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Navarra representa para la mitología nacionalista vasca la tierra prometida. El sueño de una Euskal Herria independiente que englobe a las tres provincias vascas, el País Vasco francés y la Comunidad Foral es la gran ambición de los herederos ideológicos de Sabino Arana
hasta nuestros días. Da igual que sea una realidad política imaginaria
sin base histórica alguna. Porque el nacionalismo, como decía Eric Hobsbawm, se nutre de la invención de la tradición y retuerce a su gusto el pasado con fines nada inocuos para el presente y el futuro.
Como hoy publicamos, desde las instituciones de la región se está acometiendo un auténtico plan de ingeniería lingüística para avanzar en la pretendida fusión con Euskadi. Un objetivo éste que siempre ha sido prioritario para ETA y que hoy sus sucesores políticos impulsan desde las instituciones. Y aunque no se puede pasar por alto que la propia Constitución española contempla la posibilidad de que el País Vasco y Navarra se unieran, si así lo decidiera la mayoría de sus habitantes en referéndum, en estas cuatro décadas a nadie sensato se le ha ocurrido plantearlo ya que se trata de un plan muy alejado de los deseos de los navarros. Por ello, el nacionalismo, por la vía de los hechos, está imponiendo como oficial el euskera en las zonas no vascófanas, así como los símbolos foráneos vascos, incluida la ikurriña, en detrimento de los españoles o de los propios navarros, para hacer que vayan calando como lluvia fina y manipular así la identidad autóctona, sin prisa, pero sin pausa.
Para el nacionalismo, la lengua singular nunca es un factor de enriquecimiento cultural, sino un rasgo excluyente, mucho más importante en nuestros días que el étnico. De ahí que el Gobierno de Uxue Barkos esté
aprobando leyes que son un despropósito para imponer con calzador el
euskera. Tanto para trabajar en la Administración como para las empresas
que opten a contratos, esta lengua se convierte en un requisito clave
que discriminará a quienes se manejen en español, idioma habitual del 93% de los navarros.
Sin un contrapeso político fuerte que planteé una dialéctica
identitaria equilibrada, Navarra podría convertirse en poco tiempo en
otro grave problema para esta España invertebrada que los nacionalistas
desean derribar.
EDITORIAL de EL MUNDO
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