¿Por qué el mensaje cristiano y con él la
Iglesia, se debilitan en España, en buena parte de Europa, incluso en
algunos países americanos? ¿Por qué pierde fieles, irradiación cultural,
y posee una decreciente significación en este ámbito, en definitiva,
una menor capacidad de incidir en el marco de referencia dentro del cual
la sociedad configura sus opiniones, juicios y actos?
No es por falta de sensibilidad social, de capacidad de ayudar, de practicar la solidaridad efectiva.
La Iglesia Católica directamente y sus derivadas constituyen la mayor
fuerza solidaria que existe en esta sociedad y en el mundo, tanto que
sin ella nuestro estado del bienestar entraría en crisis, porque no
alcanza a paliar las necesidades extremas, aquellas a les que solo, o
casi, llega ella. En otros países donde el estado del bienestar no
existe, la caridad cristiana, es decir, el amor hecho obra, constituye
una de las principales salvaguardas humanas. No, no es porque no se
entregue en lo material, en un mundo más predispuesto a recibir que a
dar. Tampoco porque el mensaje socioeconómico no sea fuerte y claro en favor de los que menos tienen,
de los descartados, refugiados. En todos estos aspectos su acción es
ejemplar y está en línea con lo que hoy una gran parte de la opinión
pública espera, o parece exigir con más fuerza: desprendimiento,
solidaridad, ayuda a tu prójimo. La Iglesia llama insistentemente a
trabajar todos juntos, desde las respectivas creencias, por el bien de
todos, y especialmente de los más necesitados, a construir una política
basada en el diálogo, el servicio y el desprendimiento
Pero, con todo este bagaje ¿por qué no es un sujeto social, atentamente escuchado?,
¿por qué meterse con ella, peor todavía, con muchas de sus propuestas
concretas, por ejemplo a favor de la vida?, ¿por qué creen que debe
callar en cuestiones que nos afectan a todos y hunden sus raíces en la
razón moral? ¿Por qué su descalificación tiene tanta cancha mediática y
rendimiento político?, ¿por qué su voz es cada vez menor en las
familias, en la educación de los hijos, en la discusión sobre las ideas y
valores de nuestro tiempo?
Ahora mismo, este domingo, el pasado 21 de mayo, un periódico más bien ponderado como La Vanguardia
dedicaba nada menos que dos páginas a un insignificante librito, un
panfletillo histórico, según sus muchos críticos historiadores. ¿Cuándo
este periódico ha dedicado tanto espacio a un libro y además de autora
poco menos que desconocida? ¿Por qué lo hace? ¿Por qué en las encuestas
la opinión sobre la Iglesia en España registra siempre un suspenso
radical? Todas estas preguntas deberían formulárselas nuestros pastores,
y por extensión todos los cristianos, y aportar respuestas públicas a
esta situación estructural. Sin abordarla no hay solución a menos que se
opere un milagro.
Creemos que la causa hay que buscarla en otra parte que solo en los aspectos sociales, de su papel como ONG (aunque
este debería revisarse al hilo de lo que comentamos). Se debilita
porque aquí se ha difuminado su misión principal de la que nace la
solidaridad -y no al revés- porque en demasiadas ocasiones se renuncia a
lo fundamental para dar una equivocada sensación de apertura.
Pero, de
apertura ¿a qué, si no es a la nada, si se renuncia al anuncio de
Jesucristo? No se puede desistir a la que es su misión: la proclamación de que Jesucristo es Dios. Un hecho único por su excepcionalidad que marca la historia humana. La afirmación de que solo Dios salva,
y que por esta razón es necesario proclamar que Dios nos ama (Romanos
8,39) y poner al alcance de todos la Buena Nueva de Cristo muerto y
resucitado para nuestra salvación, para así cumplir con su mandato (Mt 28,19). La gran mayoría de la población española se declara católica, pero muy o algo alejada de la práctica religiosa. ¿Dónde está la evangelización,
la misión, masiva y personal, constante, intensa y extensa, de las
diócesis, parroquias, conventos, monasterios, escuelas y hospitales,
delegaciones, organizaciones y movimientos, que vayan a buscar, a
servir, a hablar a esa inmensa mayoría de ovejas perdidas, como Jesús
dice del buen pastor?
En Mateo 28,16-20 Jesucristo en el momento de su ascensión proclama su mensaje final “Id a todos los pueblos-dice- hacedlos mis discípulos y bautizadlos en nombre del Padre Hijo y Espíritu Santo”. Y añade: enseñadles a guardar todo lo que os he mandado. Esa es la tarea de la Iglesia, y de ella surge la solidaridad, desde el primer momento como consecuencia de la proclamación de Jesucristo, de llamar a la conversión para seguirlo, a integrar con el bautismo
en la Santísima Trinidad, a entender el mundo de una determinada
manera, no solo en unos aspectos; los inmigrantes, los pobres la
justicia social, por una parte, o el aborto, el respeto al hecho
religioso, por otra. Se trata del todo a la vez del conjunto. El mensaje de Jesucristo no es unidimensional, sino que ofrece las facetas de un diamante.
Y para que esto se realice es necesario seguir los pasos que Jesucristo muestra con los primeros apóstoles en Juan 1,31-58 Primero es necesario que alguien (Juan en el pasaje evangélico) muestre al Hijo de Dios para que así sea posible el encuentro con Él, y de lugar a una experiencia de la que pueda surgir, más pronto o más tarde, la pregunta “¿Qué buscas, qué esperas de la vida?”
A la que pueda seguir la invitación “Ven y veras”. Acompaña a Jesús,
está tú donde Él esté, síguelo en su vida y su palabra, acércate a sus
sacramentos, para así poder proclamar la buena nueva de la vida eterna. Misionar, evangelizar proclamar la palabra entre quienes están lejanos, o no la han escuchado nunca,
y emplear esa dinámica de servicio para mejorar, la conversión
permanente de los propios fieles, que deben ser estimulados a adoptar
una actitud de testimonio y anuncio, por este orden. Sin ostentación ni formas forzadas y artificiosas, sino con la sencillez de la vida, como el andar o hablar.
Y a esa ausencia de cumplimiento de la misión por la que existe, se añade la falta de unión entre nosotros,
no ya entre los cristianos, sino en los católicos, separados por
etiquetas humanas, políticas, de método, de seguidores de esto o
aquello. ¡Qué escándalo tan inmenso, que gran contradicción del pueblo
de Dios que profesa la comunión! En lugar de vernos como portadores de
diversos carismas, pero un mismo Espíritu, de diversidad de ministerios,
pero un mismo Señor, de diversidad de actuaciones, pero de un mismo
Dios (Corintios 12,3b-7.12-13), nos miramos de reojo y somos incapaces
de toda unidad de acción en el amor a Cristo.
La Iglesia se debilita porque está perdiendo su vocación de misión
EDITORIAL de FORUM LIBERTAS
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