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lunes, 28 de mayo de 2018

Una moción de censura para una nueva Restauración

Una moción de censura para una nueva restauración EFE


En aquella España trasquilada de igualdades, plagada de corruptelas, y sin ensoñación alguna de estado del bienestar, la política encontró un hueco para la esperanza. Aquel turnismo liderado por Cánovas del Castillo y Sagasta. No fue la solución de todos los males, sin duda, pero sí ejerció de suficiente bálsamo para recomponer las relaciones sociales en torno a un proyecto común de país, imperfecto pero con matices sobre los que asirse. Aquella España de finales del siglo XIX parecía no tener solución, como sucede ahora con esta nación del 5G. La sentencia del caso Gürtel, como primer dedo acusatorio al partido del Gobierno y a su líder Mariano Rajoy, ha activado el final de un periodo histórico que ya no da más de sí. No estamos ante una revolución social ni ante un simple golpe palaciego: estamos ante un momento parlamentario que puede tener repercusiones en un sentido u otro según como se desarrolle, dentro de esa larga agonía histórica bautizada como crisis de régimen. Lo que está en juego, por tanto, es si entramos ya abiertamente en una fase de restauración y quién la encabeza, o si se agudiza la crisis política.

Es el momento de una nueva restauración. Capaz de implosionar esas estructuras del estado carcomidas por las cloacas, la corrupción o el amiguismo. Capaz de ser valiente con las reformas económicas pendientes y no vivir a golpe del populismo de la calle. Una restauración con políticos limpios y valientes ante la complicada tarea de encontrar un amplio consenso en materias sobre las que no se pueden traspasar sus líneas rojas. Una nueva época que obligará a reabrir el debate constitucional sin que haya que entenderlo como una afrenta al espíritu de la Transición. De no hacerlo, correremos el riesgo de nadar todo un océano para morir en la orilla. De no hacerlo, correremos el riesgo de una restauración únicamente de parte. Podría adquirir fórmulas extrañas e inesperadas, como la de una revolución pasiva encabezada por un Pedro Sánchez capaz de gobernar con el apoyo de una izquierda en barrena y de unos independentistas noqueados. Sánchez y el PSOE han presentado la moción de censura casi obligados por las circunstancias. Ante una sentencia dura contra el PP, estaba en juego su rol de oposición, sobre todo cuando los socialistas han tenido un perfil bajo durante los últimos meses o directamente seguidista con el PP en lo que respecta a la crisis territorial. Podría ocurrir que, dada la lógica anti-PP que se ha impuesto en los últimos meses, el PSOE cuente con el apoyo de todas las fuerzas políticas con excepción de Ciudadanos y el PP, por lo que su moción de censura triunfe y Pedro Sánchez sea el nuevo presidente del gobierno con tan sólo 84 diputados. La opción de Ciudadanos es más transparente: la actual relación de fuerzas parlamentaria no se corresponde con la realidad y son necesarias nuevas elecciones para que Ciudadanos gobierne con el apoyo del PP. Esta restauración no sería simplemente una recomposición de la derecha. 

El IBEX está por el cambio, más aún cuando el cambio que esperan y desean no cuestiona la hegemonía del centro-derecha. Al contrario, más bien la afianza durante la próxima legislatura. Las elecciones catalanas han insuflado más ambición -que no le falta- a Albert Rivera. Quedar primero en Cataluña (aunque lejos de poder gobernar) y humillar al PP con 36 escaños contra 4 es algo que el líder de Cs lleva semanas queriendo capitalizar. ¿Cómo? Marcando perfil para erigirse como una alternativa sólida al PP (lo que implica gestos de distanciamiento) y consolidarse también como una garantía frente a la izquierda.

Rivera, hasta la sentencia de la Gürtel y la resaca de la moción de censura, tenía buenas expectativas, pero problemas de agenda. Si quiere ser presidente tras las próximas elecciones -difícil, no imposible- debía separarse de Rajoy, con cautela pero sin piedad y sin parecer ni un asesino ni un irresponsable. Atacarle, desgastarle y, al mismo tiempo, ayudar a gobernar. Nada fácil. Pero tampoco podía dejar de pedalear. Por eso, abrió frentes -el de la reforma electoral- acercándose a Podemos. Sus intereses coinciden: jubilar a la Ley d'Hondt para aumentar la proporcionalidad entre votos recogidos y escaños obtenidos. Es un objetivo positivo, pero el excesivo roce con Iglesias tiene riesgos y a nivel fáctico es una batalla perdida porque, con la actual composición del Congreso, no se puede aprobar contra la voluntad del PP y el PSOE, que no quieren experimentos.
El problema para el PNV, si Ciudadanos acaba ganando la próxima partida electoral, es que se acabaría la ‘manga ancha’ en las negociaciones. Rivera lo pondría en su sitio. En los 5 escaños de los 150 que componen el hemiciclo y en el 0,6% del censo de toda España, como le gusta recordar.
Pero la decisión clave de Rivera -y en la que se puede jugar su carrera- es la de los tiempos. ¿Cuándo le convienen las próximas elecciones? ¿Antes de las municipales y autonómicas de la primavera del 2019 o después? La respuesta de estadista es que después. Pero ¿y si en las municipales y autonómicas el PP y el PSOE -que tienen más implantación- le distancian? ¿Perdería el aura de líder emergente? Nada más conocerse la sentencia de la Gürtel, Ciudadanos salió en bloque solicitando elecciones. Tras la reflexión del fin de semana, no descartan un candidato transversal (ni Sánchez ni Rivera) como líder de esa moción de censura y de un gobierno que dé estabilidad hasta que se convoquen elecciones.

Unos comicios construidos en base a un nuevo contrato e ideario político sobre qué hacer con España. En caso contrario, volveríamos a la misma casilla de salida. Con el sempiterno bloqueo en el horizonte del corto y medio plazo. Aunque las encuestas predicen un parlamento fragmentado como el actual, pero con un orden distinto de los cuatro grupos principales en el que el ahora cuarto pasaría a primero, el primero a tercero y el tercero a cuarto, y donde serían posibles tanto una mayoría de centro-derecha como de centro-izquierda con Albert Rivera como fulcro de la palanca y presidente de Gobierno, los acontecimientos discurren a tal velocidad que no se puede descartar un corrimiento de tierras mucho más acentuado, con la práctica desaparición del Partido Popular y su sustitución por Ciudadanos como representante genuino de los millones de españoles que quieren libertad, orden, seguridad, unidad nacional, integración europea y una Administración eficiente y no invasiva.

Una posibilidad que dibuja un gran nubarrón en el horizonte del PNV, que vuelve a tener la llave del futuro de Rajoy. Mucho peor que el artículo 155 -su excusa perfecta para sestear con su apoyo a los Presupuestos- está siendo la ofensiva de Ciudadanos, que ha decidido utilizarlo en su ‘fuego cruzado’ con el PP. A Rivera no le importa que su discurso contra el Concierto y el Cupo le granjee más animadversiones que votos en el País Vasco. Porque piensa en el resto de España. Y si su discurso recentralizador encontró tanto predicamento en Cataluña que llegó a ganar las elecciones del 21-D, Rivera cree que ya está preparado para gobernar en todo el país. Y ante esa posibilidad, el PNV teme perder su posición privilegiada en la relación bilateral con el Gobierno de Rajoy que se consolidó en los pasados acuerdos presupuestarios. El problema no es que Ciudadanos “acaba de llegar”, como se lamentaba Aitor Esteban. También eran nuevos los de Podemos y lograron ‘desnortar’ al PSOE. El problema para el PNV, si Ciudadanos acaba ganando la próxima partida electoral, es que se acabaría la ‘manga ancha’ en las negociaciones. Rivera lo pondría en su sitio. En los 5 escaños de los 150 que componen el hemiciclo y en el 0,6% del censo de toda España, como le gusta recordar. Por lo tanto, si la alternativa es Ciudadanos, al PNV le interesa que siga gobernando el PP.


Por el momento, la economía no varía su buen rumbo pese a la crisis política. La pujanza que España está demostrando en el plano económico indica que tenemos un futuro brillante si conseguimos que nuestros representantes públicos y nuestros gobernantes, en vez de presentar un nivel medio netamente inferior al de la ciudadanía a la que administran, se pongan simplemente a la altura de sus compatriotas. Para que nuestros mecanismos de selección de élites políticas sitúen a los mejores en los lugares de máxima responsabilidad y no, como ha venido sucediendo, a lo peor de cada casa, son indispensables reformas institucionales profundas que afecten a la ley electoral, a la estructura territorial del Estado, a la educación y al modelo productivo. Si el Gobierno y la mayoría parlamentaria que surja de las próximas y necesarias elecciones generales se pone sin desmayo y con determinación a esta tarea indispensable, tendría éxito esta nueva restauración. Hagámoslo posible entre todos.


                                                                                     MIGUEL ALBA   Vía VOZ PÓPULI

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