Político, en el sentido de todo aquello que se refiere al bien común,
a las condiciones que permiten que cada persona, cada familia,
desarrolle con la máxima plenitud sus dimensiones humanas, de las que el
sentido religioso es una componente esencial y destacada. En este
sentido, utilizo la palabra política que, por otra parte, es el que le
corresponde. Por consiguiente, no debe confundirse con la pugna entre
partidos, que al menos en nuestro caso -que obviamente no es único- se
caracteriza por la degradación que practican de la naturaleza de lo
político.
La Iglesia como conjunto no es un agente político,
porque no ha sido fundada por Jesús para cuidar directamente de la
sociedad, ni tan siquiera posee los medios para hacerlo. Es un agente religioso y moral
que guía a los hombres en su relación con el bien y el mal en presencia
de Dios. Se dirige a los que pertenecen a ella y al conjunto de la
sociedad. Por consiguiente, no le corresponden soluciones concretas
“técnicas”, instrumentales, de la política.
En el ser humano coinciden las dimensiones naturales y sobrenaturales,
junto con el fin último que es sobrenatural: la visión y goce de Dios;
quien no lo alcanza ni siquiera logra realizar el fin de la naturaleza
humana. Por eso la Iglesia debe hacer oír con fuerza e inteligencia su
voz religiosa y moral a todos los hombres, y ha de acompañarlos en su
cumplimiento. Y ese es uno de los recorridos que solo la política puede hacer,
porque, primero hay cuestiones que no pueden abordarse individualmente,
las leyes, por ejemplo, y también porque Dios nos ha hecho como pueblo,
y no existe pueblo sin presencia colectiva.
Esa tarea política corresponde a los
laicos en agrupaciones socialcristianas, es decir, fundadas en la
doctrina social de la Iglesia, o dentro de entidades de todo tipo,
partidos, sindicatos, organizaciones profesionales, de vecinos, de todas
aquellas que tratan de lo público. Pero que corresponda a los laicos no significa que los consagrados a Dios, especialmente el clero diocesano y los obispos, y en realidad todos los consagrados, se mantengan al margen o tengan una misión irrelevante, porque su obligación es guiar, acompañar a los cristianos, individual y colectivamente, e impulsar
cuando sea necesario para el bien de la comunidad humana y la Iglesia.
Pero en nuestro país esto no funciona así. Hay un gran vacío en esta
guía y acompañamiento, en ese impulso religioso y moral. Hace décadas
que dura y el resultado está a la vista: la concepción cristiana ha sido
expulsada de la vida pública, y no digamos ya del espíritu de las
leyes. Ningún politico español es capaz de referirse a la Iglesia como
ha hecho Macron presidente de la Francia laica y republicana, como antes
ya lo había hecho Sarkozy. Y muchos de estos mismos políticos son
capaces de hablar alto y fuerte contra ella, o contra algunos de sus
principales objetivos. Y no será porque los católicos practicantes en
Francia sean más numerosos que los españoles o que su historia de leyes y
gobiernos les resulte más favorable.
En definitiva, mi tesis es esta: No tiene sentido brillar en las cáritas que aborda algunas carencias materiales, y olvidarse de las cáritas con relación a la madre de la paliación de todas las carencias, esto es la política.
Los
ejemplos y la doctrina de los papas son evidentes en este sentido, y
están compiladas en la doctrina social de la Iglesia, ahí están los
fundamentos criterios y fines. Y no solo eso, incluso descendiendo al
terreno de lo concreto. Por ejemplo, San Juan Pablo II y su incidencia
en la caída del comunismo, su papel en América Latina, su posición
beligerante contra la guerra de Irak, y sus discursos en la Asamblea plenaria de las Naciones Unidas, o su teorización sobre las estructuras de pecado,
o el actual papa Francisco y su doctrina el “descarte” de los seres
humanos, y su decidida ofensiva a favor de los refugiados. Todo esto es
político, como lo es movilizar con la palabra moral y religiosa sobre la
eutanasia.
JOSEP MIRÓ i ARDÈVOL Vía FORUM LIBERTAS
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