“No hay mejor garantía que un hombre cuya lealtad puede comprarse con dinero”. Frank Langella
Durante las últimas semanas, ¡Qué triste
espectáculo hemos ofrecido al mundo y qué imagen de sangrienta cacería
política llevada a cabo en la Asamblea de Madrid, es la que hemos
contemplado todos los españoles!
Día a
día, la inmisericorde campaña de acoso y derribo contra Cristina
Cifuentes se me antojaba una escena similar a la que se desarrolla
durante la salvaje cacería del zorro, en la que a la víctima no se le da
respiro hasta acabar con ella.
Una vez
más, el bandolerismo — ¿político?— de los bajitos, convirtió un grano
de arena en una montaña para tapar la ciénaga en la que tienen cabida y
conviven —a veces en obsceno incesto— las más bajas pasiones del ser
humano, encarnadas por la vanidad, el arribismo, la ambición, el
envanecimiento, la apariencia, la falsedad y la hipocresía, fruto de la
ignorancia.
Bajo ningún concepto trato de exculpar de
la responsabilidad de sus actos a la que fue Delegada del Gobierno,
Diputada, Presidenta de la Comunidad y del PP de Madrid, más que por la
importancia y trascendencia intrínseca de los mismos, porque al ser una
figura con amplia proyección pública, sus actos constituían un punto de
referencia para el resto de la sociedad, que en mi opinión, como el de
todo dirigente, debería haber sido ejemplar.
A
Cristina Cifuentes no se le ha acosado y perseguido como a una alimaña
por ninguna causa imputable al ejercicio de su actividad pública, sino
por hacer gala de un mérito académico que ni había ganado por sus
méritos, ni le correspondía.
Un hecho
sin duda alguna censurable, que denota el complejo de inferioridad
intelectual derivado de la precaria formación —a veces nula— de las
personas que integran los cuadros de los partidos y a las que estos
sitúan en cargos que terminan por convertirse en una carga por su
insolvencia para desempeñarlos.
Podría
parecer una incongruencia pero estos son los individuos a los que a los
partidos interesa situar en puestos clave de la política, sobre todo,
porque cuando a un pescadero que carece de otros conocimientos ajenos a
los de su profesión —actividad por la que siento un profundísimo respeto
por lo dura y sacrificada que es— por el hecho de militar en un partido
político o en un sindicato se le sitúa al frente de la presidencia de
una Caja de Ahorros, y de la noche a la mañana, de un modesto beneficio
comercial, pasa a ganar casi 150.000€ anuales y obtener préstamos de la
caja que preside por casi un millón de euros, por su propio interés,
presumiblemente será ciegamente fiel a la jerarquía del partido, al
margen de cualquier principio o convicción personal, en el caso de que
la tuviere.
En el caso de la ya
expresidenta de la Comunidad de Madrid, los reyezuelos y notables de los
partidos de la oposición, acompañados de algún fuego amigo, encontraron
en Cifuentes una presa propicia, y de inmediato organizaron la cacería.
La
aullante y brava jauría de perros rastreadores, entrenados bajo el
mando de sus amos para detectar y perseguir a la presa elegida, la
acosaron hasta el agotamiento con despiadada saña, hasta acorralarla y
darle una más que cruel muerte política.
No
se organizó semejante cacería contra los bajitos de todas las
ideologías, que desde hace muchos años, vienen cometiendo el mismo
pecado cometido por la ex presidenta de la Comunidad de Madrid, sin que
hayan sido sometidos a la lapidación pública que ha sufrido Cifuentes.
No me atrevería a afirmar que de los partidos que forman el arco parlamentario, haya uno solo que esté limpio de esta lacra.
Hemos
pagado y seguimos pagando a cargos públicos, que sin estar habilitados
para ello, afirmaban ser y haber ejercido la abogacía, la medicina o la
psicología. Han asegurado ser doctores quienes jamás redactaron una
tesis, licenciados en Dirección y Administración de Empresas, quienes
solo tienen educación primaria, diplomados en Magisterio, los que nunca
vieron en sus manos el título y “posgrados” de Harvard obtenidos en
cursos de cuatro días en Aravaca (Madrid).
En
esta feria de las vanidades, nos tropezamos con un presidente del
Comité Olímpico Español que fue acusado de plagiar un trabajo con el que
pretendió obtener el doctorado, y alguno hubo, cuya desvergüenza le
llevó a lucir la riquísima indumentaria que en las ocasiones solemnes
luce la comunidad universitaria, sin que el birrete se le cayera de la
cabeza.
Y ya puestos a darse
importancia, ¿Para qué pararse en barras? Hasta una ministra tuvimos que
afirmó haber formado parte del claustro de profesores de una Facultad
inexistente.
Me pregunto ¿Por qué
cuando se descubrió cada uno de estos fraudes no se clamó por una
Comisión de investigación que los aclarase y condenase a los culpables a
su exposición en la plaza pública? Que yo sepa, contra ninguno de los
responsables se organizó cacería semejante a la llevada a efecto contra
Cristina Cifuentes.
Lo más oprobioso de
estos sucesos es que la mayoría de sus tristes protagonistas —sino
todos— siguen recibiendo del erario público —directa o indirectamente—
percepciones que jamás en su vida hubieran soñado alcanzar y que
escandalizarían a los millones de mileuristas españoles.
La
desvergüenza y el impudor de estos gnomos que viven a costa de lo que
sacan de nuestros bolsillos llega tales extremos como el hecho de que
quien registró la moción de censura contra la expresidenta de la
Comunidad de Madrid, había cometido similar pecado del que a ella se le
acusaba.
Un largo listado de ex altos y
altos cargos públicos, han sido “cazados” mintiendo al falsear sus
Currículum Vitae, pero salvo la expresidenta de la Comunidad de Madrid,
ninguno de ellos dimitió en su momento y lo que es más oprobioso:
incluso después de haber reconocido su falta sin ruborizarse, todos
continuaron “sacrificándose por el pueblo porque siguen sintiendo la llamada del servicio público”, y naturalmente…. ¡poniendo el cazo!
Lamentablemente,
los partidos políticos son la tierra prometida de los arribistas sin
ideología. Son organizaciones con muchos votos, muy pocos afiliados, y
de ellos muy escasos los que puedan tener alguna formación y experiencia
para optar a cargos públicos. Constituyen el camino más corto para
quienes quieren ascender rápido y con poco esfuerzo.
El
resultado de esta realidad, complementado por una ley electoral que
castra la verdadera democracia, es la actual situación del país: un
Estado inconsistente dirigido por una cuadrilla de trepas.
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