"El aprecio por toda vida humana fue un verdadero progreso introducido por el cristianismo: así hay que decirlo haciendo justicia a la historia, a los hechos que no inventamos y que son tozudos."
Cardenal Antonio Cañizares
Hace unos días el PSOE nos ha
sorprendido con la presentación de una propuesta legislativa sobre la
eutanasia. Llama la atención que, años atrás, este mismo partido
renunció a otro proyecto sobre el mismo tema. Lo retiró con gran cordura
y gran sentido común y sentido de humanidad, usando en todo caso la
razón. Parece que tal cordura y sentido común no lo han tenido en cuenta
ahora.
Me referiré primero al contexto en el que se plantea el tema, trataré después de precisar de qué hablamos cuando decimos «eutanasia» y de ofrecer, al tiempo, criterios morales sobre la eutanasia, para pasar a una reflexión oportuna sobre leyes civiles y ley moral y finalizar con unas anotaciones prácticas para nuestra actuación y una conclusión, a modo de resumen.
No conozco el texto de la propuesta que hace el PSOE no sólo en el parlamento nacional sino también el algún otro parlamento autonómico. Sólo conozco por los medios de comunicación que hay un interés en legislar sobre esto. Y anticipadamente a lo que suceda y se legisla, hago una reflexión y ofrezco a todos cuál es la posición de la Iglesia sobre el tema. Cuando me llegue el texto o la propuesta ya me definiré sobre él. Entre tanto aquí tienen lo que como obispo puedo y tengo el deber de decir.
En el llamado mundo desarrollado hay quienes están librando una «lucha» por el reconocimiento social y legal de la eutanasia. Entre nosotros, el goteo propagandístico directo o indirecto en favor de la eutanasia, disfrazada a veces con la expresión de «muerte digna» o «muerte asistida», está siendo constante. Unos se sitúan en favor de esta «muerte digna», como si se tratase de un derecho fundamental. Otros, la mayoría, se oponen al reconocimiento de ese supuesto «derecho», pero son acusados de oscurantistas, de represores de la libertad, de impositores de una determinada moral confesional, de no respeto a la libre decisión, de insensibles al sufrimiento personal y al sentir cada vez más común y «moderno» de la sociedad.
Los defensores de la eutanasia están predisponiendo a la opinión pública con distintos y poderosos medios explícitos y subliminales en favor de aquélla. La forma con que se da la presentación de algunos casos y las informaciones que se ofrecen sobre el asunto en cuestión con frecuencia confunden, seducen y hasta, a veces, violentan la conciencia y la libertad de las gentes. Por ejemplo, se presenta este tema como si se tratara de algo ordinario, normal e, incluso, heroico, cuando en realidad no es así.
La Federación Nacional de Asociaciones de Lesionados Medulares y de Grandes Minusválidos, cuando estaba en el candelero aquel caso de una determinada película que representaba la apologética de la eutanasia, declaró expresamente que la inmensa mayoría de los discapacitados es contraria a la eutanasia. Hoy siguen teniendo la misma posición contraria a la eutanasia, como bien puede verse, por ejemplo, en los que son asistidos por el Centro Nacional de Parapléjicos de Toledo; ellos ni son ni se consideran a sí mismos como seres indignos de vivir o con una vida indigna de ser vivida; al contrario. Hay que escucharlos en su defensa y anhelo de la vida y no manipularlos.
Las campañas en pro de la eutanasia, entre otros procedimientos, suelen explotar el miedo al sufrimiento antes de la muerte y el atractivo de una muerte dulce que evite padecimientos, o la apelación al compasionismo desde una falsa visión del hombre. Lo cual es muy fácil, máxime en una cultura como la nuestra del bienestar y del disfrute, de la eficacia, que no tolera ni sabe afrontar y soportar el sufrimiento, al que ve como el mal por excelencia que debe ser eliminado. Por otra parte, la moralidad contemporánea tiende a poner el derecho a escoger o decidir por encima de cualquier otro valor. Encuentra, además, ofensiva la enseñanza tradicional sobre la «sacralidad» o inviolabilidad de la vida humana que ha formado parte del acervo moral común de las sociedades occidentales.
Esta perspectiva moral del «derecho a decidir» tiene muchas raíces y ramificaciones, pero sobre todo muchos efectos profundos. Ha insensibilizado a mucha gente, por ejemplo, hacia la maldad del aborto. Predispone también a muchos para que apoyen la eutanasia e incluso el suicidio, máxime si es «asistido». Conviene observar también que se suele presentar el reconocimiento social de la eutanasia como una novedad, como una «liberación» de la opresión ejercida por poderes «reaccionarios» sobre los individuos libres que, gracias al progreso y a la educación, van tomando conciencia de sus derechos y van exigiéndolos cada vez con mayor decisión.
Pues bien, hemos de recordar que la aceptación social de la eutanasia no sería ninguna novedad. En distintas sociedades primitivas, y también en la Grecia y la Roma antiguas, la eutanasia no era mal vista por la sociedad. Los ancianos, los enfermos incurables o los cansados de vivir podían suicidarse, solicitar ser eliminados de modo más o menos «honorable », o bien eran sometidos a prácticas y ritos eugenésicos. El aprecio por toda vida humana fue un verdadero progreso introducido por el cristianismo: así hay que decirlo haciendo justicia a la historia, a los hechos que no inventamos y que son tozudos.
Ante la campaña sin duda organizada por sus corifeos, más aún ante este asunto objeto de la campaña, es necesario tener conceptos claros y utilizar un lenguaje adecuado. El lenguaje, en efecto, no es nunca neutral. Lo mismo que se hace con el aborto, al que se le denomina eufemísticamente «interrupción voluntaria del embarazo» para no decir que se trata de la eliminación violenta de un ser humano no nacido, así también con respecto al tema que nos ocupa, el de la eutanasia, se usa una terminología que confunde: se habla de «morir con dignidad», «muerte digna», «muerte dulce». Existe toda una retórica de la «buena muerte», que eso significa literalmente eutanasia. Pero seamos serios y no juguemos con el lenguaje, que es jugar con la sociedad, con el hombre. La eutanasia, se diga lo que se diga, es destructiva y degradante, antihumana.
Me referiré primero al contexto en el que se plantea el tema, trataré después de precisar de qué hablamos cuando decimos «eutanasia» y de ofrecer, al tiempo, criterios morales sobre la eutanasia, para pasar a una reflexión oportuna sobre leyes civiles y ley moral y finalizar con unas anotaciones prácticas para nuestra actuación y una conclusión, a modo de resumen.
No conozco el texto de la propuesta que hace el PSOE no sólo en el parlamento nacional sino también el algún otro parlamento autonómico. Sólo conozco por los medios de comunicación que hay un interés en legislar sobre esto. Y anticipadamente a lo que suceda y se legisla, hago una reflexión y ofrezco a todos cuál es la posición de la Iglesia sobre el tema. Cuando me llegue el texto o la propuesta ya me definiré sobre él. Entre tanto aquí tienen lo que como obispo puedo y tengo el deber de decir.
En el llamado mundo desarrollado hay quienes están librando una «lucha» por el reconocimiento social y legal de la eutanasia. Entre nosotros, el goteo propagandístico directo o indirecto en favor de la eutanasia, disfrazada a veces con la expresión de «muerte digna» o «muerte asistida», está siendo constante. Unos se sitúan en favor de esta «muerte digna», como si se tratase de un derecho fundamental. Otros, la mayoría, se oponen al reconocimiento de ese supuesto «derecho», pero son acusados de oscurantistas, de represores de la libertad, de impositores de una determinada moral confesional, de no respeto a la libre decisión, de insensibles al sufrimiento personal y al sentir cada vez más común y «moderno» de la sociedad.
Los defensores de la eutanasia están predisponiendo a la opinión pública con distintos y poderosos medios explícitos y subliminales en favor de aquélla. La forma con que se da la presentación de algunos casos y las informaciones que se ofrecen sobre el asunto en cuestión con frecuencia confunden, seducen y hasta, a veces, violentan la conciencia y la libertad de las gentes. Por ejemplo, se presenta este tema como si se tratara de algo ordinario, normal e, incluso, heroico, cuando en realidad no es así.
La Federación Nacional de Asociaciones de Lesionados Medulares y de Grandes Minusválidos, cuando estaba en el candelero aquel caso de una determinada película que representaba la apologética de la eutanasia, declaró expresamente que la inmensa mayoría de los discapacitados es contraria a la eutanasia. Hoy siguen teniendo la misma posición contraria a la eutanasia, como bien puede verse, por ejemplo, en los que son asistidos por el Centro Nacional de Parapléjicos de Toledo; ellos ni son ni se consideran a sí mismos como seres indignos de vivir o con una vida indigna de ser vivida; al contrario. Hay que escucharlos en su defensa y anhelo de la vida y no manipularlos.
Las campañas en pro de la eutanasia, entre otros procedimientos, suelen explotar el miedo al sufrimiento antes de la muerte y el atractivo de una muerte dulce que evite padecimientos, o la apelación al compasionismo desde una falsa visión del hombre. Lo cual es muy fácil, máxime en una cultura como la nuestra del bienestar y del disfrute, de la eficacia, que no tolera ni sabe afrontar y soportar el sufrimiento, al que ve como el mal por excelencia que debe ser eliminado. Por otra parte, la moralidad contemporánea tiende a poner el derecho a escoger o decidir por encima de cualquier otro valor. Encuentra, además, ofensiva la enseñanza tradicional sobre la «sacralidad» o inviolabilidad de la vida humana que ha formado parte del acervo moral común de las sociedades occidentales.
Esta perspectiva moral del «derecho a decidir» tiene muchas raíces y ramificaciones, pero sobre todo muchos efectos profundos. Ha insensibilizado a mucha gente, por ejemplo, hacia la maldad del aborto. Predispone también a muchos para que apoyen la eutanasia e incluso el suicidio, máxime si es «asistido». Conviene observar también que se suele presentar el reconocimiento social de la eutanasia como una novedad, como una «liberación» de la opresión ejercida por poderes «reaccionarios» sobre los individuos libres que, gracias al progreso y a la educación, van tomando conciencia de sus derechos y van exigiéndolos cada vez con mayor decisión.
Pues bien, hemos de recordar que la aceptación social de la eutanasia no sería ninguna novedad. En distintas sociedades primitivas, y también en la Grecia y la Roma antiguas, la eutanasia no era mal vista por la sociedad. Los ancianos, los enfermos incurables o los cansados de vivir podían suicidarse, solicitar ser eliminados de modo más o menos «honorable », o bien eran sometidos a prácticas y ritos eugenésicos. El aprecio por toda vida humana fue un verdadero progreso introducido por el cristianismo: así hay que decirlo haciendo justicia a la historia, a los hechos que no inventamos y que son tozudos.
Ante la campaña sin duda organizada por sus corifeos, más aún ante este asunto objeto de la campaña, es necesario tener conceptos claros y utilizar un lenguaje adecuado. El lenguaje, en efecto, no es nunca neutral. Lo mismo que se hace con el aborto, al que se le denomina eufemísticamente «interrupción voluntaria del embarazo» para no decir que se trata de la eliminación violenta de un ser humano no nacido, así también con respecto al tema que nos ocupa, el de la eutanasia, se usa una terminología que confunde: se habla de «morir con dignidad», «muerte digna», «muerte dulce». Existe toda una retórica de la «buena muerte», que eso significa literalmente eutanasia. Pero seamos serios y no juguemos con el lenguaje, que es jugar con la sociedad, con el hombre. La eutanasia, se diga lo que se diga, es destructiva y degradante, antihumana.
CARDENAL ANTONIO CAÑIZARES
Publicado en La Razón el 16 de mayo de 2018.
Publicado en La Razón el 16 de mayo de 2018.
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