Josu Ternera
EFE
El nauseabundo comunicado de ETA
leído por dos asesinos en serie, uno huido de la justicia española y la
otra encarcelada en Francia, más allá de las cuestiones concretas
suscitadas por su contenido, repleto de vomitivos eufemismos y de
falacias venenosas, y en el que cualquier asomo de arrepentimiento está
ausente, suscita una amplia reflexión sobre nuestra democracia
y su fortaleza, es decir, su capacidad y su determinación para
defenderse y a la vez defendernos a todos los que creemos en ella, nos
cobijamos bajo su amparo y la sostenemos con nuestro acatamiento de las
leyes y con nuestros impuestos, de enemigos feroces que pugnan por
acabar con nuestras libertades, nuestra paz y nuestra prosperidad. En
otras palabras, la tomadura de pelo que representa el llamado final de
ETA -porque calificarlo de derrota son
ganas de vivir en el autoengaño- es una excelente ocasión para
preguntarnos si nuestro sistema legal, nuestro entramado institucional y
la base conceptual que manejan nuestros políticos son los adecuados a
la hora de enfrentarnos a amenazas del calibre del terrorismo islámico,
el golpismo separatista o le vesania criminal de una organización que ha
recurrido sistemáticamente durante medio siglo al secuestro, la
intimidación, la bomba lapa, el coche repleto de explosivos y el tiro en
la nuca para intentar imponernos sus demenciales postulados.
Este interrogante no es en absoluto gratuito si se
examinan algunos hechos que forman parte de nuestro panorama cotidiano
con mirada auténticamente crítica, o sea liberada de la anestesia de la
costumbre para contemplar la realidad tal como es y no tal como nos la
cuentan. No son pocos los etarras que, tras cumplir condenas de prisión
equivalentes a un año por vida arrebatada, se pasean tranquilamente por
el País Vasco, donde viven placenteramente y son objeto de los
parabienes, homenajes y cálido afecto de
centenares de miles de sus paisanos. Para exponerlo con la necesaria
crudeza, monstruos que han lanzado un automóvil cargado de metralla
hacia un patio de una casa cuartel en el que había niños jugando, hoy
andan sueltos rodeados del público reconocimiento
por sus hazañas. Diré más, ha habido períodos de nuestra historia
reciente, en los que alguna de estas hienas con apariencia humana ha
ocupado un escaño en una cámara autonómica, ha percibido un sueldo
costeado por el conjunto de los españoles y se ha sentado en la Comisión
de ¡Derechos Humanos! En semejante contexto, el espectáculo de un
gelatinoso exlehendakari socialista proponiendo tras la disolución de
ETA el acercamiento de presos de la banda a penitenciarias del País
Vasco provoca arcadas.
Tras perpetrar un golpe de
Estado preparado durante varios años en las narices del Gobierno,
sufragado por el presupuesto de ese mismo Estado que se proponía volar y
ampliamente jaleado por medios de comunicación públicos y privados
generosamente subvencionados, los impulsores y protagonistas de la
fechoría han vuelto a presentarse a las elecciones, desempeñan altas
responsabilidades y siguen desafiando contumazmente a los tribunales y a
las legítimas autoridades, cuyo deseo más ferviente es curiosamente que
regresen a la “normalidad”, feliz situación que consistirá en que
persistan en sus propósitos de liquidar la unidad nacional y de paso los derechos de sus conciudadanos, además de llevar al país a la ruina económica.
En
estos momentos, la principal ocupación del Gobierno es ganarse el apoyo
de un partido que ha practicado sin descanso la connivencia con ETA,
con la que coincide en sus objetivos políticos de destruir el orden
constitucional para transformar España en un despojo sin nombre ni
futuro, y ello con el loable fin de prolongar su estancia en el poder
durante a lo sumo dos años más, para lo cual está dispuesto a
proporcionarle al PNV aún más instrumentos financieros, institucionales y
administrativos que le faciliten su trabajo de demolición.
Unas élites políticas acomplejadas y carentes de fundamentos ideológicos y morales sólidos se plegaron al marco conceptual de los peores enemigos de la democracia y del Estado
Estos llamativos ejemplos de masoquismo autodestructivo
que admiten sin demasiado esfuerzo el calificativo de traición, no han
surgido de pronto en tiempos recientes, sino que reflejan un problema de
fondo que arranca desde la misma Transición. Unas élites políticas
acomplejadas y carentes de fundamentos ideológicos y morales sólidos se
plegaron al marco conceptual de los peores enemigos de la democracia y
del Estado y apañaron una arquitectura institucional, simbólica y legal
que no sólo no era apta, como se ha demostrado hasta la saciedad, para
preservar los valores de la sociedad abierta frente a sus clásicos
dinamitadores, el nacionalismo supremacista y excluyente, el terrorismo
revolucionario y la subversión violenta, sino que les pusieron en
bandeja todas las herramientas para realizar su labor de arrasamiento.
El resultado lo contemplamos hoy: la sociedad catalana enferma de odio
fanático y prisionera de las mentiras más letales y ETA riéndose de las
víctimas, de la justicia y de los inanes burócratas que habitan en La
Moncloa.
No sabemos quién tomará las riendas del
Ejecutivo en 2020 ni qué mayoría parlamentaria lo sustentará, aunque el
desastre que nos aflige es de tal magnitud y el fracaso del equipo de
funcionarios ideológicamente deshuesados que ahora nos gobierna tan
patente, que las encuestas apuntan crecientemente a un cambio
sustancial. Lo que si sabemos es que si el nuevo Presidente del Gobierno
y los que le acompañen no son conscientes de la urgente necesidad de un
enfoque radicalmente distinto que se traduzca en reformas profundas de
nuestro ordenamiento básico y de la manera de conducir los asuntos
públicos, no habrá salvación.
Una democracia,
precisamente por serlo, tiene el deber de ser fuerte y aplicar la máxima
de que la firmeza es condición necesaria para garantizar la libertad y
la igualdad. La pusilanimidad, la confusión en las ideas y la ausencia
de principios desembocan inevitablemente, como la Historia ha dejado
patente, en la descomposición y el caos, en el colectivismo anulador del
individuo o en la férula totalitaria del cirujano de hierro. No es
difícil imaginar el panorama que dibujaría un triunfo electoral de
Arnaldo Otegi, Pablo Iglesias o Carles Puigdemont. El apaciguamiento del
mal alimentando su voracidad le da siempre la victoria, el coraje para
doblegarlo proporciona al menos la posibilidad de cortarle las garras.
ALEJO VIDAL-QUADRAS Vía VOZ PÓPULI
No hay comentarios:
Publicar un comentario