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viernes, 25 de mayo de 2018
PARA EL PP ESTO NO ES VIVIR, ES AGONIZAR
Mariano Rajoy está hoy peor que Zapatero en el año 2011, y mucho peor que Felipe González en los estertores de su mandato
Policías custodian la sede nacional del Partido Popular. (EFE)
Todos sabíamos que la sentencia del caso Gurtel era inminente, y presentíamos que sería terrible para el PP.
Pero solo cuando las catástrofes suceden en la realidad se comprueba el
alcance de su poder destructivo. La sentencia que emitió ayer la
Audiencia Nacional equivale a un siniestro total para el tambaleante partido del Gobierno; y muy singularmente, para su líder, definitivamente carbonizado.
La sentencia contiene una condena jurídica y una lapidación moral. 1.687 páginas
que son otras tantas pedradas al deteriorado prestigio del equipo
dirigente de ese partido. Más allá de las múltiples responsabilidades
personales, hay en ella dos párrafos singularmente demoledores.
El primero es aquel en el que describe lo que llama “el levantamiento del velo”: “Nos encontramos —dice— con una estructura organizada que extiende sus ramificaciones hasta introducirse en la Administración controlada por el Partido Popular,
donde, aprovechándose del rango y control de militantes con distintos
grados de responsabilidad, utilizan los resortes legales a su alcance
para una finalidad defraudatoria ilícita de la que todos (incluido el
propio PP) obtienen lucro o beneficio”. Es decir: queda
constatado judicialmente que una “organización criminal” (la expresión
no es mía, sino de la sentencia) patrocinada por la dirección del PP ha
estafado al Estado durante lustros.
La
sentencia se compone de 1.687 páginas que son otras tantas pedradas al
deteriorado prestigio del equipo dirigente del Partido Popular
El segundo es, si cabe, más corrosivo: “Los señores Arenas, Álvarez Cascos, García Escudero, Rajoy, etc. niegan la existencia de una caja B en el partido.
El Ministerio Fiscal rebate la veracidad de dichos testimonios,
argumentación que comparte el tribunal”. Lo que equivale a decir que el
presidente del Gobierno, declarando como testigo bajo juramento, mintió
ante un tribunal de justicia.
Un partido declarado estructuralmente corrupto y un presidente señalado como perjuro. Ningún Gobierno de Europa occidental sobreviviría a algo semejante.
Sin embargo, este lo intentará porque, en el terreno de la moral
pública, sigue desoladoramente vigente el lema franquista de que España
es diferente.
Este infausto mes de mayo empezó con la estruendosa caída de la presidenta de la Comunidad de Madrid,
no sin que el PP tuviera que arrodillarse ante el partido a cuyos
miembros, en la grotesca convención en Sevilla, había tildado de “inexpertos lenguaraces” y otras lindezas para terminar suplicando su voto para Garrido y para el Presupuesto.
Después vino el oprobio de ver cómo se elegía presidente de la Generalitat a un comisario político de Puigdemont, culminando el fracaso de la estrategia del Gobierno respecto a Cataluña y metiéndonos en un berenjenal jurídico y político al que no se ve salida digna.
Esta misma semana se ha detenido a Eduardo Zaplana,
al que se ha querido confinar higiénicamente en el periodo de Aznar,
soslayando el hecho de que durante cuatro años formó, con Rajoy y
Acebes, el triunvirato gobernante de aquel PP de la oposición
incendiaria.
Y me temo que estamos en vísperas de que un tribunal alemán revuelque a la Justicia española tras la chapucera detención de Puigdemont en la gasolinera peor elegida de Alemania.
Por no hablar de la lluvia ácida de las encuestas que sigue cayendo,
incesante. Creer que todo eso —y lo que viene— se compensa con la
pírrica aprobación del Presupuesto son ganas de engañarse. Si la
votación presupuestaria se celebrara hoy, el Gobierno ya no podría
contar con los votos de Ciudadanos ni del PNV. Rajoy está tardando
demasiado en admitir que en política no siempre la economía te saca de
pobre.
El PSOE reproducirá la experiencia madrileña
lanzando a su intrépido jefe a una moción de censura, quizá con el
anzuelo de que sería para convocar elecciones inmediatamente. Pero que no cuenten con Ciudadanos para ese viaje: Rivera no tiene la menor intención de sentar a Pedro Sánchez en La Moncloa. Su plan macroniano de acceso al poder pasa por abrasar a Mariano, no por encumbrar a Pedro.
Esa moción solo saldrá adelante resucitando a la 'mayoría Frankenstein': PSOE más Podemos más todos los nacionalistas e independentistas. Se amontonan las preguntas: ¿se propone Sánchez llegar al Gobierno con los votos de Torra, Puigdemont y Junqueras? ¿Qué
pasaría con el frente constitucional? ¿Ha calibrado el efecto
desestabilizador de esa maniobra sobre el conflicto de Cataluña? ¿Qué
compromisos —explícitos o tácitos— debería asumir sobre el 155? Pese a
todo, le creo muy capaz de intentar el disparate. Por cierto, ¿eso no se
consulta a las bases?
El PSOE
reproducirá la experiencia madrileña lanzando a Sánchez a una moción de
censura, con el anzuelo de que sería para convocar elecciones
Ciertamente, Ciudadanos está en un brete.
No puede repetir la jugada murciana y madrileña (exigir que reemplacen a
Rajoy por otro de su partido): en estas circunstancias, es imposible
que salga adelante la investidura de ningún candidato del PP. Obligar a Rajoy a dimitir equivale a provocar elecciones. Pero Ciudadanos tiene que hacer honor a su declaración de que hay un antes y un después de esta sentencia.
Sospecho que los movimientos de Rivera durante las últimas semanas, su estudiado distanciamiento del Gobierno,
han consistido en preparar el clima para este momento. Ahora, lo más
probable es que haga saber que el Gobierno ya no puede contar con su
apoyo para nada salvo para Cataluña —y aun eso, con reparos—. Lo que
dejará al Gobierno completamente desvalido, con dos años por delante y 137 diputados por todo soporte. Es una forma de conducir a Rajoy al borde del precipicio, pero que parezca que es él quien salta, no Rivera quien lo empuja.
Rajoy está hoy peor que Zapatero en 2011,
y mucho peor que Felipe González en los estertores de su mandato. El
anterior presidente anunció con varios meses de antelación su propósito
de no presentarse a las siguientes elecciones. Hacer ahora algo parecido
abriría, es cierto, la competición sucesoria; pero aliviaría la presión
emocional y el tremendo abatimiento que se respira en la base social
del Partido Popular. Y quizás en esos meses como pato cojo veríamos por
fin a Rajoy parecerse a un estadista. Pero presiento que hará lo de siempre: nada.
En las encuestas hay datos pavorosos sobre la desconfianza hacia este Gobierno y su presidente.
Lo que no muestran los números es el tono de quienes responden: les
aseguro que se eleva por días. Hoy, en los entornos sociales empieza a ser un problema decir que eres del PP. Pero si además defiendes a Rajoy, los primeros que se te echarán encima serán… los del PP. Un signo inequívocamente terminal.
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