obtener ventaja de la pesadez de movimientos de sus rivales
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y el presidente de Ciudadanos, Albert Rivera. (EFE)
Ciudadanos, cada vez más asentado como fuerza emergente con aspiraciones macronianas,
ha establecido con el PP —singularmente con Rajoy— una relación
perversa que funciona así: si sale cara gano yo, y si sale cruz pierdes
tú. En cualquier variante del juego, yo hago caja y tú pasas por caja.
Revisen los últimos acontecimientos —desde el debate presupuestario al
conflicto madrileño, pasando por Cataluña— y verán cómo siempre se
reproduce el modelo.
Eso es lo que acusó, doliente, Mariano Rajoy cuando llamó a Rivera 'aprovechategui'. Podría haber usado la palabra 'ventajista' y se habría ajustado mejor a la verdad conceptual y a la del diccionario.
El ágil dirigente de Ciudadanos no pierde ocasión de obtener ventaja de la pesadez de movimientos de sus rivales:
Se apropia de la parte atractiva de los Presupuestos y, a la vez, hace pagar al PP la factura política de entregarse en brazos de los nacionalistas del PNV.
Reconoció inmediatamente la oportunidad que le daba el caso Cifuentes para crucificar al PP, tranquilizar al electorado común permitiendo la elección de Garrido (no sin colgarle la etiqueta de interino y advertirle de que no se le ocurra intentar gobernar) y usar la moción de censura del PSOE como palanca, para dejar finalmente a los socialistas con un palmo de narices. Carambola a tres bandas en Madrid, en donde ya aspira a alzarse con los dos trofeos: el ayuntamiento y la comunidad.
Aprovecha la reacción histérica de populares y socialistas ante las encuestas, que le atacan por ambos flancos y se lanzan flotadores en forma de elogios mutuos, para reactivar en el imaginario social la imagen tenebrosa de la criatura bipartidista: cuando se ven en peligro, los de la vieja política se abrazan y hacen tenaza.
Rivera le ha tomado gusto al ejercicio de ser, en días alternos, sostén del Gobierno y líder de la oposición. Incluso hay días en que interpreta ambos papeles con sorprendente soltura de cuerpo. Solo la esclerosis avanzada de sus dos adversarios, incapaces de hallar el antídoto contra su osadía, explica que pueda seguir haciéndolo sin daño para su crédito. A estas alturas, es evidente que nada de lo que hace es improvisado, y cada uno de sus movimientos prepara uno posterior.
Viene todo esto a cuento porque no creo que se esté interpretando bien su estudiado movimiento de amagar con retirar el apoyo al 155.
Puigdemont acaba de designar a un felpudo llamado Torra para que pase en su nombre la investidura que a él no le dejan protagonizar. En su videomensaje, ha marcado la tarea a su subordinado: atenerse estrictamente al mandato del 1 de octubre. 'Fer república'. Y deja claro que habrá dos gobiernos, el de la Generalitat autonómica en Barcelona —meramente burocrático— y el de la Generalitat republicana, que viajará con su augusta persona.
También ha subrayado que la investidura de Torra no solventa nada. Su única funcionalidad es evitar que Rajoy convoque nuevas elecciones el 22 de mayo. Por el contrario, Puigdemont anuncia que ahora “se abre un periodo de provisionalidad”. Pretende que Torra sea un presidente de transición, encargado, entre otras cosas, de habilitar la elección de un Consejo de la República que sería el depositario de la legitimidad política por encima del Parlament autonómico.
Previsiblemente, los próximo pasos serán: ir a un nuevo choque con el Estado cuando llegue el macrojuicio contra la cúpula del 'procés' (utilizando toda la potencia de fuego del poder recuperado para agitar contra España a la opinión pública internacional); forzar listas conjuntas del independentismo para las elecciones municipales, y esperar un momento favorable para disolver el Parlament, deshacer el empate en las urnas y lanzar un nuevo desafío al Estado desde una relación de fuerzas más ventajosa.
El presupuesto de partida es que, tras la elección de Torra, Rajoy cumplirá su compromiso de retirar el 155 y devolverá al nuevo Govern todas sus competencias (incluida la más importante, el control de la caja).
Todo eso estaba en el análisis de Albert Rivera cuando el miércoles escenificó su calculada ruptura con el Gobierno, pretextando la blandura de este en la aplicación del 155. Al día siguiente, Rivera se fue al programa de Ana Rosa Quintana para contraprogramar a Rajoy, que estaba con Susanna Griso en la cadena rival.
Repasen con atención esa entrevista de Rivera, porque clarifica muchas cosas. Ahí se desvela que su verdadero propósito no fue denunciar el 155, sino justamente lo contrario: preparar el terreno para exigir su continuidad tras la investidura de Torra, argumentando —no sin motivo— que no existe ninguna garantía de que el nuevo Govern esté dispuesto a atenerse estrictamente a la legalidad estatutaria.
“No podemos fiarnos de ellos”, advirtió Rivera en Telecinco. Y añadió: “Si el nuevo Govern insiste en la república, hay que mantener el 155”. Lo que acompañó de un ataque venenoso: “Lo que le pasa a Rajoy es que está deseando salir corriendo de Cataluña”.
Este será el nuevo campo de batalla a partir de ahora, ya lo verán. Rajoy querrá levantar prontamente el 155 —al menos, mientras no le obliguen a restablecerlo—. Contará para ello con el apoyo del PSOE. Y Rivera, respaldado desde sectores del propio PP, exigirá que se mantenga la intervención mientras el independentismo no reniegue de sus pecados y prometa sumisión a la Constitución y al Estatuto: algo que él sabe de sobra que jamás ocurrirá.
El plan, obviamente, es ocupar en solitario el territorio del españolismo beligerante. Profundizar la brecha entre Rajoy y una parte considerable de su base social. Conectar emocionalmente con el justificado recelo de la población española ante los planes independentistas, y con el no menos justificado temor de los constitucionalistas en Cataluña de ser nuevamente aplastados desde el poder. Presentar la dupla Rajoy-Sánchez como una sociedad vergonzante de “boxeadores noqueados que se abrazan para no caerse” (sic). Y como en Cataluña sucederán cosas que le darán la razón, montar todos los miércoles en el Congreso la cofradía del santo reproche frente a un Gobierno exánime y entreguista, más pendiente de sobrevivir que de cumplir con su obligación.
Todo ello sin dar el paso de derribarlo y provocar elecciones generales, que sería lo consecuente. Rivera ha decidido que a Rajoy y al PSOE hay que cocerlos a fuego lento, mientras se dejen. Y de momento, de puro miedo, se van dejando.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
Eso es lo que acusó, doliente, Mariano Rajoy cuando llamó a Rivera 'aprovechategui'. Podría haber usado la palabra 'ventajista' y se habría ajustado mejor a la verdad conceptual y a la del diccionario.
El ágil dirigente de Ciudadanos no pierde ocasión de obtener ventaja de la pesadez de movimientos de sus rivales:
Se apropia de la parte atractiva de los Presupuestos y, a la vez, hace pagar al PP la factura política de entregarse en brazos de los nacionalistas del PNV.
Albert Rivera da por roto el acuerdo con el Gobierno sobre la aplicación del 155
Reconoció inmediatamente la oportunidad que le daba el caso Cifuentes para crucificar al PP, tranquilizar al electorado común permitiendo la elección de Garrido (no sin colgarle la etiqueta de interino y advertirle de que no se le ocurra intentar gobernar) y usar la moción de censura del PSOE como palanca, para dejar finalmente a los socialistas con un palmo de narices. Carambola a tres bandas en Madrid, en donde ya aspira a alzarse con los dos trofeos: el ayuntamiento y la comunidad.
Aprovecha la reacción histérica de populares y socialistas ante las encuestas, que le atacan por ambos flancos y se lanzan flotadores en forma de elogios mutuos, para reactivar en el imaginario social la imagen tenebrosa de la criatura bipartidista: cuando se ven en peligro, los de la vieja política se abrazan y hacen tenaza.
Rivera le ha tomado gusto al ejercicio de ser, en días alternos, sostén del Gobierno y líder de la oposición. Incluso hay días en que interpreta ambos papeles con sorprendente soltura de cuerpo. Solo la esclerosis avanzada de sus dos adversarios, incapaces de hallar el antídoto contra su osadía, explica que pueda seguir haciéndolo sin daño para su crédito. A estas alturas, es evidente que nada de lo que hace es improvisado, y cada uno de sus movimientos prepara uno posterior.
Carambola de Rivera a tres bandas en Madrid, en donde ya aspira a alzarse con los dos trofeos: el ayuntamiento y la comunidad
Viene todo esto a cuento porque no creo que se esté interpretando bien su estudiado movimiento de amagar con retirar el apoyo al 155.
Puigdemont acaba de designar a un felpudo llamado Torra para que pase en su nombre la investidura que a él no le dejan protagonizar. En su videomensaje, ha marcado la tarea a su subordinado: atenerse estrictamente al mandato del 1 de octubre. 'Fer república'. Y deja claro que habrá dos gobiernos, el de la Generalitat autonómica en Barcelona —meramente burocrático— y el de la Generalitat republicana, que viajará con su augusta persona.
También ha subrayado que la investidura de Torra no solventa nada. Su única funcionalidad es evitar que Rajoy convoque nuevas elecciones el 22 de mayo. Por el contrario, Puigdemont anuncia que ahora “se abre un periodo de provisionalidad”. Pretende que Torra sea un presidente de transición, encargado, entre otras cosas, de habilitar la elección de un Consejo de la República que sería el depositario de la legitimidad política por encima del Parlament autonómico.
Previsiblemente, los próximo pasos serán: ir a un nuevo choque con el Estado cuando llegue el macrojuicio contra la cúpula del 'procés' (utilizando toda la potencia de fuego del poder recuperado para agitar contra España a la opinión pública internacional); forzar listas conjuntas del independentismo para las elecciones municipales, y esperar un momento favorable para disolver el Parlament, deshacer el empate en las urnas y lanzar un nuevo desafío al Estado desde una relación de fuerzas más ventajosa.
Montoro expedienta a Puigdemont para inhabilitarlo 4 años por ocultar sus bienes
El presupuesto de partida es que, tras la elección de Torra, Rajoy cumplirá su compromiso de retirar el 155 y devolverá al nuevo Govern todas sus competencias (incluida la más importante, el control de la caja).
Todo eso estaba en el análisis de Albert Rivera cuando el miércoles escenificó su calculada ruptura con el Gobierno, pretextando la blandura de este en la aplicación del 155. Al día siguiente, Rivera se fue al programa de Ana Rosa Quintana para contraprogramar a Rajoy, que estaba con Susanna Griso en la cadena rival.
Repasen con atención esa entrevista de Rivera, porque clarifica muchas cosas. Ahí se desvela que su verdadero propósito no fue denunciar el 155, sino justamente lo contrario: preparar el terreno para exigir su continuidad tras la investidura de Torra, argumentando —no sin motivo— que no existe ninguna garantía de que el nuevo Govern esté dispuesto a atenerse estrictamente a la legalidad estatutaria.
El
presupuesto de partida es que, tras la elección de Torra, Rajoy cumplirá
su compromiso de retirar el 155 y devolverá al Govern sus competencias
“No podemos fiarnos de ellos”, advirtió Rivera en Telecinco. Y añadió: “Si el nuevo Govern insiste en la república, hay que mantener el 155”. Lo que acompañó de un ataque venenoso: “Lo que le pasa a Rajoy es que está deseando salir corriendo de Cataluña”.
Este será el nuevo campo de batalla a partir de ahora, ya lo verán. Rajoy querrá levantar prontamente el 155 —al menos, mientras no le obliguen a restablecerlo—. Contará para ello con el apoyo del PSOE. Y Rivera, respaldado desde sectores del propio PP, exigirá que se mantenga la intervención mientras el independentismo no reniegue de sus pecados y prometa sumisión a la Constitución y al Estatuto: algo que él sabe de sobra que jamás ocurrirá.
El plan, obviamente, es ocupar en solitario el territorio del españolismo beligerante. Profundizar la brecha entre Rajoy y una parte considerable de su base social. Conectar emocionalmente con el justificado recelo de la población española ante los planes independentistas, y con el no menos justificado temor de los constitucionalistas en Cataluña de ser nuevamente aplastados desde el poder. Presentar la dupla Rajoy-Sánchez como una sociedad vergonzante de “boxeadores noqueados que se abrazan para no caerse” (sic). Y como en Cataluña sucederán cosas que le darán la razón, montar todos los miércoles en el Congreso la cofradía del santo reproche frente a un Gobierno exánime y entreguista, más pendiente de sobrevivir que de cumplir con su obligación.
Todo ello sin dar el paso de derribarlo y provocar elecciones generales, que sería lo consecuente. Rivera ha decidido que a Rajoy y al PSOE hay que cocerlos a fuego lento, mientras se dejen. Y de momento, de puro miedo, se van dejando.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
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