Una moción de censura para una nueva restauración
EFE
En aquella España trasquilada de igualdades, plagada de
corruptelas, y sin ensoñación alguna de estado del bienestar, la
política encontró un hueco para la esperanza. Aquel turnismo
liderado por Cánovas del Castillo y Sagasta. No fue la solución de
todos los males, sin duda, pero sí ejerció de suficiente bálsamo para
recomponer las relaciones sociales en torno a un proyecto común de país,
imperfecto pero con matices sobre los que asirse. Aquella España de
finales del siglo XIX parecía no tener solución, como sucede ahora con
esta nación del 5G. La sentencia del caso Gürtel, como primer dedo
acusatorio al partido del Gobierno y a su líder Mariano Rajoy, ha
activado el final de un periodo histórico que ya no da más de sí. No
estamos ante una revolución social ni ante un simple golpe palaciego:
estamos ante un momento parlamentario que puede tener repercusiones en
un sentido u otro según como se desarrolle, dentro de esa larga agonía
histórica bautizada como crisis de régimen. Lo que está en juego, por tanto, es si entramos ya abiertamente en una fase de restauración y quién la encabeza, o si se agudiza la crisis política.
Es el momento de una nueva restauración. Capaz de
implosionar esas estructuras del estado carcomidas por las cloacas, la
corrupción o el amiguismo. Capaz de ser valiente con las reformas
económicas pendientes y no vivir a golpe del populismo de la calle. Una
restauración con políticos limpios y valientes ante la complicada tarea
de encontrar un amplio consenso en materias sobre las que no se pueden
traspasar sus líneas rojas. Una nueva época que obligará a reabrir el
debate constitucional sin que haya que entenderlo como una afrenta al
espíritu de la Transición. De no hacerlo, correremos el riesgo de nadar
todo un océano para morir en la orilla. De no hacerlo, correremos el
riesgo de una restauración únicamente de parte. Podría adquirir fórmulas
extrañas e inesperadas, como la de una revolución pasiva encabezada por
un Pedro Sánchez capaz de gobernar con el apoyo de una izquierda en
barrena y de unos independentistas noqueados. Sánchez y el PSOE han
presentado la moción de censura casi obligados por las circunstancias.
Ante una sentencia dura contra el PP, estaba en juego su rol de
oposición, sobre todo cuando los socialistas han tenido un perfil bajo
durante los últimos meses o directamente seguidista con el PP en lo que
respecta a la crisis territorial. Podría ocurrir que, dada la lógica
anti-PP que se ha impuesto en los últimos meses, el PSOE cuente con el
apoyo de todas las fuerzas políticas con excepción de Ciudadanos y el
PP, por lo que su moción de censura triunfe y Pedro Sánchez sea el nuevo
presidente del gobierno con tan sólo 84 diputados. La opción de
Ciudadanos es más transparente: la actual relación de fuerzas
parlamentaria no se corresponde con la realidad y son necesarias nuevas
elecciones para que Ciudadanos gobierne con el apoyo del PP. Esta restauración no sería simplemente una recomposición de la derecha.
El IBEX está
por el cambio, más aún cuando el cambio que esperan y desean no
cuestiona la hegemonía del centro-derecha. Al contrario, más bien la
afianza durante la próxima legislatura. Las elecciones catalanas han
insuflado más ambición -que no le falta- a Albert Rivera. Quedar primero
en Cataluña (aunque lejos de poder gobernar) y humillar al PP con 36
escaños contra 4 es algo que el líder de Cs lleva semanas queriendo
capitalizar. ¿Cómo? Marcando perfil para erigirse como una alternativa
sólida al PP (lo que implica gestos de distanciamiento) y consolidarse
también como una garantía frente a la izquierda.
Rivera,
hasta la sentencia de la Gürtel y la resaca de la moción de censura,
tenía buenas expectativas, pero problemas de agenda. Si quiere ser
presidente tras las próximas elecciones -difícil, no imposible- debía
separarse de Rajoy, con cautela pero sin piedad y sin parecer ni un
asesino ni un irresponsable. Atacarle, desgastarle y, al mismo tiempo,
ayudar a gobernar. Nada fácil. Pero tampoco podía dejar de pedalear. Por
eso, abrió frentes -el de la reforma electoral- acercándose a Podemos.
Sus intereses coinciden: jubilar a la Ley d'Hondt para aumentar la
proporcionalidad entre votos recogidos y escaños obtenidos. Es un
objetivo positivo, pero el excesivo roce con Iglesias tiene riesgos y a
nivel fáctico es una batalla perdida porque, con la actual composición
del Congreso, no se puede aprobar contra la voluntad del PP y el PSOE,
que no quieren experimentos.
El problema para el PNV, si Ciudadanos acaba ganando la próxima partida electoral, es que se acabaría la ‘manga ancha’ en las negociaciones. Rivera lo pondría en su sitio. En los 5 escaños de los 150 que componen el hemiciclo y en el 0,6% del censo de toda España, como le gusta recordar.
Pero la decisión clave de Rivera -y en la que se puede
jugar su carrera- es la de los tiempos. ¿Cuándo le convienen las
próximas elecciones? ¿Antes de las municipales y autonómicas de la
primavera del 2019 o después? La respuesta de estadista es que después.
Pero ¿y si en las municipales y autonómicas el PP y el PSOE -que tienen
más implantación- le distancian? ¿Perdería el aura de líder emergente?
Nada más conocerse la sentencia de la Gürtel, Ciudadanos salió en bloque
solicitando elecciones. Tras la reflexión del fin de semana, no
descartan un candidato transversal (ni Sánchez ni Rivera) como líder de
esa moción de censura y de un gobierno que dé estabilidad hasta que se
convoquen elecciones.
Unos comicios construidos en
base a un nuevo contrato e ideario político sobre qué hacer con España.
En caso contrario, volveríamos a la misma casilla de salida. Con el
sempiterno bloqueo en el horizonte del corto y medio plazo. Aunque las
encuestas predicen un parlamento fragmentado como el actual, pero con un
orden distinto de los cuatro grupos principales en el que el ahora
cuarto pasaría a primero, el primero a tercero y el tercero a cuarto, y
donde serían posibles tanto una mayoría de centro-derecha como de
centro-izquierda con Albert Rivera como fulcro de la palanca y presidente de Gobierno, los acontecimientos discurren a tal velocidad que no se puede descartar un corrimiento de tierras mucho más acentuado, con la práctica desaparición del Partido Popular y
su sustitución por Ciudadanos como representante genuino de los
millones de españoles que quieren libertad, orden, seguridad, unidad
nacional, integración europea y una Administración eficiente y no
invasiva.
Una posibilidad que dibuja un gran nubarrón
en el horizonte del PNV, que vuelve a tener la llave del futuro de
Rajoy. Mucho peor que el artículo 155 -su excusa perfecta para sestear
con su apoyo a los Presupuestos- está siendo la ofensiva de Ciudadanos,
que ha decidido utilizarlo en su ‘fuego cruzado’ con el PP. A Rivera no
le importa que su discurso contra el Concierto y el Cupo le granjee más
animadversiones que votos en el País Vasco. Porque piensa en el resto de
España. Y si su discurso recentralizador encontró tanto predicamento en
Cataluña que llegó a ganar las elecciones del 21-D, Rivera cree que ya
está preparado para gobernar en todo el país. Y ante esa posibilidad, el
PNV teme perder su posición privilegiada en la relación bilateral con
el Gobierno de Rajoy que se consolidó en los pasados acuerdos
presupuestarios. El problema no es que Ciudadanos “acaba de llegar”,
como se lamentaba Aitor Esteban. También eran nuevos los de Podemos y
lograron ‘desnortar’ al PSOE. El problema para el PNV, si Ciudadanos
acaba ganando la próxima partida electoral, es que se acabaría la ‘manga
ancha’ en las negociaciones. Rivera lo pondría en su sitio. En los 5
escaños de los 150 que componen el hemiciclo y en el 0,6% del censo de
toda España, como le gusta recordar. Por lo tanto, si la alternativa es
Ciudadanos, al PNV le interesa que siga gobernando el PP.
Por
el momento, la economía no varía su buen rumbo pese a la crisis
política. La pujanza que España está demostrando en el plano económico
indica que tenemos un futuro brillante si conseguimos que nuestros
representantes públicos y nuestros gobernantes, en vez de presentar un
nivel medio netamente inferior al de la ciudadanía a la que administran,
se pongan simplemente a la altura de sus compatriotas. Para que
nuestros mecanismos de selección de élites políticas sitúen a los
mejores en los lugares de máxima responsabilidad y no, como ha venido
sucediendo, a lo peor de cada casa, son indispensables reformas
institucionales profundas que afecten a la ley electoral, a la
estructura territorial del Estado, a la educación y al modelo
productivo. Si el Gobierno y la mayoría parlamentaria que surja de las
próximas y necesarias elecciones generales se pone sin desmayo y con
determinación a esta tarea indispensable, tendría éxito esta nueva restauración. Hagámoslo posible entre todos.
MIGUEL ALBA Vía VOZ PÓPULI
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