La corriente dominante, una de las idees
de mayor consenso, desde perspectivas de pensamiento muy distintas es
que los progresos económicos, técnico y científicos, no han comportado,
no ya un avance moral de la misma magnitud, sino que ha significado incluso un retroceso, o al menos un desequilibrio moral.
Y esto sirve no solo para la calificación de lo que ha sucedido en esta
última década, o antes, según las perspectivas, sino que también apunta
a lo que sucederá en el futuro inmediato, por la vía de la robótica,
los algoritmos, el uso del big data para los datos personales y su uso
mercantil, político y de control, y la biotecnología y genética, lo cual
determina la profundización del problema del declive moral de nuestra sociedad. Tanto es así, que muchos economistas y políticos, también intelectuales, defiende una renta básica universal
como solución al presunto desempleo masivo que provocará la
generalización de los robots, algoritmos e Inteligencia Artificial. En
otras palabras: demos unas migajas a un elevado número
de personas, revistiéndolo, eso sí, de justicia social, para paliar el
hecho de que queden al margen de una de las principales fuentes de
realización humana, el trabajo. Este enfoque es hoy más factible por la
degradación de las condiciones del empleo. Trabajos a tiempo parcial no
queridos, precariedad y bajos salarios, hacen más fácil pensar en cobrar
una renta de supervivencia sin trabajar, de la misma manera que la
combinación de la prolongación de la esperanza de vida, insuficiencia de
los nacimientos, y coste de pensiones y prestaciones a la población de
edad más avanzada, permiten normalizar la idea de la eutanasia masiva.
Es decir, las condiciones objetivas favorecen un proceso de alienación,
entendido como mal menor, que facilita soluciones inhumanas a problemas humanos.
Para la izquierda existe una crisis moral propia del capitalismo,
el problema es que sus referentes prácticos o no existen, o resultan
profundamente inmorales, como Venezuela, Cuba o China, todo depende de
donde se sitúe el acento de la moralidad. Pero para buena parte de la
derecha la crisis moral es también un hecho, lo que significa una
infrecuente coincidencia. Y esa llamativa situación debería llevarnos a
considerar la crisis moral como uno de los problemas decisivos de
nuestro tiempo.
El financiero Warren
Buffet, uno de los hombres más ricos del mundo según la lista Forbes,
hizo unas declaraciones en mayo de 2009, en las que denunciaba las
causas de la crisis económica que padecemos, “La Gran Recesión”: “pienso
que muchas personas del mundo financiero están relacionadas con la
crisis en parte por avaricia, en parte por estupidez y en parte porque
había gente que decía que era otro el que estaba haciendo lo que no
tocaba hacer “. Este hombre que trabaja para ganar dinero, mucho
dinero, nos decía que los motivos de la crisis eran vicios que ni
siquiera son originales: la avaricia, la ignorancia, la
irresponsabilidad. Nos estaba diciendo en definitiva que tenía una raíz
moral. ¿Qué ha sucedido para que vicios privados se transformen en un
estrago público de tanta dimensión? Porque la pregunta clave es ésta. De
avaros, ignorantes y mentirosos ha habido siempre, pero no es habitual
que sean ellos los que marquen el paso a la sociedad, que se ve a sí
misma como en el cenit de la moralidad, de tal manera que se permite el
juicio ético y antihistórico de cualquier otra época o personaje de la
historia, algo a lo que el neoliberalismo progresista, es muy aficionado
¿Qué nos ha sucedido?.
La economía, como la política, es una
antropología y responde, por tanto, a la concepción que tengamos del ser
humano, y a la vez con el paso del tiempo la configura. La economía
depende absolutamente del sistema de valores morales predominantes.
Spengler constataba que “Cada cultura tiene su economía“. Esta
es la razón por la que el régimen socialista soviético implosionó, dado
que el hombre que engendraba era un ser económicamente irresponsable.
Pues bien, el capitalismo, la economía de mercado, reposa en unos
cimientos morales específicos.
La
economía neoclásica y todos sus vástagos han prescindido con excesiva
alegría del capital moral, cosa que es evidente que no hacían los
clásicos como Adam Smith. «El mercado depende todavía absolutamente
de una comunidad que comparta valores tales como los de la honestidad,
la libertad, la iniciativa, el ahorro, y otras virtudes cuya autoridad
no soportará durante largo tiempo la reducción al nivel de los gustos
personales que está explícito en la filosofía positivista,
individualista, del valor en el que se basa la teoría económica moderna.
Si todo valor derivara solo de la satisfacción de las necesidades
individuales, no quedará nada para restringir la satisfacción
interesada, individualista, de las necesidades. El agotamiento del
capital moral puede ser más costoso que el agotamiento del capital
físico», ha escrito Fred Hirsh en “The Social Limits to Growth”.
Lenin, el gran forjador del comunismo, decía: “la confianza es buena, el control es mejor”.
Y a base de control el régimen soviético se colapsó, porque los costes
de transacción eran desmesurados, y porque sin confianza el capital
social y el capital humano merman.
Pues bien, en nuestro caso, sin los valores que hacen posible la prosperidad, y sin las virtudes, necesarias para realizarlos, no es posible una economía próspera. Menospreciar este axioma equivale a confundir el pragmatismo con el vuelo gallináceo.
No
saldremos bien de la crisis solo con medidas técnicas. No habrá más
honestidad en las relaciones económicas, vocación por la inversión
productiva, rechazo por pelotazo, estabilidad en el patrimonio familiar;
ni más veracidad y servicio al bien común por encima de los intereses
de los propios partidos políticos. Nada de todo esto, y de muchas otras
cuestiones, se resolverá bastante bien si los ciudadanos, la sociedad,
sus instituciones, no abordan el trasfondo moral de la crisis.
Pero ¿qué significa una crisis moral? Y la respuesta es otra pregunta. ¿Y qué es la moral? los que hayáis leído Las Benévolas.
La extraordinaria novela de Jonathan Littell, convendréis que la moral
del oficial Aue de las SS no es nuestra. Si habéis visto el filme sobre
la quiebra de Lehman Brothers, Margin Call,
ya os disteis cuenta de que algunos personajes se guiaban por pautas
que rechazamos. Vosotros, hombres y mujeres que habéis leído la Odisea, o
la Ilíada, habréis visto que las normas que rigen la vida de aquellos
hombres, lo que les permitía decir que su vida era buena y estaba
realizada, poco tiene que ver con lo que creemos nosotros. Pero cuando
hemos leído el Principito sí hemos sentido que lo que guía su acción también puede guiar la nuestra.
¿Qué quiero decir con todo esto? Pues que para que exista una moral es necesario disponer de una determinada concepción del ser humano y de lo que es una vida buena y realizada, es decir, de cuál es nuestro fin en la vida. Lo que los griegos antiguos llamaban el Telos.
Moral, por lo tanto, significa en primer término, no lo que tengo que
hacer, sino lo que debo ser. Y es entonces, sabiendo qué tengo que ser,
que puedo tener una norma por mi comportamiento; es entonces cuando
puedo saber qué es bueno, qué es justo y qué es necesario.
Por
lo tanto, una crisis moral significa que nuestra sociedad no sabe
proponer cuál es nuestro fin en la vida para que ésta sea buena y
realizada. Y si no sabemos identificar colectivamente lo que es bueno,
lo que es justo, diferenciar lo necesario de lo superfluo, entonces
difícilmente podremos encontrar fines y actos buenos, justos y
necesarios.
La cuestión es cómo a pesar de tanto progreso hemos llegado hasta aquí. Este es un buen tema de reflexión para otro día.
JOSEP MIRÓ i ARDÈVOL Vía FORUM LIBERTAS
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